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Los que llevamos años investigando la conducta humana nunca dejamos de sorprendernos y no para bien. En mi experiencia, a pesar de tener conocimiento directo ... de crímenes truculentos que deberían haberme inmunizado ante la perversión de la conducta humana, como por ejemplo el caso de Juan Carlos Aguilar, el falso monje shaolín de Bilbao que en 2013 torturó con saña y descuartizó al menos a dos mujeres, me preocupa cada día más la precipitación de nuestra sociedad hacia una clara era de la psicopatía.
Habría que poner nuevamente sobre la mesa el manido debate filosófico sobre la maldad o bondad innata del ser humano, que se prolonga hasta nuestros días. Rousseau en el siglo XVIII afirmó que el ser humano es bueno y empático por naturaleza y no son sino la competencia y la envidia las que despiertan la agresividad y la maldad. Si aceptamos como correcto este postulado, en el trascurso de estos tres siglos no hemos mejorado ni un ápice, sino más bien todo lo contrario en lo que a la competitividad social a cualquier precio se refiere. Sin grandes esfuerzos podremos identificar a alguna persona de nuestro entorno que no tiene escrúpulo alguno en utilizar al semejante para su proyección personal o profesional, sin remordimiento o empatía algunos ante el sufrimiento ajeno, con claros rasgos psicopáticos de libro.
De igual forma muchas personas han sufrido el síndrome de Procusto o de alta exposición, que se manifiesta cuando los dirigentes de una organización o empresa, en vez de potenciar el talento e impulsar la valía profesional, intentan pisotear y hundir al que sobresale porque 'deja en evidencia' la ineptitud o gris personalidad de los que se encuentran en los puestos de dirección, coartando e impidiendo su desarrollo profesional.
¿Hay por tanto que darle la razón a Hobbes, que ya en el siglo XVII afirmaba que nacemos con la maldad inserta en nuestro íntimo ser, de manera que «el hombre es un lobo para el hombre»? Un rápido vistazo a cualquier telediario nos regala noticias tan descorazonadoras como que en España el auge de los delitos contra la libertad sexual se ha incrementado considerablemente. La cifra crece hasta un 34,3% con respecto a 2020, periodo marcado por la pandemia, y un 14,4% en relación con 2019; que los delitos de odio de carácter racista o xenófobo suben también o que entre nosotros la violencia de género se encuentra en ascenso, amén de los pinchazos a mujeres en las fiestas, claramente con el único ánimo de causar alarma social en un mal entendido método de retorcido divertimento.
Pero ¿no es cierto que cada vez tenemos mayor tolerancia hacia las noticias de contenido violento y nos causan menor impacto?¿O quizás es que nos estamos convirtiendo en unos consumidores voraces de noticias truculentas, buscadores de emociones fuertes, sean en forma de selfies autolíticos o de imitación de nuestros psicópatas de cabecera preferidos?
No pensemos que eso sucede en países transoceánicos o que estamos libres de culpa. En nuestras casas hay acceso a una o varias plataformas digitales donde, según registran las estadísticas, se han visualizado con avidez series de violencia explícita como 'El juego del calamar' y películas como 'American Psycho' o 'The Joker' que han roto registros de preferencias, en muchos casos sin control parental en absoluto. Y qué decir de series policiacas como 'Saw', 'Mindhunter' o 'Mentes criminales', paradigmas de las investigaciones de crímenes retorcidos llevados a cabo por psicópatas o asesinos seriales, varios de los cuales han visto su vida inmortalizada en películas como 'Ted Bundy. Durmiendo con el asesino' o 'The Night Stalker. Richard Ramírez'. Series que por otra parte a los profesionales de la investigación criminal nos resultan descorazonadoras, por aquello de dar pistas a los delincuentes... pero ese es otro tema.
Probablemente el éxito de este tipo de películas está relacionado con la fascinación que el ser humano tiene hacia el mal, en nuestra propia naturaleza, que no es de una luz blanca inmaculada o una oscuridad negra profunda, sino más bien conformada por una amplísima gama de grises que varían a lo largo de nuestra vida.
Aunque mi percepción de la conducta humana os pueda parecer pesimista, ante una sociedad que claramente evoluciona de manera psicopática, con una generalizada manipulación y utilización del semejante para el propio beneficio, realmente soy un gran optimista que piensa que el cambio es posible y que un grano sí hace granero.
Los delincuentes más primarios y visibles, que copan las noticias, seguirán siendo el objetivo a perseguir por parte de los investigadores criminales, pero espero con ansia ese día en que los psicópatas integrados que se esconden entre nosotros, esos criminales ocultos, que utilizan su encanto hipnótico y llevan a cabo su labor tenaz e hipócrita, sean desenmascarados y dejen de ser ensalzados y elevados a la categoría de ejemplos a seguir. Trabajemos para ello desde hoy mismo.
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Nacho González Ucelay
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