El valor de las personas amables
Me refiero a aquellas que prestan atención sincera a las necesidadesde los que se encuentran a su lado. Me refiero a las personas empáticas,a esas que practican la solidaridad sin alharacas
Confieso que cada día me interesa menos la política. Matizo: lo que rechazo es la degradación de la democracia, la polarización y la ausencia de ... pactos. De lo que sucede en la 'polis' lo que más me preocupa son las relaciones humanas próximas (no se me olvida la existencia de problemas estructurales de tipo económico y sociocultural, y tampoco la existencia de sectores de la población que sufren situaciones de necesidad, exclusión social, explotación y violencia).
Hoy quiero destacar el valor de las personas atentas. No, no me refiero a los hombres y mujeres que observan el mundo con interés: que saben mirar y escuchar, que aprecian un paisaje, un cuadro, un libro, que escuchan con interés la lección y explicaciones de un profesor o que se detienen a contemplar cómo juegan unos niños. Estas personas, que sospecho no son mayoría, merecen un reconocimiento (por cierto, sería bueno que las familias y las escuelas se esforzasen por fomentar esa capacidad-valor en las nuevas generaciones). Me refiero a las personas que prestan atención sincera a las necesidades de los que se encuentran a su lado. Me refiero a las personas empáticas, a esas que practican la solidaridad sin alharacas, de forma natural, de manera callada.
Sé que siempre puedo contar con mi familia. Y sé que un amigo es incondicional, que para cualquier asunto está disponible. Hace poco pedí un favor a un compañero de trabajo y, de inmediato, me dijo «sí». Y un vecino me ofreció: «Para lo que necesites, ya sabes que vivo en el sexto». Y tengo en la memoria a personas que me han ayudado de forma generosa, y que me han prestado atención, y a otras que me han dado las gracias, o que me han sonreído, o que me han transmitido afecto. Recuerdo a familiares, amigos, profesores, alumnos, y al portero de mi vivienda, y a una limpiadora y a un barrendero, y a un cura, y a un catedrático de universidad. Efectivamente, hay personas que construyen una sociedad mejor; son personas que reconfortan y que ayudan a creer en el ser humano; además, con su ejemplo nos educan. ¿No tendríamos que estar dando las gracias constantemente a estas buenas personas?
¿Por qué llaman la atención las aludidas personas 'extraordinarias'? Pues, claro, porque, lamentablemente, no abundan. Se ha dicho que estamos en 'La sociedad Kleenex'; sí, como los pañuelos de «usar y tirar». En la sociedad del 'descarte' hay personas y organizaciones que utilizan para sus intereses egoístas a los que tienen a su lado, y posteriormente les ignoran. Otros, ensimismados, no prestan atención a los que les rodean, o a los que no son de su tribu.
A lo anterior, se suma la prisa. Nos pasamos todo el día corriendo. Vamos «como pollo sin cabeza», de forma alocada, sin rumbo, y sin mirar, ni al paisaje ni al paisanaje.
¿Tengo una percepción equivocada de la realidad? Ojalá así fuera.
Un conocido me cuenta con tristeza que, después de trabajar durante 40 años en una empresa, en sus últimos meses de vida laboral no observa el mínimo gesto de consideración. Hay docentes que se quejan de que algunos estudiantes son maleducados y que les faltan al respeto. Hay vecinos que no saludan y molestan el descanso de los otros. En una dependencia de la Administración me tratan con nulo interés. El médico no me mira a la cara, teclea mis datos en el ordenador, y da muestras de que desea que me vaya. En el banco, una vez que ya soy su cliente, me tratan de forma áspera. En la carretera y en las calles de la ciudad me topo con conductores que me acosan. Y la lista de ejemplos sería interminable.
Si no estoy en un error, habría que concluir que la sociedad tiene un problema serio, que en las relaciones humanas existe un déficit de cariño, de empatía, de solidaridad. Subrayado lo anterior, las «agencias de socialización», empezando por la familia y la escuela, deberían transmitir un mensaje fundamental: la solidaridad, la consideración, son actitudes y comportamientos que deben presidir nuestra vida. Efectivamente, sin ayuda mutua la sociedad se convierte en una selva fría y áspera.
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