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El mundo oculto tras «Quicksand», de David Bowie

El mundo oculto tras «Quicksand», de David Bowie

DMúsica ·

Esta composición, incluida en el repertorio del venerado «Hunky Dory» (1971), esconde un importante puñado de referencias literarias y filosóficas que pusieron sobre la mesa las pasiones y los temores del Duque Blanco.

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Domingo, 14 de noviembre 2021, 16:37

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Qué gran disco. Qué decisivo fue para que Bowie, hoy alzado a la categoría de Dios, comenzara su camino hacia ella. De esa particularísima cosmovisión del pop que dejó inscrita en este álbum publicado en 1971, con una vuelta a las formas ya sembradas en «Space Oddity», se extraen además infinidad de matices simbolistas y simbólicos que, no solo nos ayudan a valorar su caleidoscopio artístico, sino que también nos acercan a comprender su mundo interior.

«Hunky Dory», que abre con la incunable «Changes», contiene la inmortal «Life on Mars?» y se pasea por tributos personales a referentes como Dylan («Song for Bob Dylan»), «Andy Warhol» o a la Velvet Underground («Queen bitch»), acoge también piezas de segunda línea pero con una vocación existencialista tal, que merecen ser rescatadas y alzadas cincuenta años después. Sí, medio siglo hace ya de que este repertorio viera la luz, medio siglo de señales que no se desvanecen ni pierden su nervio hacia lo que de verdad importa y todos nos planteamos alguna vez. Y una de esas canciones es «Quicksand».

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La importancia de los roles reales

Grabada el 14 de julio de 1971 en los estudios Trident de Londres como el resto de temas que componen el disco, «Quicksand» resuena a conceptos budistas al ritmo de las cuerdas que dejó grabadas para la ocasión Mick Ronson, fiel acompañante de Bowie en su etapa glam. Una balada con tintes ocultistas que se pasea de lleno por el concepto de «sociedad mágica» de la Aurora Dorada, aquella organización secreta y esotérica en la que se estudiaba y se practicaba la magia, la astrología, el tarot y la alquimia para dar explicación a los hechos, que fue fundada en Londres en 1888. A uno de sus miembros más reconocidos, Aleister Crowley, Bowie hace referencia directa en su letra nada más arrancar: «Inmerso en el uniforme de Crowley, de imaginería. Estoy viviendo una película muda», dice.

Y es que, la atracción natural de sir Bowie por lo paranormal, en esa búsqueda constante por asuntos que van más allá de la realidad evidente, siempre aliñó el sentido conceptual de su obra. Formas que se intuyen, frases que dan pistas y mensajes cifrados, pero también canciones como esta «Quicksand» en la que habla de todo ello sin esconderse, sin tapujos. Así lo hace además con Himmler; pero claro, es que Nietzsche fue otra de las fuentes filosóficas de las que bebió, y su teoría del «superhombre», que desmenuza todavía mejor en «Oh! you pretty things» (también en este disco), lo demuestra de un modo magistral refiriéndose irónico -pero a la vez muy contundente- a la supremacía nazi que paralizó al mundo una vez. Y ojo, que también aparece Winston Churchill entre los versos, porque nadie quedó nunca a salvo de la lengua divina de Bowie en sus afiladas, y encriptadas, críticas al sistema o incluso a la misma vida: «Prueba evidente de las mentiras de Churchill, soy el destino. Estoy dividido entre la luz y la oscuridad, donde otros ven sus objetivos».

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El enigma como revulsivo

Sin embargo, si algún poso literario sobresale en esta oda a la visión alternativa del mundo que plantea Bowie, ese es, sin ninguna duda, «El retorno de los brujos». El libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier, publicado por primera vez en Francia en 1960 y traducido al inglés en 1963, cayó en sus manos a mediados de los sesenta abriéndose ante él una nueva forma de observar y percibir el mundo, o incluso de asistir al mismo. La existencia de civilizaciones perdidas, de fenómenos sobrenaturales, de sucesos heredados de la historia (sobre todo del nazismo) e incluso de experimentos parapsicológicos que plantean estas páginas, pretendieron instigar una revolución cultural en la que el individuo ha de deshacerse de los prejuicios establecidos por el orden impuesto y abrir la mente a otras lecturas e interpretaciones de la realidad. Una nueva percepción de los hechos que otorgue al ser humano una conclusión más completa, y posiblemente más certera, de lo que nos rodea. Bowie, cómo no, perpetuo transgresor, estaba preparado para ello.

A medio camino entre lo fantástico y lo heterodoxo, el músico plasmó reminiscencias de esta obra que parapetó el entendimiento de los años sesenta y los setenta, en versos como «Me estoy hundiendo en las arenas movedizas de mi pensamiento y ya no tengo el poder. No creas en ti mismo, no engañes con la fe; el conocimiento viene con la liberación de la muerte». Con este nivel de dramatismo sentenció sus dudas en la humanidad y las razones de peso que, sobre esta, habían circulado históricamente.

¿Conspiraciones sin sentido? No sabemos, puede ser. Muchos críticos de la época tildaron de ello a «El retorno de los brujos». O no, puede que tampoco estuvieran tan desencaminados los autores franceses con sus planteamientos. Lo que sí es cierto, es que de ahí nació una canción imperecedera, que trajo consigo una de las etapas más fulgentes de David Bowie, y aquello poco tenía de irreal. Aunque quizá solo en el personaje de Ziggy Stardust, que vendría inmediatamente después, podamos encontrar las respuestas; por lo menos las suyas.

Mientras llegamos a ellas, podemos ir reposando en aquella «Quicksand» sonando en directo junto a Robert Smith, de The Cure, insistiendo en la idea de que: «No soy un profeta ni un hombre de la edad de piedra. Solo un mortal con el potencial de superhombre. Estoy atado a la lógica del Homo Sapien». Y lo mejor, o lo peor, es que todos nosotros también.

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