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Los fuegos tiñen el cielo de las fiestas

Vecinos y turistas abarrotan El Sardinero para disfrutar de la esperada cita

Laura Fonquernie

Santander

Lunes, 25 de julio 2022, 00:02

Habrá quien no lo entienda. Quizá porque a veces no sirven las explicaciones. Da igual esforzarse por buscar las palabras perfectas o dar mil vueltas al diccionario. Puede que no las haya porque hablar de sensaciones nunca ha sido sencillo. O porque hay momentos que para cada uno significan una cosa distinta y no hay manera de englobarlos en una frase. Y eso es un poco lo que ocurre con la noche de los fuegos en Santander. Al menos es la dificultad con la que se han topado muchos de los que en estos últimos días han intentado explicárselo a alguien que no ha estado nunca en El Sardinero –y alrededores– en esta cita tan especial con la mirada puesta en el cielo y disfrutando de un espectáculo de luces. «Es que es... la noche del verano» en la que el cielo se tiñe de colores, escuchaba decir hace unos días a un compañero de este periódico. Y quizá esas sean las mejores palabras para resumirlo aunque en el fondo no cuenten nada. Porque no hay verano sin fuegos.

Lo saben bien quienes nunca quieren perderse el espectáculo de ruido y color. Porque para muchos santanderinos es una cita obligada en el calendario que solo la pandemia ha conseguido borrar de sus agendas. Una incertidumbre que incluso sobrevoló a la organización este año porque también hubo ciertas dudas, pero ya está, se acabó el parón. Anoche por fin la pirotecnia volvió a iluminar el cielo de la ciudad bajo la atenta mirada de las miles de personas –vecinos y turistas– que llenaron la zona en una celebración que da la bienvenida al día grande de Santiago. La capital, vibrante, sumó así una noche más de fuegos artificiales en la Semana Grande. Un evento que forma parte del verano santanderino, una estampa clásica, una postal imborrable. Y que este año cobra un significado especial. Como todo. Estas fiestas lo son, porque vuelven como antes.

Los fuegos artificiales configuran una de las postales santanderinas más típicas de cada verano; ayer sumó otro capítulo

Un par de datos de la parte técnica. El espectáculo se prolongó alrededor de 20 minutos en una tirada de 416 kilos de pirotecnia. Un show que se completó con la actuación de la Orquesta Malassia en la avenida de Manuel García Lago. Y así, entre nervios, ilusión y orgullo por poder presumir de nuevo de la noche del 24 de julio, llegó el momento de lanzar los fuegos ante un público volcado que no despegó los ojos del cielo. No había otro sitio mejor en el que fijar la mirada. Ni espacio para moverse.

El reto de buscar sitio

Son días de fiesta. Por eso cada gran cita, como el chupinazo del viernes, no se reduce a la celebración en sí misma o a ese momento tan concreto, sino que empieza mucho antes. La preparación, en este caso acudir a El Sardinero, buscar sitio, esperar... Todo forma parte de la rutina que rodea a la tradicional noche de los fuegos. Los santanderinos lo saben bien y por eso la mejor decisión es ir con tiempo al lugar y esperar allí tranquilamente. Un minuto antes o después puede marcar la diferencia entre conseguir subirse al autobús o andar con prisas y acelerado para intentar llegar. Porque esa es otra de las estampas habituales que rodean a esta celebración y que este domingo no fallaron. No es de extrañar ver caravanas de coches o riadas de gente que acuden a un mismo lugar. Y no importa los años que pasen sin celebrarlo, hay momentos que no se olvidan y el trajín de llegar a El Sardinero este domingo por la tarde es una de esas situaciones que es mejor tener previstas. Los buses llegaron a las playas abarrotados. Tanto que muchos se saltaron algunas de las paradas previstas en el itinerario bajo la atónita mirada de quienes esperaban en la marquesina. Pero no había más remedio. Y es que hay un problema porque si nadie se baja, imposible dejar entrar a gente. Es más, algún conductor incluso tuvo que ponerse serio, pedir a los usuarios que subieran con calma y lanzar un mensaje al interior del vehículo: «Por favor, avancen hasta el final del autobús», pedía uno de los que hacía el recorrido de la línea 1. Casi nadie bajó hasta llegar a los Jardines Piquío o alguna de las playas. Y, una vez allí, la otra parte de la aventura: buscar un sitio desde donde ver el espectáculo.

Los más preparados llevaron sus propias sillas para ocupar las primeras filas en Piquío, junto a la barandilla. Muchos apuraron en la playa, se abrigaron (a esa hora ya refrescaba), y vieron los fuegos desde la arena. Otros tantos ocuparon los bancos repartidos por los alrededores de la playa. Algunas familias sacaron las toallas para sentarse en las zonas verdes. Y en el lado contrario, los más rezagados, obligados a verlos desde el coche en la lejanía en improvisadas dobles filas de aparcamiento.

Al fin y al cabo, cualquier sitio es bueno para mirar el cielo que, poco a poco, se fue oscureciendo hasta que el reloj marcó las once de la noche.El momento esperado.Empezó el show y el cielo acaparó el protagonismo.

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