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Carlos López-Otín. José Ramón Ladra
Carlos López-Otín: «Pensé en el suicidio»
Entrevista

Carlos López-Otín: «Pensé en el suicidio»

Uno de los científicos españoles de mayor reputación internacional, presenta su primer ensayo, 'La vida en cuatro letras'

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Jueves, 11 de abril 2019, 00:02

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Carlos López-Otín (Sabiñánigo, 60 años) guarda un tesoro de papel en la librería de su casa asturiana de Salinas. Lo llama su «bien más preciado». Se trata de la novela 'Cien años de soledad' con una dedicatoria de su autor, breve y maravillosa. Gabo tachó con un rotulador negro la palabra 'soledad' y anotó de su puño y letra 'felicidad', con lo que la dedicatoria queda así: «Cien años de felicidad para Carlos, con un abrazo. Gabriel».

Con una fotocopia de esta página remata López-Otín su primer ensayo, 'La vida en cuatro letras' (Paidós), donde precisamente plantea si llevamos escrita la felicidad en nuestros genes. El autor es uno de los científicos españoles de mayor relevancia internacional (está entre los diez más citados de Europa), su 'factor h' -un medidor de la calidad profesional de los científicos- supera el de muchos Premios Nobel y, aunque se lo han rifado fuera, siempre ha querido estar ligado a la Universidad de Oviedo, donde imparte clases como catedrático de Bioquímica y Biología Molecular. Sus contribuciones a la ciencia y la medicina han merecido reconocimientos como el Premio Nacional de Investigación (2009) y desde su laboratorio ha descifrado el genoma de 500 pacientes con cáncer, además de lograr importantes avances en el campo del envejecimiento acelerado y la muerte súbita.

Casado y con dos hijos (una médico de Urgencias y un psiquiatra que lo dejó todo por el Naturalismo), López-Otín es considerado una eminencia mundial en su campo, un científico respetado por sus colegas y querido por sus alumnos. En suma, podemos decir tranquilamente que es un profesional de éxito, que además cultiva otras artes del conocimiento (la lectura, la escritura, la fotografía...) y despliega una cultura y una humanidad impresionantes que lo convierten en un perfecto hombre del Renacimiento del siglo XXI. Por eso sorprende tanto que arranque 'La vida en cuatro letras' desnudando con crudeza unas tristezas que le empujaron al borde del suicidio. Aquel eclipse del alma le sobrevino una tarde del final del verano de 2017 en la que apuraba uno de esos catorce días de felicidad a los que, según los criterios de Abderramán III, podemos aspirar los humanos. «Recibí una llamada que me advirtió: 'Van a por ti'». Desde ese preciso instante, lo que parecían pequeñas disputas profesionales «acabaron por causarme una tristeza tan grande que el mundo empezó a temblar bajo mis pies». Habla el profesor de acoso laboral, de pesadilla, de agresividad y sordidez en su entorno de trabajo. «Me alejé de todo y de casi todos. Creía que era el hombre más feliz del mundo y, en un abrir y cerrar de ojos, pasé a ser el más triste».

En plena vorágine de su apocalipsis vital, le comunicaron que una sorprendente infección en su laboratorio obligaba a sacrificar de inmediato los ratones modificados genéticamente en los que habían invertido miles de horas de esfuerzo para buscar respuestas a enfermedades incurables. Y, para rizar el rizo, a los pocos meses debe retirar de golpe ocho de sus investigaciones por presuntas manipulaciones, que él y su equipo siempre calificaron de «errores formales muy menores, que en absoluto invalidaban sus resultados». Con una depresión de caballo (él lo llama decepción), se puso en manos de un psiquiatra («mi maestro zen») que, nada más evaluar su estado, le ordenó ingresar en una clínica. Carlos pidió que le cambiara ese aislamiento por otro menos forzado, así que se marchó a Mallorca y en 28 días, con sus 28 noches, se embarcó en este ensayo con asombrosos datos autobiográficos como si fuera su última tabla de salvación.

- ¿Cómo un científico que trabajaba para alargar la vida se cansa de vivir?

- Será por mi genoma, pero desde niño he entendido que la solidaridad es la cumbre de la felicidad, que cada adversidad tuya o ajena es una lección de humanidad. Y con todo eso he vivido feliz durante 60 años. Nunca he tenido ninguna aspiración económica, ningún estrés… no soy religioso, sí espiritual, y he tenido la sensación de felicidad extrema aunque me han pasado cosas muy duras. Pero me di cuenta de que en la sociedad actual hay mecanismos muy simples para que si alguien quiere destruir a otra persona lo pueda hacer. Y le sale prácticamente gratis. En mi caso, me hicieron una revisión exhaustiva hasta la última letra de 450 artículos científicos. Y al final encuentran que no hay nada sustancial. De 450 artículos de hace ocho años, solo hay errores de presentación en unos pocos y ninguno es conceptual. Vinieron a por mí. Eso coincidió con el sacrificio de los ratones... Yo porque me insulten o me quiten el honor, sobrevivo. Pero si me quitan el trabajo… no sólo es el mío, es el de mis discípulos, mis estudiantes, el de todas las personas en el mundo para las que estos ratones eran el modelo para diseñar fármacos contra enfermedades incurables. Me hundí. Me cansé de vivir. El propósito de mi vida nunca ha sido ganar dinero. No lo necesito. He rechazado ofertas millonarias de trabajo. Pero, de repente, alguien te hace la vida imposible y pierdo mi 'ikigai', mi propósito en la vida. Por eso este libro empieza siendo de autoayuda. Pero también enseña cosas radicales, como que una persona con un estatus científico impecable, que no molestó nunca a nadie, que jamás tuvo aspiraciones de ser director de nada, entra en silencio y piensa en el suicidio.

Desde esa profunda tristeza, López-Otín es capaz de hablar en su libro de la felicidad, y cita a cuatro seres felices. El califa cordobés Abderramán, el primero que se atrevió a cuantificar la felicidad con esas catorce jornadas memorables; la ya fallecida Jeanne Calment, el ser humano con la mayor longevidad documentada (122 años y medio), adicta al chocolate y el vino; Matthieu Ricard, un bioquímico francés de 72 años metido a monje budista en Nepal al que le sembraron el cráneo con 256 sensores para certificar que cuando meditaba alcanzaba el más alto nivel de actividad cerebral registrado jamás, lo que se asocia con una gran capacidad para la felicidad y una mínima querencia para el pesimismo emocional. Y, sobre todo, habla de Sammy Basso, su colega de laboratorio y afectado por una enfermedad rara: el síndrome de envejecimiento prematuro. Sammy debía morir con 12 años. Hoy tiene 22 y disfruta de cada instante de su vida como si de verdad fuera el último. Incluso en condiciones tan adversas, el fragilísimo Sammy, con una fe religiosa inquebrantable, encuentra argumentos para abrir ventanas a la felicidad total.

- ¿Qué le ha enseñado Sammy?

- Que desde la situación biológica más devastadora se puede ser feliz. Ha desmentido a Schopenhauer, que decía que el 90% de la felicidad está en la ausencia de enfermedad. Es una de las personas más felices del mundo. Hemos cerrado un círculo. Empecé siendo su maestro y ahora no se sabe quién aprende y quién enseña.

A lo largo de 236 páginas, López-Otín desgrana una 'playlist' con 25 canciones, la banda sonora de su retiro del mundo: desde Antonio Vega, Luz Casal, Leonard Cohen, Patti Smith, Ray Lynch o Zaz a Haydn, Schubert, Beethoven... y 'Spiegel im Spiegel', de Arvo Part, que ocupa un lugar destacado. En alguno de los catorce capítulos (como los días felices de Abderramán) se enfunda la bata blanca de científico para explicar las cuatro letras de la vida (la A de adenina; la C de citosina; la G de guanina; y la de T de timina) e incluso aporta la primera ecuación de la felicidad. En otros se despoja de tecnicismos para tratar de definir qué es la felicidad y si ser feliz es cuestión de genes, asunto complejo de responder dependiendo de si se lo preguntamos a Sammy o al tendero de la esquina.

- Sin necesidad de viajar más allá de Orión, usted ha visto cosas que no creeríamos...

- He visto el sufrimiento, a padres que venían a pedirnos que les diéramos algo más de vida a sus hijos, porque estaban desahuciados. Pero en el dolor he visto la generosidad humana, porque muchos de estos padres de niños con envejecimiento prematuro que los han perdido han seguido ayudando y colaborando por si aparecen nuevos casos. La gente que ha sufrido muchísimo es generosa. La primera clave, la primera receta de la felicidad, es aceptar la imperfección humana. Curiosamente, quienes más imperfectos son menos la aceptan y más exigen la perfección en los demás, convirtiéndose en seres tóxicos.

- ¿Cuántos días felices ha vivido de esos catorce que dice Abderramán?

- Ocho. Llevo dos años sin sumar uno solo y quiero llegar al cupo. Estuve a punto de no sumar ninguno más, porque no veía salida.

- En el libro habla de un día increíble en Zanzíbar viendo una coreografía de colores de los vestidos de las zanzibareñas que recogían algas en la playa recortada contra un mar que, con la luz, iba adquiriendo tonos azules... ¿Fue el último día feliz?

- No, ese fue el quinto. El último fue en Salinas, donde vivo, mirando el mar en los últimos días del verano de 2017.

- ¿Bebería la pócima de la inmortalidad?

- No. La inmortalidad es impensable y desaconsejable. Después de leer el cuento de Borges 'El inmortal', 'Los viajes de Gulliver' y 'Las intermitencias de la muerte', de Saramago, nadie debería aspirar a ser inmortal.

- Cita decenas de nombres de todos los campos, Ramón y Cajal, García Márquez, Yourcenar, Balzac, Kandinski, Dylan, incluso Angelina Jolie… pero habla de Rafa Nadal como referente...

- Es que lo es. Yo lo enseño a mis alumnos. Posee un genoma con unas variantes que le permiten tener un desarrollo atlético muy potente, una resistencia impresionante, pero no por eso se convirtió en un gran tenista. Para eso tuvo que esforzarse.

- Usted asistió a la devastación de su padre. Cuenta que habría preferido acortar su fase final, cuando él ya había desconectado del mundo. ¿Qué opina de la eutanasia?

- He visto morir a mi padre y me habría gustado ahorrarle un año entero de su vida. A él también le hubiera gustado. Creo que, en las decisiones fundamentales de la vida, tenemos que tener la última palabra y no que otros decidan por nosotros. Respetando todas las opiniones, a mí me gustaría tener la última palabra sobre mi vida y sobre mi muerte.

- La fragilidad biológica no está reñida con disfrutar de los placeres, ¿cuáles son los suyos?

-Hacer fotos, leer y ahora escribir.

- ¿Qué gen le habría gustado tener?

-El otro día pregunté esto mismo en clase a mis alumnos. Un chico levantó la mano y dijo que le gustaría quitarse el gen que le causa unas migrañas que no le dejan vivir. Yo he sido muy afortunado en la lotería genómica. He llegado a los 60 durmiendo apenas cuatro horas diarias y sin el más mínimo estrés. Entre descifrar mi genoma y los de otros, prefiero los de otros, porque son enfermos. No, no cambiaría ninguno de mis genes ni ninguna de mis imperfecciones. Fíjate, gracias a esta gran imperfección de que hayan encontrado unos errores en unos artículos para destruirme, ha salido este libro. Llegó la ola, me ha mojado hasta el último rincón del alma, pero no me ha arrastrado. Yo que tenía la vida hecha, construida y sólida, he pensado en el suicidio… Y si yo lo hago, ¡cómo no niños de 15 años que no solo lo piensan, sino que se suicidan!

-¿Y por qué se llega a suicidar un adolescente?

- Porque no encuentra su lugar en el mundo. Necesitamos encontrar nuestro lugar en el mundo y eso se decide en la adolescencia, donde situamos nuestros referentes. Hay adolescentes que se sienten marginados por ser pelirrojos o gordos. Esta gente es con la que yo me comunico ahora, no con científicos. Antes los insultos se acababan cuando se cerraba el instituto y te ibas a casa, pero ahora, con las redes sociales…

- ¿Nos hacen menos felices?

- Cada uno tiene un nivel genéticamente determinado de felicidad, y la gente cree que diciendo en público que es feliz y poniendo una foto sonriendo mejora su nivel de felicidad. Esto es ficticio.

- ¿Cuándo lloró por última vez?

- Ayer mismo, pero por una emoción positiva.

- Cuenta que mirar una célula es un espectáculo insuperable. ¿Qué mundo le parece más perfecto, el microscópico o el real?

- ¡Hombreeee…! La vida por dentro. Es espectacular. Es imperfecta, pero se lucha por la armonía y por el bien común. Por eso estamos aquí, por eso pasamos de ser bacterias a ser humanos. La sociedad celular es completamente altruista. Hay células que se suicidan por el bien común.

- En el libro surgen científicos españoles extraordinarios como Margarita Salas, Fuster o Juan Carlos Izpisúa. Otro investigador, Mariano Barbacid, acaba de presentar unos alentadores estudios en los que ha eliminado el cáncer de páncreas en ratones modificados genéticamente... ¿Para cuándo un Nobel español?

- Es muy difícil. El Nobel no te lo dan por la trayectoria científica. Si fuera por eso, Margarita lo habría merecido. Y también Mariano, que participó en el descubrimiento del primer oncogén, pero se lo dieron a otros. Para mí, ganar el Nobel me ocupa el cero por ciento de mis pensamientos.

- ¿En su tristeza ha entrado ya algo de luz?

- Algo sí. Entró luz cuando volví a impartir clases, después de no faltar a una en 31 años.

- ¿Seguirá dando clases?

- No lo sé. No sé si ya se habrá disipado el ambiente tóxico. Ahora tengo unas ofertas de trabajo estupendas.

- En su ensayo aporta cinco claves y catorce recomendaciones para ser feliz, pero si ha de quedarse con una sola...

- Acepta la imperfección, alégrate con lo que tienes, alégrate de los demás, deja que la gente sea feliz, porque crearán un entorno del que te beneficiarás. Hazte más corresponsable de tu salud, la mental, la física y la emocional. Llena tu vida de emociones positivas y trata de apartar las negativas.

Biografía

La vida en cuatro letras. Es de la editorial Paidós. Tiene 236 páginas y cuesta 17,95 euros.

Carlos López-Otín nació en Sabiñánigo en diciembre de 1958. Desde las montañas de Huesca inició un viaje científico al mismísimo centro de la vida. Se formó en Biología Molecular en el Centro Severo Ochoa y en varias universidades, Harvard entre ellas. Es catedrático y lleva 31 años dando clases en la Universidad de Oviedo.

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