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Héroes frente a la pandemia

Héroes frente a la pandemia

Este ejército viste de blanco. Son médicos, enfermeras, auxiliares, responsables de la limpieza de los centros de salud... saben que se enfrentan a algo nuevo y agresivo y tienen todo su derecho a sentir preocupación y miedo

José Ahumada

Santander

Domingo, 22 de marzo 2020, 07:37

Frecuentemente se emplea un vocabulario bélico para referirse a la lucha contra la pandemia del coronavirus. No es solo un recurso expresivo facilón, porque tiene su sentido: en vez de librarse entre explosiones y estruendo, estas batallas se desarrollan en silencio, en una cama de hospital, en la habitación de una residencia de ancianos o en la propia casa. Es una guerra extraña –pero una guerra, al fin y al cabo–, frente a un enemigo invisible que no deja de causar bajas, víctimas que mueren tratando en vano de meter algo de aire en sus pulmones inservibles.

Ha habido tiempo para hacerse a la idea de lo que estaba por venir desde aquellos primeros avisos sobre la plaga que afectaba a China, sucesos exóticos a los que meses atrás se reservaba un hueco mínimo en las páginas de los periódicos. Conforme la enfermedad se extendía y se acercaba, la información iba ganando espacio; así, hasta desbordar la sección de Internacional, invadir todas las demás y llegar hasta la portada.

Pues bien, está aquí. Puede que aún sin la virulencia que se espera –y se teme– para las próximas semanas, pero ya se deja notar en unas cifras de contagios que han empezado a crecer de forma descontrolada. Es cuestión de días que ese incremento de pacientes se traduzca en el de muertes, y que empecemos a poner cara a lo que hasta entonces sólo eran números. Poco a poco las frivolidades dejarán de ser tan frecuentes. ¿Alguien piensa que los italianos son menos cachondos que nosotros? ¿A alguien le da la risa viendo en televisión sus hileras de ataúdes?

Al fin nos damos cuenta de que esto es un problema de todos, que cada cual debe cumplir su función y que para que todo vaya lo mejor posible es necesario que sigan trabajando tanto el consejero de Sanidad como el taxista y la cajera del supermercado, y cada cual en su casa y obedeciendo las instrucciones. En eso estamos de acuerdo, pero también hay que decir que en las guerras no es lo mismo la retaguardia que la primera línea.

Un enemigo desconocido

El ejército que está ahí ahora no va de caqui, sino que viste de blanco: es todo ese sector sanitario que se las ve a diario con un virus al que aún no se conoce del todo, y del que se van descubriendo cosas nuevas a cada momento. Son profesionales que saben cómo actuar ante un agente infeccioso y un paciente contagiado, pero también son personas que saben que están ante algo nuevo y agresivo, y tienen todo su derecho a sentir preocupación y miedo.

Por eso tiene más mérito que sigan atendiendo a la gente que se apelotona en las Urgencias de los hospitales, conscientes de que cada enfermo puede ser una bomba biológica, y su respiración y su saliva, veneno. Lo están haciendo muchas veces sin el equipo que necesitan para trabajar con la seguridad necesaria. Ya se pedirán explicaciones de cómo es posible que haya que estar ahora mendigando mascarillas cuando la alerta estaba lanzada desde hace meses.

Son médicos, enfermeras, auxiliares, responsables de la limpieza de los centros de salud... pero en el momento en que cuelgan la bata se transforman en gente como usted y yo, personas agobiadas al pensar en sus padres mayores y que tendrán que esperar un mes antes de dar el próximo achuchón a sus hijos pequeños: no puede ser fácil convencer a un niño de que no pasa nada a través de la pantalla del teléfono.

Casi todos coinciden en que lo suyo es vocacional y en que les apasiona su trabajo, algo que no resta valor a su entrega. Dicen que están dispuestos a enfrentarse a lo que venga. Alguna vez habrán oído que cuando se va en avión y empieza a menearse el aparato hay que fijarse en las azafatas, a ver si están tranquilas. Aquí pasa algo parecido, y no se nota que les tiemble el pulso.

Alejandra Blanco - Médico de Urgencias

«Esta experiencia va a cambiar a mi generación»

Esta experiencia va a cambiar a mi generación, que somos tan independientes, tan nuestros. Va a hacer una sociedad más solidaria y responsable, consciente de que hay que reforzar las cosas colectivas, como la sanidad pública». Alejandra Blanco, médico de Urgencias en Valdecilla, mantiene su optimismo en plena crisis.

«La prioridad ahora es el coronavirus. Hemos creado dos circuitos en Urgencias para separar la patología no sospechosa de coronavirus de la otra. Tenemos bastante trabajo, pero estamos todos entregados a esta causa: es nuestra profesión y nuestra vocación», asegura.

«Es bastante estresante, pero somos médicos de urgencias y estamos preparados y mentalmente capacitados para trabajar en situaciones de emergencia: es nuestro día a día. Están llegando muchas personas con esta patología, pero también es cierto que la gente está haciendo caso y no acude a Urgencias si no es estrictamente necesario. Yo creo que lo estamos haciendo todo lo bien que es posible ante una emergencia de salud pública de una dimensión extraordinaria como es el coronavirus».

Cree que cada cual debe asumir su parte de responsabilidad: cuando acaba su jornada y vuelve a casa ella también acata esa disciplina social y la rutina de las manos limpias y las salidas imprescindibles, aunque con el teléfono siempre al lado por si la reclaman. «Que los ciudadanos cumplan las normas es fundamental para nosotros. A mí me emociona mucho el comportamiento y la solidaridad de la gente, y también su reconocimiento a la labor de los sanitarios. Después de ese aplauso que nos dedican tienen que saber que nosotros volvemos a trabajar a un lugar estresante, muchas veces sin un minuto de paz».

Patricia López - Médico de Urgencias

«Estamos acostumbrados a trabajar así: es una prueba más»

Esto es un trabajo sacrificado, pero muy agradecido», dice Patricia López. Quizás esa satisfacción explique por qué tantos compañeros están suspendiendo libranzas y vacaciones de forma voluntaria para ir a trabajar.

Cuenta que estos días están marcados por la incertidumbre. «Estamos en una situación que cambia a cada momento, pero nos vamos adaptando según las necesidades, incluso adelantándonos a ellas; en Urgencias ya hay planes de futuro y estamos preparados para lo que pueda venir».

«Urgencias es un servicio con gran capacidad de respuesta, estamos preparados y acostumbrados a trabajar bajo presión y sentimos mucho apoyo de nuestra familia y nuestros amigos: audios, llamadas, mensajes de agradecimiento... son cosas que te ayudan a ir a trabajar con más fuerza».

Esta médico se considera una persona tranquila. «Para estar aquí hace falta ese temple: ni nervios ni miedo. Siempre se está expuesto a mucha presión: cuando no es la gripe es la gran afluencia de pacientes del verano o un brote de cualquier otra enfermedad. Estamos acostumbrados a trabajar en condiciones parecidas y esto es otra prueba más. El personal de Urgencias, del primero al último, formamos un gran equipo, y eso se demuestra en momentos así».

Su vida, como la de tantos otros ahora, es un ir y venir del trabajo a casa y de casa al trabajo. «No hay más que hacer que estar en casa, aunque te gustaría hacer otra cosa. Hablas con la familia, con los amigos... intentas disfrutar un poco, y te das cuenta de las pequeñas cosas: ahora valoras la libertad de movimientos, el poder estar con los amigos. Al final se trata de despejar un poco la mente para estar lista para lo que pueda venir».

Argentina Cabarga - Auxiliar de enfermería

«Tenemos una carencia terrible de material»

En una emergencia de salud pública como esta queda en evidencia la fragilidad del sistema. Todos los días cambian los protocolos y la forma de funcionar. Tenemos una carencia terrible de material: escasean las mascarillas, hasta los guantes. Y eso ahora, que está empezando. Espero que con el paso de los días vayamos un poco mejor y las cosas se centren».

El virus ha irrumpido en la vida de todos, obligando a cambiar rutinas y costumbres y a adaptarse a la nueva realidad, y el personal sanitario no es ajeno a todo esto. «Habitualmente yo llegaba a casa, recogía, comía y me iba con mi padre, que es un señor de 82 años que vive solo y se defiende, pero hay que bajar un rato por las tardes para ver que todo va bien. Ahora me tengo que quedar en casa y a última hora bajo a pasear al perro. Con el aislamiento me tengo que conformar con hablar con mi padre un rato: ahora le tengo 'solo' con los vecinos de al lado, que sé que me van a llamar si pasa algo. Pero es que no me acerco por precaución, no sea que vaya con 'equipo'. Por un lado sí que tengo cierta sensación de haber dejado un poco abandonado a mi padre, pero es porque trato de protegerle», justifica.

«No es que tenga miedo, pero sí respeto y precaución ante algo desconocido, que no sabemos cómo nos afecta ni sus secuelas. Todos tenemos familia y, en mi caso, personas vulnerables, y eso crea mucho desasosiego por la posibilidad de llevar el virus a casa».

Y, con todo esto, ¿cómo es posible ir con tanto ánimo al hospital? «Es mi trabajo, lo vivo día a día y me gusta. Es vocacional. Tampoco soy yo muy amiga de bajas: cuando toca hay que estar al pie del cañón».

Pedro Garrido - Enfermero de Urgencias

«Me he incorporado ante la avalancha de pacientes»

Aveces da la impresión de que sólo se lucha contra el coronavirus en Valdecilla, y no es así: se pelea en todas partes. Él lo hace en Sierrallana. Estaba liberado por el sindicato y, viendo el panorama, se incorporó sin que hiciera falta que se lo pidiese la dirección del hospital. Está haciendo pruebas a los compañeros que presentan los síntomas de la enfermedad; ya hay alguno contagiado.

«Hace unos días se hacían las pruebas a los profesionales que habían tenido contacto con pacientes con coronavirus, valorando el riesgo de contagio a que habían estado expuestos, pero las circunstancias varían con el paso del tiempo, y ahora se le hacen a cualquiera que tenga algún síntoma compatible con la enfermedad».

«Hace falta personal, porque muchos compañeros se han ido a casa por sus patologías o porque han estado en contacto con algún enfermo. Me he incorporado ante la necesidad que he visto por la avalancha de pacientes por coronavirus. Es un sentimiento en el que se unen las ganas de trabajar con las de ayudar a los ciudadanos con nuestro servicio como sanitarios, y más en mi caso, siendo enfermero de Urgencias».

Pedro Garrido se siente muy agradecido por las muestras de apoyo de la gente. «No soy muy de aplausos, pero cuando los escuchas sí que los sientes: se están dando cuenta de lo que estamos haciendo, se acuerdan de nosotros y hay que dar las gracias por eso».

Asume la situación con naturalidad, sin nervios. Eso no impide que alguna noche se haya despertado pensando en el coronavirus. Ojalá se quede en eso, un mal sueño. «Esto pasará y lo recordaremos, pero no sé hasta qué punto: depende del tiempo que dure y las secuelas que deje, sobre todo a quien sufra pérdidas».

Ignacio del Campo - Médico del 061

«Lo que pido es que no se colapse el número del 061»

A raíz de todo esto, la centralita del 061 empezó a saturarse con llamadas de gente preocupada y con síntomas, y la bloqueaban para los avisos por urgencias vitales que veníamos atendiendo. Por eso se decidió crear un número 900, pero aun con todo se ha desbordado también, así que hubo que reforzar la centralita con médicos y enfermeras. Es necesario para poder absorber esta demanda y que puedan llegar otras llamadas de urgencia: sigue habiendo infartos, ictus y accidentes, y si las líneas están ocupadas por el coronavirus es un problema importante».

Ignacio del Campo se presentó voluntario para contestar las llamadas, turnos de siete horas resolviendo dudas, tranquilizando ánimos e indicando cómo actuar ayudando a mantener operativas las otras líneas. A la vez, atiende el Twitter del 061 –«Lo que he pedido es que no se colapsara el 061, y suelo retuitear la información de la Consejería de Sanidad»–, y, cuando le toca, hace las guardias que le corresponden en una de las cuatro SVA (Soporte Vital Avanzado) de las que dispone el 061 en Cantabria como médico asistencial, mientras espera a que llegue lo que se prevé que va a llegar.

Pues este profesional que puede con todo es también un hombre con sus preocupaciones, como cualquier otro. «Mi padre tiene 83 años y mi tía 85, viven solos y son personas de riesgo, así que sí que me agobio. Les confiné en su casa antes de que saliera el real decreto porque se veía venir. Mi padre va a echar la partida al bar y se hace cargo de los perros cuando tengo guardia, pero ya no, para que no salga. Ahora no entro en contacto con ellos: les dejo las cosas en el felpudo. Viendo las noticias y cómo afecta esto a la gente mayor estoy muy preocupado».

Francisco Agorreta - Enfermero de Urgencias

«Al hospital sólo tienen que ir quienes lo necesitan de verdad»

Cuando se le pregunta qué opina de todo esto dice que se acuerda de la época del sida, cuando no se sabía nada de aquella enfermedad y la gente se negaba a entrar en las habitaciones. «Entonces yo era mucho más joven (tiene 61) y todo era más estresante. Ahora hay más información en las redes sociales... y también un poquito de histeria colectivo. Son momentos para mantener la calma: soy enfermero, no trabajo en una tienda, y estoy ahí para intentar ayudar al que venga».

«Cada uno se lo toma de una manera. Yo pienso que hay que mantener la racionalidad, tomar las medidas oportunas en todo momento pero sin caer en histerismo ni en procesos de ansiedad que no solucionan nada. Hay que hacer un trabajo profesional: todo paciente que entra por Urgencias es potencialmente infeccioso, siempre lo he vivido así. Para trabajar hay que mantener unas distancias, tomar unas medidas de seguridad... y sigo haciéndolo igual. Ahora sabemos que hay un virus que se transmite de una forma potencialmente mayor y simplemente esas medidas deben ser más estrictas».

«Mis días de trabajo son bastante normales; quizás sí que hay cierto estrés por los continuos cambios de organización, pero el trabajo en sí no difiere del de otras ocasiones».

Francisco Agorreta opina que es fundamental que la gente siga las instrucciones que se están dando. «Creo que hay que hacer caso a las autoridades sanitarias que, por lo que se está comentando, planean realizar más test de coronavirus para localizar los focos específicos que haya. El tema de que la gente esté en casa también hay que cumplirlo estrictamente: yo voy del trabajo a casa, me lavo las manos, me aíslo y al día siguiente vuelvo a trabajar, y eso es lo que tiene que hacer todo el mundo. Quedarse en casa es fundamental, y al hospital únicamente tienen que ir quienes lo necesitan: inmunodeprimidos, pacientes oncológicos, accidentes... pero sólo ellos. Todavía tenemos gente joven con miedo que quiere que le hagan la prueba»

Miguel Ángel Expósito - Técnico de emergencias sanitarias

«Nos lo vendían como una gripe fuerte y es como una guerra»

La crisis del coronavirus se ha desatado en pleno conflicto laboral en Ambuibérica, la concesionaria del transporte sanitario público en la región. «Hemos apartado el tema laboral y las polémicas y nos hemos echado a la calle a asistir a la gente y a ayudarla: estoy orgulloso de mis compañeros», dice Miguel Ángel Expósito.

«Trabajamos en campo contrario, en una empresa subcontratada por el Gobierno de Cantabria. Además de la desventaja de no pertenecer a la Administración, nuestro ámbito de trabajo es la calle y los domicilios, donde se encuentra el foco de la enfermedad. Ya se ha visto que trabajamos poco menos que en precario, sin medios suficientes para afrontar una pandemia como esta. Y aún así vamos a trabajar todos los días. Nos estamos dejando la piel, incluso consiguiendo equipos de protección individual por nuestra cuenta, trabajando más horas de las debidas, exponiendo a veces nuestra salud para que esto acabe lo antes posible».

«Ahora mismo se está notando un repunte de casos sospechosos, avisos domiciliarios de gente que está en cuarentena y que nosotros no sabemos si acabarán siendo positivos o no. Esta mañana, de seis avisos, cinco han sido posibles casos, enfermos que cumplían la sintomatología del coronavirus. Todo el mundo anda con el miedo en el cuerpo, y el hecho de que haya patologías compatibles con este virus no ayuda. Estamos un poquito desbordados y la Administración no nos ayuda, pero hacemos lo posible para que los pacientes no lo noten».

«Esta situación de emergencia va a quitar muchas caretas y sacará a la luz muchas carencias: la organización y la logística de la sanidad de Cantabria no son las mejores del mundo; es una sanidad que a veces incumple sus propios protocolos, que están cambiando continuamente. Hay cosas que no están funcionando como deben y precisamente ahora, cuando se ve que lo que nos vendían como una gripe fuerte se parece más a una guerra».

Rosa Fernández - Limpiadora

«Tengo la sensación de que estoy haciendo algo importante»

Las recomendaciones sobre el modo de comportarse ante el virus cambian constantemente, y uno ya no sabe si tiene que dejar los zapatos fuera de casa o no, si hay que lavar las fresas con Fairy o meter bajo la ducha las bolsas de macarrones después de volver del supermercado. Del coronavirus se desconocen muchas cosas: cómo se comporta, cuánto permanece activo sobre las superficies y hasta su forma de contagiar. Rosa Fernández se ve cara a cara con él continuamente mientras limpia.

«He estado cinco días por la zona de Urgencias, en el meollo del asunto; un pasillo donde antes escayolaban a la gente en el que han habilitado habitaciones para hacer pruebas, y de ahí la gente va para planta o para casa. Cada vez que sale uno hay que entrar, vestida con el equipo de protección individual –bata, calzas, mascarilla, gafas, gorro y guantes– y limpiar con una especie de lejía las paredes y todo lo que hay dentro».

El ritmo de trabajo también ha cambiado, claro. «Es totalmente diferente. El otro día había 23 personas esperando, así que imagina: casi no da tiempo a que se seque el suelo cuando ya entra otro», cuenta. «Es un poco caótico todavía, pero se lleva lo mejor que se puede».

«Yo tengo la sensación de que estoy haciendo algo muy importante, y me estoy comiendo el marrón como todos los que están allí: me siento una pieza imprescindible y estoy orgullosa de lo que hago».

Es plenamente consciente del riesgo que corre en su trabajo. «Estoy tan expuesta como cualquiera, pero también estoy concienciada de que muchos vamos a coger ese virus, y qué le voy a hacer. Si me dicen que lo tengo tampoco me pilla de susto. Sí es cierto que se trata de algo que no ves y te tienes que enfrentar a ello. En casa, mi marido y mi hijo me dicen que me ven un poco alterada. Yo estoy bien, pero reconozco que por dentro sí que tengo la cosa; me ha salido un herpes en el labio y es por los nervios».

Borja Suberviola - Médico de UCI

«Al llegar a casa me quito la bata y me pongo el uniforme de padre»

Le siguen emocionando los aplausos. «A mí, particularmente, me llegan. Quizás parezca que se han convertido en algo rutinario pero, francamente, a mí me emocionan. Creo que es algo que acerca el personal sanitario a la población, un reconocimiento que nos da ese punto de ánimo que puede fallarnos en algún momento».

«Todo el mundo tiene cierta preocupación, lógica y asumible. Nosotros estamos acostumbrados a tratar con enfermos críticos, algunos de ellos potencialmente infecciosos, y eso forma parte de nuestro día a día. Lo que ha cambiado es el volumen de enfermos que llegan. No somos impermeables a los datos que se transmiten ni a la alarma social, pero para nosotros es un paciente más, al que hay que tratar con cuidado extremo».

La enfermedad ha cambiado las rutinas domésticas de los profesionales. También a Borja Suberviola, que tiene mujer y dos hijas. «Cuando llego a casa me quito la bata y me pongo el uniforme de padre, porque ellas están pasando lo mismo que nosotros, pero desde el desconocimiento y sin entenderlo muy bien. Tengo mi propio plan de contingencia, que consiste en extremar las medidas higiénicas, quedarme en otra habitación, usar un baño aparte y seguir todas las indicaciones. Lo de los besos lo hemos minimizado y lo hemos cambiado por otras muestras de cariño; es difícil explicarles a los niños que no es lo más adecuado ahora, pero creo que lo entienden, y además es algo temporal».

«Me preguntan por el coronavirus todos los días y yo intento transmitir lo que veo: que la situación está controlada y que debemos estar tranquilos. Quiero pensar que tenemos un sistema sanitario muy sólido y que estamos capacitados en infraestructura material y de personal para hacer frente a la crisis, y creo que en Cantabria en particular hemos dispuesto de un margen de tiempo que no han tenido otros para organizarnos de la mejor manera y aprender de lo que han ido contando compañeros de otras comunidades».

Mª Ángeles Ballesteros - Médico de UCI

«Es un reto para la sociedad que nunca habíamos visto»

Es parte del personal 'limpio' que permanece listo para relevar a los que se encuentran en primera línea. «Es una calma tensa: preparada para la acción e impregnada de toda esta situación; se trata de una nueva experiencia, un reto para la sociedad que nunca antes habíamos visto. Una crisis que traspasa fronteras y nos va a poner a prueba como país. Sí que he visto entre los profesionales esa inquietud ante lo nuevo, pero la gente está respondiendo de manera muy positiva y los compañeros transmiten ganas de trabajar y ayudar. Cualquiera de nosotros podemos estar en el lado del paciente, nadie está libre. Estar preparados es muy importante, tener previsión y programación».

María Ángeles Ballesteros es la tutora de los residentes, personal médico en fase de formación para ser especialistas, jóvenes profesionales en los que ve «una actitud positiva para aprender y ayudar». «El miedo existe, pero todos los que estamos aquí tenemos una clara vocación y un compromiso, y se nota ahora más que nunca. Pero tenemos que dosificar esfuerzos porque esta situación puede prolongarse. Estamos muy preocupados por prevenir que siempre haya profesionales que estén en las mejores condiciones y dispuestos a trabajar. Por eso es tan importante dosificar la plantilla: se prevé que haya bajas entre el personal sanitario por contagios y hay que asegurar que podamos estar ahí gente que no tengamos problemas de salud».

Mientras llega el momento permanece sola, confinada. «Mi hijo está con mis padres precisamente para eso, para que no me transmita nada y pueda estar disponible: es ahora cuando la sociedad más nos necesita. Tengo la suerte de que mis padres están bien y pueden hacerse cargo del pequeño, así que los he aislado en casa».

«La sociedad tiene que concienciarse de que esta situación es como un conflicto bélico, lo que sucede es que como no vemos bombas al cerebro le cuesta más asimilar que no podemos salir de casa, pero es la única forma de parar esto y la gente está respondiendo».

Miriam Sánchez- Enfermera de UCI

«La gente debe saber que se va a hacer todo por ellos»

Cuando se pidió un grupo de voluntarios para formar un equipo nuevo que atendiera a pacientes intensivables afectados por Covid-19, no lo dudé. Por los años que llevo en la profesión y mi experiencia en UCI creo que me muevo bastante bien en la frontera del riesgo y a la hora de tomar decisiones rápidas y comprometidas. Y tengo pura vocación».

«Se trata de un trabajo nuevo en el que estamos en una formación continua, con una dinámica cambiante. Todo depende del volumen de pacientes que tengamos: debemos de intentar que entre el menor número de gente posible en la zona contaminada para tratar de rentabilizar al máximo los equipos de protección individual, que todo el país sabe que andamos un poquito escasos. Tenemos la responsabilidad de tener criterio y rigor, y asegurar nuestra protección y la del resto».

«Me considero una persona bastante optimista, y eso no quita que los sanitarios podamos estar un pelín asustados. Pero creo que nuestro deber es tranquilizar a la sociedad, que sepan que se va a hacer todo por ellos mientras nuestra vida pasa a un segundo plano. La sociedad está atravesando momentos críticos: tengo la suerte de trabajar en una profesión preciosa a la que me dedico desde hace muchos años y sentía que debía dar el paso y devolver a la sociedad a través de los pacientes lo mucho que me ha dado».

Esta entrega requiere sacrificios y quien primero lo paga es la familia. «Ahora estoy sola en casa: mis hijos se han ido fuera y a mis padres no les voy a ver en el tiempo que dure esta alarma: solo nos queda resistir. Hablamos por teléfono a diario y prácticamente a todas horas. Están preocupados por mí, por que me contagie. Yo intento tranquilizarles, que el monotema del día no sea el Covid-19, porque acabamos todos saturados y nos quedan todavía unas cuantas semanas como para empezar a agotarnos psicológicamente. Solo hay dos opciones: mirarlo de forma positiva y confiar en que todo va a pasar».

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