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TEODORO SAN JOSÉ tsanjose@eldiariomontanes.com
Sábado, 12 de diciembre 2009, 10:57
Un todoterreno baja de Otero, de las faldas del monte donde se plantaron los aerogeneradores, y se detiene a la altura de Eladio Gómez; sin apearse de su vehículo, Alejandro Martínez tercia en la conversación acerca del parque eólico instalado más arriba. «Sinceramente. Ésto (y lo dice con el dedo gordo señalando hacia atrás, hacia los molinos) nos trae bien al municipio. Es rentable. No molestan y, por mí, que pongan más».
Ajenos a la controversia que se escenifica alrededor de la bahía a cuenta de los aerogeneradores y su temido impacto visual -una cuestión que allí siguen con cierto desdén-, en la montaña que sustenta esos artilugios sus paisanos ya los han hecho un elemento más de su paisaje. En Soba, único municipio de la región que hasta la fecha tiene instalado en su territorio un parque eólico, nadie protesta ni ve inconvenientes. Al contrario. Lejos de poner reparos, no se recatan en defender esa industria.
Sin apearse de su vehículo, Alejandro certifica que «esos 'hidráulicos' (por los aerogeneradores) nos dan vida» y coincidía con Eladio, que también es partidario de que que se instalen más aerogeneradores: «Que pongan más. Nadie se queja. Da beneficio al pueblo pues aporta dinero y nos permite arreglar caminos, que tanta falta hace para acceder a los 'praos' y a las cabañas. Ahora podemos ir en todoterreno; antes casi ni en burro o mula, porque se enfangaban».
Por ceder el terreno para la instalación de las torres o molinos -como allí denominan coloquialmente a los aerogeneradores- el Ayuntamiento y las juntas vecinales reciben una renta anual, un dinero del que están muy necesitados para solventar cuestiones básicas sociales. Y, además, estéticamente no aprecian ninguna agresión. Los han asumido y adoptado con naturalidad, como un elemento más de su territorio. «¿Que estropean el paisaje, dice usted? ¡Que va! Ahora hasta me parecen bonitos», dice Eladio. Y Alejandro, con su todoterreno en marcha ya alejándose del lugar se asoma por la ventanilla para reafirmar: «Los 'hidráulicos' están dado algo de vida a esto, que está muy muerto. Si no, al paso que vamos se despuebla del todo».
Las reticencias en Soba, si es que las hubo al principio a cuenta de los aerogeneradores, fueron por cuestiones más mundanas. Nada que ver con la estética, de la que a diario gozan y sufren a partes iguales. «Vivimos del campo y el campo es nuestra vida. Al principio pensábamos que harían daño a los animales o al ganado, pero nada más». María Teresa Arenal sale de casa al oír ladrar al perro, que en medio de la tranquilidad del valle suena más estridente de lo que es en realidad; presidenta de la Junta Vecinal de Villar, María Teresa destaca lo que ahora, con cerca de treinta mil euros más al año, pueden realizar en su pedanía: mejorar pistas y echar cemento a caminos, arreglar cosas del pueblo, alcantarillado, hacer un centro social en la antigua escuela...
«Y quedan muchísimas cosas por hacer, como el saneamiento. Antes esto estaba muy mal. Ahora se nota el cambio», explica María Teresa en clara referencia a obras y mejoras que les hacen un poco más llevadera la existencia en aquel duro entorno. Quizá por eso, por los beneficios que les llega a cuenta de la energía eólica, María Teresa tampoco se recata: «Ahora deseo que pongan más aerogeneradores», sabedora de que, como el maná, serán fuente de beneficios para sustento social del municipio. Al preguntársele por el impacto visual que generan, no puede evitar una mueca expresiva. «¿Impacto? No. Las montaña se ven lo mismo. A mí me parece bien, no me hacen daño». María Teresa concede que «se podría discutir si ahora es más bonito o menos bonito», pero rechaza que el criterio tenga que ser negativo «solo porque no gusta en Santander».
Enfrente, al otro lado del valle, la misma quietud que reinaba en Villar se respira en Santayana y Rehoyos, a mitad de camino de Fresnedo. Allí se mantiene idéntico discurso y se defiende la industria que, a ratos, según el recodo del camino, les vigila desde cinco kilómetros más allá. «Que el viento que a veces nos estropea el tejado que sirva para algo», dice Rosa Fuente, una joven ganadera. «Los aerogeneradores aportan beneficios y gracias a ellos se hacen cosas en estos pueblos porque el Ayuntamiento no puede con todo». Ve Rosa pocos inconvenientes en los molinos. «No molestan. Te acostumbras», dice, y, por el contrario, explica que los aerogeneradores «dan para arreglar cosas en zonas desfavorecidas como ésta. Se ha hecho mucho, pero aún queda muchísimo por hacer: pistas de accesos a fincas, farolas, centros de reunión... No molestan, aportan».
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