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Los sanitarios también tienen familia

Cada día, en el trabajo, están cara a cara con el virus. Cuando terminan la jornada, su gran preocupación es no volver a casa con él y contagiar la enfermedad a sus familias

José Ahumada

Santander

Domingo, 5 de abril 2020, 07:25

Ana Jordá - Pediatra en el Hospital de Laredo

«Quedarnos en casa es la forma en que los demás podemos apoyar»

Ana cocina y su marido, Enrique, está descubriendo su talento para inventar actividades para sus hijas. fotografías: Daniel Pedriza

Durante la primera semana, Enrique Gutiérrez probó con el teletrabajo. En teoría, este arquitecto podía seguir desempeñando su labor de informático para su empresa: disponía de equipos y buena conexión e incluso había transformado el cuarto de plancha en despacho. Pero la realidad se impuso: con dos chiquillas pequeñas (una ha cumplido tres años durante el encierro y la otra hará cinco en unos días), no había manera, así que decidió cogerse vacaciones y emplearlas en atender la casa y mantenerlas entretenidas. «Nos preocupa que las niñas estén bien y no las puedo dejar en una habitación, bastante tele ven ya. Necesitan correr un rato, hacer ejercicio... Por suerte tenía un rodillo para la bicicleta y ahora lo utilizo para ellas. Recorto los briks de leche, forramos las cajas de ColaCao... todo lo aprovechamos para manualidades. Y hasta hemos montado una tienda de campaña en el salón. Pero necesitan atención constante: propongo cualquier actividad y a los cinco minutos ya lo han hecho».

Mientras se inventa juegos para sus hijas también piensa en la enfermedad y en lo que están haciendo su mujer y todo ese sector de la sanidad. «Se trata de no agotar los recursos de los hospitales, de conseguir que no se saturen las Urgencias. Tenemos claro que van a ser uno o dos años –puede que el virus vuelva más débil, que la mitad de la población esté inmunizada...–, pero esto no desaparece de un día para otro. Por eso alucinamos con que la gente no tenga conciencia de que hay que estar en casa, que es la forma en que los demás podemos apoyar: es lo mejor que puedo hacer por mi mujer».

Argentina Cabarga - Auxiliar de enfermería en Valdecilla

«No merece la pena volverse paranoicos: hay que asumir que hay riesgos»

Mientras no entre el virus en casa, Luis Miguel y Argentina hacen una vida razonablemente normal. DM

Lleva mucho tiempo trabajando en Urgencias: el día a día ahí no es una actividad sencilla y el cuerpo se aclimata. Quiero decir que aunque esta situación es espectacularmente especial no se trata de algo mucho más allá de lo habitual», explica Luis Miguel Mediavilla. «Recuerdo otras crisis, como la del ébola –que al final se quedó en un susto–; aunque vagamente, nos es familiar esta situación».

En su casa, este episodio del coronavirus se afronta con una mezcla de valentía, sentido del deber y resignación. «No merece la pena volverse paranoicos: hay que asumir que hay riesgos. Yo estoy en una acería –por lo visto se trata de una actividad esencial porque exportan–, y como estamos saliendo cualquiera de los dos puede volver a casa con el bicho: está claro que tenemos más números para cogerlo que uno que está en casa, porque por whatsapp no le van a pegar el virus. Tenemos dos habitaciones y una está preparada por si uno de los dos tuviese síntomas, pero mientras no se dé el caso hacemos una convivencia más o menos normal». Eso, traducido al día a día, consiste en tener un contacto poco más allá de lo imprescindible y saludarse con el codo.

A su mujer le preocupa, sobre todo, mantener a salvo a su padre y a a su tío, ya mayores. «Noto que la procesión va por dentro. Ha habido que restringir el contacto con ellos porque son de alto riesgo y cualquier error puede resultar fatal. Eso es algo que te hace extremar cualquier precaución».

«Hay que trabajar para ganarse la vida, y hay trabajos que eliges tú y otros que te eligen a ti: el de ella es su vocación, y hay que asumir todo lo que supone con naturalidad».

Patricia Pulido - Subdirectora de Enfermería. Se contagió de Covid-19

«La doctora Fariñas me dijo que no estaba bien, que me hiciera la prueba»

Patricia y Raúl con sus hijos, superando la enfermedad en familia. DM

Fueron días de mucho trabajo preparando las Urgencias en Valdecilla, por donde debía pasar la avalancha de enfermos que se temía. Ella se sentía cansada, con dolor de cabeza, dormía mal... pero lo achacaba al trabajo. «La doctora Fariñas, jefa del Servicio de Infecciosas, me dijo con buen ojo que no estaba bien, que me hiciera la prueba». Y dio que sí.

A su marido, Raúl González, le dieron la noticia cuando iba a entrar a trabajar. «Cuando llegué me dijeron que habían llamado y tenía que irme a casa, quince días confinados».

Así empezó un periodo de preocupaciones: ella, con miedo a pegárselo a los demás (a él y a sus dos hijos); ellos, pendientes de cómo evolucionaba la enfermedad. Afortunadamente, todo fue bien. «Viéndola tan calmada y como no tenía apenas síntomas, salvo el dolor de cabeza, me tranquilizaba. Lo hemos vivido de una forma distinta a otros: todos llamaban preguntando que qué tal, con mucha preocupación, y yo dando ánimos porque la veía bien. Será por la carga viral, decía ella, yo no lo sé. Pero ella, que es sanitaria, conoce su cuerpo y veía que no iba a más. Igual si me pasa a mí se juntan todos los males».

El caso es que han pasado los días, los demás no se han contagiado y Patricia Pulido ya está lista para volver al trabajo. Mientras ha durado el encierro ha descansado, ha visto la tele, ha leído y ha ordenado la habitación. Él, además de encargarse de todo, ha aprovechado el tiempo para organizar, limpiar y pintar el chalé. «La casa está perfecta, como para venderla».

Beatriz Casanueva - Enfermera en Valdecilla

«A ver cómo calmas a un niño de un año por la noche si no es cogiéndole»

Si Álvaro está tan tranquilo con el ordenador es porque Beatriz está atendiendo al niño mientras tanto. DM

Cualquiera de los dos podría ser el protagonista, porque se trata de una pareja de sanitarios: ella es enfermera y él, Álvaro González, auxiliar de enfermería, ambos en contacto con enfermos de coronavirus. Su vida tiene una complicación –una bendición, en realidad– añadida: un muchachito de un año. Si alguien lo sabe, que les explique cómo se hace para guardar las distancias con una criatura que todavía está mamando.

«Yo tengo jornada reducida y estoy haciendo cambios de turno con mi mujer para no coincidir y no tener que dejar al niño con nadie. Cuando ella está de mañana y yo de tarde, o ella de noche y yo de mañana, salgo con él al hospital y allí hacemos el cambio sin que se baje de la furgoneta. Es un poco estresante pero sí que nos amoldamos: es resignación, aceptación y mucha organización. Merece la pena el sacrificio».

En casa tienen preparada una 'zona sucia' a la entrada: el que ha estado trabajando se quita la ropa y la mete en una bolsa, desinfecta el calzado y sube a ducharse. El otro se encarga de meter al chaval en el salón para que no se entere de que ha llegado y se lance. Una vez limpios es imposible no darle algún achuchón, por mucho que se intente mantener esa distancia de seguridad.

«Yo le sigo dando teta. Por lo que se lee hasta ahora, hay muy poco riesgo de transmitir la enfermedad a través de la leche materna. Si lo tienes, al final se lo vas a pegar de cualquier forma: al besarle, al respirar mientras mama... Él también nota que pasa algo, que no sale, que no ve gente. Está pesado y tiene que dormir conmigo a veces. Le tengo que dar de mamar por la noche, con los dientes saliéndole... A ver cómo le calmas si está llorando a las tres de la mañana si no es cogiéndole».

María José Bartolomé - Médico anestesista en Valdecilla

«He pasado de cazador de leones a limpiar los pomos con lejía»

Joaquín y María José guardan las distancias en casa. Daniel Pedriza

Joaquín Morales salió hacia Camerún el 1 de marzo para realizar un estudio de viabilidad sobre un área de caza, para comprobar sobre el terreno si estaba justificado realizar esta actividad. Al llegar, se encontró con el mismo panorama de tantos países: empezaban a detectarse casos de coronavirus hasta que, el día 17, Camerún decidió cerrar fronteras y limitar movimientos. Esa situación le sorprendió en Garua, a mil kilómetros del aeropuerto de Yaundé, la capital.

Salir pitando de allí le llevó diez días: dos de coche y el resto recluido junto a un grupo de europeos en un hotelito tras apuntarse a las listas de repatriación en las embajadas, y sin saber muy bien cómo acabaría la cosa mientras el ambiente en la calle se iba caldeando.

Volvió como pudo. Un vuelo a Bruselas, otro a Fráncfort y de ahí a Madrid, donde alquiló un coche para llegar el pasado domingo a Santander, que ya era una ciudad completamente distinta de la que dejó.

También habían cambiado las cosas en casa: su mujer, médico anestesista, había sido reclutada para atender pacientes de Covid-19 y él, con un problema de inmunodeficiencia, venía de una zona de contagios, así que ahora viven una especie de confinamiento por duplicado. «Ahora mismo ella está más en riesgo que yo, a no ser que haya venido con ello, que no lo sé. Llega a casa de trabajar, se mete en la ducha y se coloca la mascarilla como si siguiera en el hospital. La semana pasada le hicieron un análisis y dio negativo».

Sabe que mientras dure la situación, este va ser el plan. «Guardamos las distancias, tenemos la casa repartida y yo estoy durmiendo en el sofá, como si me hubiera portado mal. Desde que llegué estoy dedicado a las labores del hogar, y lo hago muy a gusto: he pasado de cazador de leones a limpiar los pomos de las puertas con la bayeta y lejía. Soy como el hombre blandengue que decía el Fary».

Silvia Martínez - Enfermera en Valdecilla

«Cuando estás trabajando estás más relajada, andas a otro tema»

Mercedes prepara la bandeja con la comida de su hija, que no sale de la habitación. DM

En otras circunstancias, decir que Mercedes Antón cumplió los sesenta el pasado día 8 no vendría a cuento, pero en este momento sí: en Correos, donde trabaja, se considera que a partir de esa edad se es personal de riesgo y la mandaron para casa. Eso tiene su parte buena, que es no estar en danza por la calle, y su parte mala, que es pensar más de la cuenta. Con una hija atendiendo enfermos de coronavirus en Valdecilla y un marido que trabaja en el CAD de Sierrallana, donde también se han detectado casos de la enfermedad, es comprensible.

«Tengo más miedo por mi hija, que es la que está más expuesta a ello. Llega a casa, se ducha, coge su ropa y la echa a lavar o la mete en su cuarto, y prácticamente no sale. Le llevo la comida a la habitación, y en cuanto abrimos un poco dice '¡cierra! ¡cierra! ¡no toques nada!'. Creo que tiene miedo de llegar y que nos lo pegue».

«¿Preocupada? Lo estuve más el otro fin de semana, cuando decían que no había material sanitario y faltaba protección, y en la tele daban mucha información y lo ponían muy mal. El lunes ya nos pusimos cada uno a lo nuestro, y cuando estás trabajando estás más relajada, andas a otro tema».

«A veces pienso que estaría mejor en el trabajo, porque te centras en ello y te olvidas un poco de lo que hay. Aunque en casa también me estoy organizando, haciendo cosas que hacían falta... no me estoy recreando en ello. Procuro estar entretenida: practico algo de yoga, he empezado un libro y lo cojo cuando puedo... que tampoco tengo tanto tiempo. Esto ha sido algo que no esperaba nadie y habrá que sacar consecuencias: valorar lo que realmente importa y dejar las cosas que no conducen a nada».

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