
Cuarentena con la huerta en casa
Santander ·
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Hay vecinos de la capital que pasan estos días en la calle, haciendo una vida más propia de un puebloExiste un Santander que parece haberse detenido en el tiempo. Una porción de ciudad que ha sobrevivido a la sucesión de planes de ordenación urbana y que conserva el modo de hacer antiguo, más propio del campo que de la urbe. Son espacios que se encuentran diseminados en el mapa: mirando al norte, en Cueto, o en Monte, donde decenas de hogares tienen reservado su espacio para la huerta, o donde se mantiene la ganadería; también en pleno centro, en la calle San Simón Entre Huertas, por poner sólo un ejemplo.
Quienes viven en estos oasis donde la modernidad pasó de largo son en esta temporada de confinamiento unos auténticos privilegiados. Están en la calle sin salir de casa, con lo cual es legal, y podrían vivir sin apenas pisar un supermercado porque pueden autoabastecerse durante largas temporadas de los productos esenciales para alimentarse.
«Lo único que empieza a escasear es la leche. Por lo demás, podríamos aguantar semanas», ironizan José Luis García y Ana Isabel Leal. El matrimonio vive en una de las casas que da a la calle Prado, junto al Río de la Pila. Es una vivienda unifamiliar y antigua, de varios pisos, que comparten con la madre de ella. En la zona baja cuenta con un terreno de algo más de 300 metros cuadrados, algo inclinado, pero que orientado al sur y bañado por el sol que se cuela entre los edificios aledaños supone un enclave perfecto para que crezca lo que plantan cada año. «Patatas, hortalizas, lechugas, frutales... Tenemos todo lo que podemos necesitar». Y los huevos los recogen todos los días de la puesta de las gallinas que tienen en uno de los casetos.
José Luis García| Vecino del Río de la PIla
«Vivir aquí es un lujo; porque estamos en el centro de la ciudad pero llevamos las costumbres de un pueblo. Estamos en la calle todo lo que queremos porque no deja de ser nuestra casa y eso está permitido incluso en estos tiempos de estado de alarma», confirma él, orgulloso, que apoyado sobre su azada atiende a este periódico desde la distancia porque un zarzal separa el camino de su propiedad.
Hace tiempo que José Luis se convirtió en uno de los vecinos que se puso a la vanguardia de la lucha vecinal por conservar el barrio tal y como está. «Han intentado expropiar todo para hacerlo nuevo pero nos hemos negado. De momento aguantamos. Y ahora podemos disfrutar de que todo está aún así», recalca.
Enrique García | Vecino de Cueto
Más al norte, en Cueto, es más fácil encontrar un entorno rural. Es, pese a encontrarse en el término municipal de Santander, un pueblo con todo lo que eso significa; pero la curiosidad está en la zona alta, a la altura del número 16 de la calle Inés Diego de Noval, a pocos metros de la zona residencial de Valdenoja. Allí, Enrique García se levanta temprano todas las mañanas para atender a las más de 20 gallinas que tiene en un recinto cerrado, aledaño a su hogar. También para cuidar de la huerta, que está junto a este mismo espacio. «¿Si no atiendo a los animales, quién lo va a hacer?» «Estas gallinas no entienden de estados de alarma ni de confinamientos. Tengo que darlas de comer y limpiarlas. Y la huerta igual. No hay nada malo en ello porque además todo este recinto es mi casa; aunque esté en la calle».
Indignado, García señala más allá de su finca, cuya puerta es una estructura corroída de colchón. «Esos, esos que andan por ahí fuera son los que están incumpliendo lo de quedarse en casa. Y no pasa la Policía a detenerlos», critica. Él, como otros muchos vecinos de la zona, viven el confinamiento sin apenas diferencias respecto a lo que es un día normal del resto de su vida.
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Ana del Castillo | Santander
Melchor Sáiz-Pardo
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