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El bebé negro de Torrelavega

El bebé negro de Torrelavega

Leyendas de aquí ·

Una chica dio a luz un niño negro a los pocos meses de casarse, pero el marido negro, lo que se dice negro, no era

Aser Falagán

Santander

Sábado, 20 de agosto 2022, 08:18

Quién no ha escuchado en Torrelavega la historia de una chica de familia bien, pero que muy bien, que al poco de casarse con un muchacho también gente muy bien, se quedó embarazada. Todo, aunque suene redundante, muy bien. Todo, claro, hasta que dio a luz y tuvo un hijo negro como el alquitrán y la familia, muy estirada toda, tuvo que agachar la cabeza. Mientras estuvo embarazada se la podía ver por la Playa Mayor y la Plaza Roja, pero después, aunque todavía se la podía ver paseando al niño en el carrito, ya no salía tanto por el miedo al qué dirán. ¡Embarazada en un local de esos unos días antes de casarse! ¡Qué vergüenza para la familia! Porque, por si ha quedado alguna duda, era de una familia muy, pero que muy buena de la ciudad. Pero buena, buena de verdad.

Eso es todo. Porque para ser de tan buena familia y tan conocida, nadie supo decir ni el nombre de la muchacha ni el apellido de tan rancio abolengo. Pero ni falta que hacía. Como decir que era de una familia, buena, pero que buena buena, de Torrelavega, bastaba para que quedara claro que era una chica bien y dejar de paso el poso de desprecio o distancia, insinuando un clasismo casi al nivel del racismo que destila la historia del bebé negro.

La historia circulaba así, como la de una chica de Torrelavega, sin más y, si dio lugar a especulaciones sobre su identidad, se quedaron solo en chismorreos que no calaron como la abstracta historia de la recién casada que engaña a su marido hasta que al nacer el niño negro se descubre el pastel y la inquina que encierra ese 'bien, bien, pero bien'. Pero sin identificar. Por lo que fuera, lo del nombre y los apellidos no trascendió nunca.

Pues bien (valga la redundancia); una vez más el cotilleo fue solo un ejercicio de importar al Besaya otra leyenda urbana clásica y de manual que se ha repetido en infinidad de ciudades con pequeñas particularidades, pero en líneas generales obedeciendo al mismo relato.

La recopilaron Antonio Ortí y Josep Sampere en su trabajo de campo entre 1998 y 1999, bastante antes de que la historia hiciera fortuna en Torrelavega como otra parada más de su infatigable recorrido viral.

La versión extendida dice más o menos así (o al menos así la recogieron Ortí y Sampere): Una chica se va de despedida de soltera a un local de boys y al final de la noche se acuesta con uno de ellos. Unos días después se casa y al poco tiempo se queda embarazada, pero el día del parto nace un niño negro, como aquel boy, y en el hospital llaman al padre, antes de cortar el cordón umbilical, para que vea el panorama. El hombre, despechado, abandona a su mujer, que tiene que criar sola a su hijo. En ocasiones, el relato resucita no con un club de strippers, sino con un viaje a Cuba o a algún país africano, pero al final el resultado es el mismo.

Existe incluso otra variante aún más bizarra por la que la mujer se queda embarazada dos veces y nacen unos gemelos que en realidad no lo son: uno blanco y uno negro. Uno de su brevísimo marido; otro del chico de la despedida de soltera.

Ortí y Sampere la dataron, con muy pocas variantes –pocas cabrían, dado lo escueto de la historia–, en Córdoba, Cáceres –para darle más color, con un jugador del Cáceres Baloncesto–, Zaragoza, Badajoz, Turín y hasta en Suecia, donde incluso señalan que saltó a la prensa en 1975, aunque en este último caso la infidelidad era del marido. Incluso localizaron chistes de humoristas al respecto en Estados Unidos.

Quién sabe en cuánta infinidad de lugares se reprodujo el relato. Retroceden incluso hasta el siglo XVI para encontrar rastros y fuentes de inspiración de un relato abstracto y universal, aunque apuntan que en su versión contemporánea debe ser más moderna, puesto que introduce el elemento de la despedida de soltera y la figura de una mujer liberada, aunque sea para someterla después al escarnio.

El caso es que la fábula, que con su moraleja implícita se repite de ciudad en ciudad y resurge periódicamente, no tiene en cuenta el hecho de que es técnicamente posible –genéticamente, por precisar más– que una pareja con rasgos de una etnia tenga descendencia con caracteres de otra. Extremadamente improbable, pero no imposible. Tampoco se trata de que la realidad estropee una buena leyenda urbana, pero, por si acaso, si en algún momento se topa con la muchacha, que ya no lo será tanto, por la calle, bien hará en no sacar conclusiones precipitadas y juzgar sin saber. A ella no le importará demasiado, porque al fin y al cabo la muchacha nunca existió, pero eso de juzgar a la gente está bastante feo. En Torrelavega y en la China Popular.

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