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En los últimos años, la salud ha dejado de ser un asunto exclusivamente médico. Hoy, hablar de salud es también hablar de economía, tecnología e ... innovación.
Un sistema sanitario desarrollado, de cobertura universal y amplias prestaciones, financiado con impuestos generales, con implantación en todo el territorio, innovador y bien gestionado constituye un pilar fundamental de cualquier democracia avanzada. En primer lugar, porque garantiza altas cotas de bienestar a toda la ciudadanía a lo largo de su vida. También porque tiene un notable potencial redistributivo y de reducción de la pobreza, favoreciendo la cohesión social y territorial. Y, además, por su papel estrictamente económico: no solo por lo que aporta el sector sanitario en términos de valor añadido y empleo, ya de por sí muy relevantes, sino sobre todo por su contribución al crecimiento potencial de la economía.
Alfred Marshall, uno de los economistas más influyentes de finales del siglo XIX y principios del XX, subraya en su obra 'Principios de Economía' (1890) que la salud es una forma de capital humano esencial: mejora la productividad, reduce la pobreza y eleva el bienestar general, siendo clave para un desarrollo económico sostenible (sic).
Desde hace más de una década, la innovación está presente en prácticamente todas las agendas de desarrollo empresarial, incluido el sector sanitario. Son muchas las iniciativas que han surgido en España para apoyar el desarrollo de innovaciones sanitarias. Producto de este interés, el Colegio de Economistas de Cantabria organiza el 16 de mayo las III Jornadas sobre Tecnologías e Innovación aplicadas a la Salud.
Los ámbitos de la I+D+i vinculados a la salud son cada vez más numerosos, y generan evidencia científica tanto en la prevención como en el diagnóstico, tratamiento y cuidado paliativo de las enfermedades. España cuenta con una sólida infraestructura de investigación biomédica, con una red amplia y diversa de actores que aglutina centros de conocimiento e innovación, institutos de investigación sanitaria y hospitalaria, así como empresas de los sectores industrial, biotecnológico y farmacéutico implicadas directamente en la salud.
En este contexto, el hospital es una fuente de riqueza, con bienes tangibles e intangibles que van desde los resultados en salud y el crecimiento profesional, hasta la industria y la economía del área geográfica de referencia. Los hospitales cubren una necesidad social y económica clave en su función de preservar y restablecer la salud de la población, pero también son empresas que generan productos, servicios y riqueza. En España hay unos 760 hospitales que emplean a más de medio millón de trabajadores fijos y generan un volumen de negocio de más de 44.000 millones de euros.
La industria hospitalaria cuenta con gran cantidad de profesionales y con tecnología, y es tremendamente diversa en cada uno de estos elementos. Cada área de actividad cumple una función específica en la producción de servicios, y su desempeño determina la calidad de los resultados.
A esta extraordinaria complejidad como empresa se añade su naturaleza jurídica y su dependencia económica y organizativa de estructuras superiores, a menudo territoriales, que determinan políticas y marcos normativos que pueden limitar o potenciar su autonomía. Cada vez es más habitual que las nuevas tecnologías sanitarias financiadas por el Sistema Nacional de Salud deban aportar una adecuada evidencia de su valor terapéutico y social en relación con su coste. La evaluación de tecnologías sanitarias es un proceso multidisciplinar que reúne información médica, social, económica y ética de una forma sistemática, transparente, sólida y no sesgada. Su objetivo es orientar la toma de decisiones en relación con la adopción o no de la tecnología, de acuerdo con las políticas de salud. Partiendo del objetivo y la posibilidad de generar financiación a través del retorno de la innovación, ésta debería convertirse en un vector para captar recursos y alinear objetivos y políticas a todos los niveles, tanto dentro como fuera del hospital.
Porque invertir en salud es invertir en capital humano. Por eso, la consolidación y el fortalecimiento presupuestario del Sistema Nacional de Salud debe verse ante todo como una inversión de futuro. Pero tan importante como mejorar la financiación del sistema –siempre limitada– es que todas las administraciones públicas se comprometan a evaluar sistemáticamente la eficiencia, eficacia y equidad de sus políticas sanitarias. Sólo sobre la base de análisis rigurosos, independientes y transparentes podrá promoverse un uso racional de los recursos públicos y una gestión de calidad de los servicios sanitarios, contribuyendo a la sostenibilidad del sistema.
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