Una tasa turística para proteger nuestros servicios
En todas las ciudades donde se ha implantado, el turismo no solo no ha disminuido, sino que ha evolucionado hacia un modelo más sostenible y de mayor valor añadido
Cada vez que hablamos de diversificar la economía de Santander y de fortalecer los servicios públicos, surge una idea que en otras ciudades europeas y ... españolas es ya una realidad consolidada: la tasa turística. Y es hora de que en nuestra ciudad abramos con valentía este debate, no con prejuicios ni con consignas fáciles, sino con la mirada puesta en un modelo de ciudad más justo, sostenible y que cuide a sus vecinos y vecinas.
El turismo es, sin duda, una fuente de riqueza para Santander. Miles de visitantes recorren cada año nuestras playas, nuestro patrimonio, nuestros museos y nuestra oferta cultural y gastronómica. Y es una buena noticia que cada vez más personas elijan Santander como destino. Pero este flujo de visitantes también tiene un coste: en el mantenimiento del espacio público, en la limpieza, en el transporte, en el desgaste de infraestructuras y en la presión sobre los servicios municipales.
Son costes que hoy asume en exclusiva la ciudadanía de Santander, a través de sus impuestos. Es lógico y de justicia que quienes se benefician del uso intensivo de la ciudad contribuyan también, en una pequeña parte, a su sostenibilidad.
No hablamos de nada extraño. Más de 150 ciudades en Europa cuentan con una tasa turística: París, Roma, Ámsterdam, Lisboa o Berlín, por citar solo algunas. Y también cada vez más provincias o ciudades españolas –A Coruña la última–, la han implantado o están en camino de hacerlo. La Generalitat Valenciana acaba de habilitarla para los municipios que lo decidan. En Baleares, esta tasa sirve para financiar proyectos medioambientales y de mejora del entorno. En Barcelona, se aplica desde hace años y ha permitido incrementar los recursos para servicios básicos y para la propia promoción turística de calidad. ¿Por qué entonces no en Santander?
En nuestra ciudad, la llegada de turistas crece año tras año. Más de 900.000 pernoctaciones según los datos el último año. Y, con ello, aumentan también ciertos desequilibrios. Los vecinos y vecinas de zonas como El Sardinero, Puertochico o el entorno de las playas notan cada verano el aumento de la presión sobre el espacio urbano, las dificultades de movilidad, el incremento del ruido, el uso intensivo de los servicios públicos. Y todo ello, sin que exista una compensación directa para el Ayuntamiento que permita reforzar la limpieza, el transporte o la seguridad.
Además, en un contexto en el que el alojamiento turístico se ha diversificado —con el auge de los pisos turísticos—, es aún más necesario regular y contribuir a un modelo que sea compatible con el derecho a la ciudad de los santanderinos y santanderinas. La tasa turística es también una herramienta para ello: un pequeño importe por estancia, apenas el precio de un café por noche, pero puede suponer mucho para limpiar nuestras playas, mantener nuestros jardines, reforzar nuestro transporte público o proteger los barrios más frágiles frente a la presión del alquiler turístico.
Hay quien argumenta que esta medida puede disuadir a los visitantes. Nada más lejos de la realidad. En todas las ciudades donde se ha implantado, el turismo no solo no ha disminuido, sino que ha evolucionado hacia un modelo más sostenible, más respetuoso y de mayor valor añadido. La tasa turística no espanta al visitante que busca una ciudad acogedora, bien cuidada, con servicios de calidad. Al contrario, contribuye a preservar todo eso que hace atractiva a Santander.
Y no se trata de cargar a los empresarios de la hostelería o del alojamiento con nuevas obligaciones. La experiencia demuestra que, si se gestiona bien, la tasa turística no perjudica la competitividad del sector. De hecho, en muchas ciudades son los propios empresarios los que apoyan esta medida, porque entienden que revierte en beneficio común: en una ciudad más cuidada, más limpia, con mejores servicios, que atraerá a un turismo de más calidad.
Y es también una cuestión de justicia social y de defensa de lo público. No es razonable que sean solo los vecinos y vecinas de Santander quienes paguen con sus impuestos el coste que supone atender a una población flotante que se multiplica en temporada alta. Es justo que quienes se benefician del atractivo de la ciudad contribuyan también a su sostenibilidad.
El turismo debe ser una oportunidad para todos, no una carga para unos pocos. Y en Santander tenemos la oportunidad —y la responsabilidad— de avanzar hacia ese modelo. Desde el Grupo Municipal Socialista vamos a impulsar este debate, con propuestas concretas y con la mano tendida para lograr consensos amplios. Porque creemos en una Santander que mira al futuro, que se cuida y que pone siempre en el centro a sus vecinos y vecinas.
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