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«Empapar y manchar». Poco después de la inauguración del Guggenheim Bilbao, se asomaba al museo la obra 'Montañas y mar' de Helen Frankenthaler. En otoño de 1952, con veintitrés años, la artista realizó su legendaria pintura, la primera obra en la que utilizó su famosa técnica a base de «manchas de color absorbidas». Diluyendo la pintura con trementina o queroseno, la artista desarrolló una técnica que permitía que el lienzo sin imprimación filtrara y absorbiera la pintura. La mancha resultante, que dejaba a menudo un aura a su alrededor, daba a la obra una sensación de movimiento continuo, uniendo imagen y soporte. 'Montañas y mar', basada en los acantilados costeros de Nueva Escocia, es una de sus numerosas abstracciones que evocan recuerdos de paisajes. En Frankenthaler «prima la fluidez de la pintura, que es lo que anima su obra, y no el movimiento». Ahora, más de un cuarto de siglo después, regresa su obra al Museo bajo el epígrafe 'Pintura sin reglas', en la mayor exposición organizada en España sobre esta artista pionera de la abstracción.
La directora general del Guggenheim Bilbao, Miren Arzalluz, en su debut como gestora al frente del museo, presentó la muestra de la pintora (1928-2011) que en este caso revisa su obra y atiende a sus coetáneos. De este modo, celebra el legado de una artista pionera que jamás dejó de buscar nuevas maneras de crear arte abstracto. La muestra, que reúne treinta abstracciones poéticas creadas entre 1953 y 2002, incluye también una selección de pinturas y esculturas de algunos de sus colegas: Anthony Caro, Morris Louis, Robert Motherwell, Kenneth Noland, Jackson Pollock, Mark Rothko y David Smith, «poniendo de relieve las sinergias generadas entre estos artistas». Frankenthaler desempeñó un papel fundamental en la transición del expresionismo abstracto a la pintura de Campos de Color (Color Field Painting). A la hora de crear arte Frankenthaler compartía el mantra «¡No hay reglas!» que implicaba «no ser nunca complaciente en la forma de crear, en los materiales utilizados o en el aspecto que pudiera tener».
Considerada una de las artistas más influyentes de la segunda generación de la Escuela de Nueva York, destacó por su capacidad para imponerse en un mundo artístico dominado por los hombres. A través de una continua exploración de la pintura, «el color y las emociones, llevó su carrera a nuevas cotas». Su fascinante personalidad, su aguda inteligencia y su capacidad para conectar con el público a través del arte son rasgos de su identidad creativa y su personalidad.
tas abstractos, que solían utilizar gestos violentos y marcados para expresar sus emociones en el lienzo, Frankenthaler prefería un enfoque más lírico y poético, que se manifestaba en su fluido uso del color. Estaba influida por la obra de Pollock, pero encontró la manera de transformar su técnica del goteo en algo más sutil y menos agresivo, y sobre todo sujeto a un control más estricto. El arte de Helen Frankenthaler se define por ser «una combinación equilibrada de varias almas: poesía y abstracción, técnica y fantasía, control e improvisación».
'Pintura sin reglas', entre afinidades artísticas, influencias y amistades, está diseñada cronológicamente, década a década, comenzando por los años cincuenta y terminando en los 2000. Cada sección, introducida por un texto curatorial, supone un nuevo capítulo en la extensa carrera de la pintora. La exposición celebra el legado de una artista pionera que «nunca dejó de buscar nuevas formas de crear arte abstracto».
Al no trabajar en serie, Frankenthaler deja que cada pintura tenga su propia identidad. La diversidad de su obra, transparente incluso en el breve período representado por el selecto grupo de obras que se expone, demuestra «su enfoque experimental, así como las diversas experiencias e impresiones que han influido en su pintura, que van desde la biografía personal hasta la historia del arte». Arte y vida también se entrelazan en su biografía: primero, una figura central en la vida y la carrera de Frankenthaler fue Clement Greenberg, uno de los críticos de arte más influyentes del siglo XX. «No sólo fue su mentor y defensor, sino también su compañero sentimental durante muchos años»: después, la artista que utilizó el color como lenguaje emocional, se casó con Robert Motherwell, uno de los grandes pintores estadounidenses y otro de los principales exponentes del expresionismo abstracto. Uno de los aspectos centrales de la obra de Frankenthaler es su contribución al desarrollo del Campo de Color, un movimiento con Mark Rothko al frente. Frankenthaler fue pionera en este enfoque.
En el trayecto de la muestra del Guggenheim, en 1950, se aprecia la respuesta a los radicales métodos de Pollock: «La coreografía de un gesto improvisado con todo el cuerpo y la posibilidad de que la pintura abstracta pudiera encerrar algún tipo de mensaje».
eaba con las imperfecciones de igual manera que buscaba el humor en sus obras. Los veranos no eran solo una época para pintar, sino también una oportunidad para socializar con amigos cercanos. Las obras de esta sección llegaron a manos de Frankenthaler como regalos, símbolos de amistad; otras fueron adquiridas por la artista; y dos de ellas son préstamos de museos.
En los setenta se revela el hallazgo de una nueva libertad. Los paisajes marinos se unieron a las panorámicas como base para otro tipo de pintura abstracta, tonal y ambiental.
En los ochenta, cruza el umbral de la mediana edad y hace frente a nuevas realidades: «Sabía que era importante mantener su presencia en Nueva York para ver las obras de otros artistas y llevar sus negocios».
En los 90 Frankenthaler aborda el acto de pintar de dos maneras distintas: ambas podían comenzar de un modo espontáneo, pero resolverse de forma diversa. La primera podía comenzar y terminar en una sola sesión, con tan solo pequeños retoques; la segunda —que ella misma denominara la 'pintura redimida', producía una «superficie más trabajada o raspada, a menudo más oscura, más densa».
Finalmente, en la década de 2000, dado que el arte y la vida se entrecruzan, las pinturas sobre papel que siguieron al matrimonio de Frankenthaler con Stephen DuBrul, en 1994, «parecen celebrar una nueva oportunidad en la vida». La artista nunca olvidó su dedicación a la belleza, ni siquiera cuando otros artistas más jóvenes y políticamente comprometidos la tacharon de obsoleta o irrelevante. Incluso cuando los problemas de salud comenzaron a mermar su productividad, la artista continuó realizando ediciones de grabados en su última década de vida. La optimista fe de Frankenthaler en la belleza y su incesante búsqueda de un arte libre de reglas se resumen a la perfección en sus propias palabras: «Con el tiempo, nos vamos quedando con lo mejor».
Rafael Manrique
Estar en el momento oportuno y saber aprovecharlo. Es el caso de Helen Frankenthaler (Nueva York 1928 - Darien, Connecticut 2011) de la que el museo Guggenheim de Bilbao ofrece una extraordinaria exposición. Una pintora clara y, al tiempo, difícil de encajar en las corrientes del arte contemporáneo. Expresionismo abstracto se suele decir, pero creo que es más preciso hablar de una pintura ciertamente expresionista y asimismo delicada, poética y colorista. Provenía de una familia culta y acomodada lo que implicó una buena formación artística clásica. Tomó del Renacimiento, de Giotto, el color, la armonía de la composición y la intuición. Por esa misma razón, se separó de la posición personal y artística airada, rápida, como a golpes, de muchos de los pintores expresionistas.
Su relación sentimental con Clement Greenberg, uno de los más importantes críticos de arte del siglo XX, influyó en su evolución artística y conceptual. Mantuvo buenas relaciones con otros artistas debido a su carácter extrovertido y sociable, pero sin copiar o ser discípula de nadie. Con el apoyo de Greenberg fue experimentando y creando su propio estilo. No es de extrañar esa libertad. Su posición social le permitía pintar por el placer de hacerlo. La búsqueda de la belleza siempre fue su guía. Se ve claramente en su última etapa, mostrada en la exposición del Guggenheim.
Su uso del color y de las superficies va más allá de la tradicional definición académica debido a nuevas técnicas en buena medida creadas por ella. Su temprana obra 'Openwall', pintada en 1953, tuvo éxito e impactó a todos sus colegas por la forma sutil de generar espacios, límites y colores. Hay en esa pintura abstracción, figurativismo, misticismo, atmósferas y relato. Y todo ello alrededor del color y de técnicas que se alejaban de la ortodoxia del expresionismo abstracto, pero también de los estereotipados análisis acerca de los significados psicológicos de los colores. Usaba lienzos sin tratar sobre los que depositaba pintura al óleo o acrílica y luego trabajaba con pinceles, brochas, trapos, esponjas, jeringuillas, rastrilllos y sus propias manos. Los pigmentos se iban filtrando y formaban extrañas, suaves y bellas composiciones.
Todo ello da un aire inefable y personal que no es fácil de encontrar en el expresionismo abstracto que, con tanta frecuencia, se ha copiado a sí mismo. Esta forma de pintar se alejaba del estilo salvaje, rápido, furioso, cuyo máximo ejemplo es Jackson Pollock, del que fue amiga a pesar de la suspicacia de él que pensaba que podía estar copiándole. No era así, pero sí que se influyeron mutuamente. La fuerza salvaje de Pollock o la de Willem de Kooning es, en Helen Frankenthaler, sustituida por una pintura sutil, pausada, delicada y de corte más espiritual y poético que reivindicativo o provocador.
La exposición del Guggenheim abarca toda la trayectoria de Frankenthaler y permite observar la evolución y originalidad de una artista rodeada de los pintores que fundaron una de las principales corrientes artísticas del siglo XX. Incluso se casó con uno: Robert Motherwell. Muchas de sus innovaciones fueron adoptadas por otros que a veces no se lo reconocieron. Tal vez quien más pudo influirla fuera Mark Rothko, no tanto en su estilo sino en su interés poético y transcendente. Todo ese grupo quería que el color fuera su discurso. También era así en ella, pero no olvidaba que la pintura también versaba sobre algo no abstracto sino material, real. Siempre trabajó cerca del mar y de la luz. Viajó por España, Italia y Francia empapándose de color y alegría de vivir, que se aprecia en el despliegue que se muestra en Bilbao.
Su pintura allanó el camino que va desde la abstracción a las nuevas formas figurativas, etéreas, conceptualistas que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XX. Sin duda ser mujer en medio de tanto hombre testoesterónico y vanidoso tuvo que ser difícil. Supo ver que en sus colegas había más de los que ellos mismos sabían y que les vinculaba a las técnicas y aspiraciones de maestros antiguos. El expresionismo abstracto, paradójicamente, volvía con Helen Frankenthaler a conectarse con las raíces del arte occidental.
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Ana del Castillo | Santander
Melchor Sáiz-Pardo
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