Quemados
Las pruebas de fuego son una costumbre ancestral que ya aparecen en el Antiguo Testamento y que se hicieron una práctica frecuente en las ordalías ... de la Edad Media, en las que se sometía a acusados de diferentes delitos a pruebas de contacto con el fuego –sumergir en agua hirviendo, caminar sobre ascuas, quemar partes del cuerpo–. Si el acusado era inocente, el mismo Dios le libraría de las quemaduras, para que no se consumara la injusticia. La semana pasada asistimos a una sucesión trágica de quemados de diversa consideración, por esa práctica temeraria de poner la mano en el fuego por compañeros cercanos. La Justicia Divina no protegió sus carnes. Prueba de fuego es la de aquel accidente de aviación indio: todos muertos menos un individuo que salió andando.
Pero aquí hablamos de confianza en los colegas de profesión. Cualquiera que haya vivido en este mundo habrá podido concluir con hechos que le conviene no fiarse ni de su padre, si quiere evitar quemaduras de tercer grado o superiores. Eso en nuestra vida cotidiana. Pero si uno se mete en política, donde, sin ofender, el número de golfos apandadores, trepas sin escrúpulos, fontaneros del trapicheo y mercachifles codiciosos es muy superior a la media, poner la mano en el fuego por alguien solo puede entenderse por una ingenuidad entrañable o por una caradura de adamantium.
Por eso no me explico que los quemados y los golfos siempre piensen que ellos no se van a quemar. Nosotros contemplamos el achicharramiento con incredulidad y cabreo, lo que provoca desafección a la política. Y te convierten en un descerebrado que piensa con el culo a la hora de votar. Y acabas votando al tonto del pueblo. Así que nos piden que confiemos. También hay gente honrada. Que pongamos la mano en el fuego.
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