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J. Gómez Peña
Lunes, 8 de agosto 2016, 20:03
«Benigno». Woody Allen dice que es la palabra que mejor suena. Hace un par de años, Camille Lacourt se entrenaba en la piscina para los Juegos de Río. Venía de una tremenda decepción en Londres 2012, donde era el favorito y ni subió al podio. Incluso pensó en dejarlo. Ya basta. Pero se dio una última oportunidad. El caso es que no evolucionaba. Fatiga. Dolor en la pierna derecha. Perdía peso. ¿Qué pasaba? Un médico se lo dijo: «Camille, tienes un tumor...». Escena petrificante. El nadador francés la recuerda así: «Me dijo lo del tumor y dejó pasar tres segundos de silencio hasta que soltó lo de 'benigno'. Entonces empecé a insultarle». Era benigno pero también un enorme lastre para un deportista de alto nivel. Lo nota en cada patada al agua. El dolor acompañará siempre al 'Príncipe de las mareas'.
Así le llaman, suspiran, sus tantas admiradoras. Camille Lacourt es un maniquí de casi dos metros y 85 kilos de músculo impecablemente repartido. Ojos azules. Media melena rubia. Sonrisa seductora . Los usuarios del portal de contactos 'eDarling' le consideran el atleta más atractivo de los Juegos. Eso ya le pasó en Londres, donde quedó cuarto en la final de 100 metros espalda, y le hubiera pasado en Pekín sin la lesión que la apartó de aquella cita. Y como le sucede ahora que es campeón del mundo de la especialidad. El más guapo. Pero él quiere mucho más. Con 31 años, la final que se ha disputado esta pasada madrugada era su última ocasión de ser el campeón olímpico. Lacourt, que gana más con su trabajo de modelo a tiempo parcial, sólo pensaba en eso: en el oro de Río. Es guapo desde hace no tanto tiempo. Eso asegura, aunque cueste creerle: «De adolescente era muy muy delgado. No lo pasé bien. Era complicado relacionarse con las chicas». Sorprende. «Además, he notado que soy más atractivo desde que soy famoso», apunta.
«No sé si hay alguien ahí arriba, pero si existe, le doy las gracias», declaró antes de los Juegos de Pekín, agradecido por su fortuna, por sus rostro y sus brazos. Ya entonces le llovían los contratos publicitarios con Chanel, con una firma de cosméticos (Clarins) y con la marca Tyr de ropa deportiva. Estaba casado, además, con Valerie Begue, miss Reunión y miss Francia. Con ella tuvo a Jazz, su hija. Luego vino el tumor y, al principio de este año, la separación. Rompió con Valerie. Las revistas francesas les colocaron el foco. Los guapos tienen imán. Toda su vida en el escaparate público. Lacourt, que también vive de su imagen, prefiere que le quieran por su capacidad para nadar espalda como un bueraborda. Elegante. Deslizándose. Es nadador porque si no aprendía a desenvolverse en el agua su padre no le permitía ir con él de pesca. En aquellas madrugadas con la caña descubrió su camino. Acuático.
Alto y con una técnica innata, ingresó en el «clan de los marselleses», el de Laura Manaudou, la sirena francesa. Ahí, en esa escuela, se hizo el competidor que es. Allí se forró de músculo y sedujo a las cámaras. Iba para campeón olímpico en Londres y se ahogó en la piscina inglesa. A salir de esa derrota se encogió de hombros. «Sé que los mejores momentos están por llegar y que no serán en la piscina". Le han llegado Jazz, el tumor benigno y esta última ocasión en Río de ser mucho más guapo: medallista olímpico.
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