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Las apariciones de Garabandal

Las apariciones de Garabandal

Leyendas de aquí ·

Cuatro niñas aseguraron en los sesenta haber recibido mensajes de la virgen María en un pequeño pueblo del valle del Nansa

Aser Falagán

Santander

Sábado, 1 de enero 2022, 09:18

El 2 de julio de 1961 la virgen María se apareció a cuatro niñas del pequeño pueblo de Rionansa de San Sebastián de Garabandal cuando regresaban de coger manzanas. Al menos eso aseguraron ellas, y en especial la mayor, Conchita González, a toda persona que las quisiera escuchar. Al cabo de los días el boca-oído ya había llevado el acontecimiento a toda Cantabria, y pronto lo hizo a todo el mundo. Las niñas aseguraban que se las había aparecido el arcángel Gabriel para anunciarles la presencia de la virgen, que después se les había manifestado. Y que lo seguía haciendo. Así durante cuatro años, cada vez con más curiosos, expectación y algarabía ante las supuestas apariciones, los gestos de trance y las presuntas levitaciones de las niñas. Las de Conchita González, Mari Cruz González, Jacinta González y Mari Loli Mazón, cuyos gestos se desencajaban durante las apariciones.

El fenómeno se volvió pronto mediático, con prensa e incluso cámaras para asistir a los avistamientos, o lo que fuera aquello. Incluso la Iglesia abrió una investigación que no arrojó nada concluyente. De hecho, a día de hoy no considera las apariciones como tales. Tampoco ha desmentido a las niñas –una de ellas llegó a ser recibida años después por Pablo VI–, pero en ningún caso ha dado carta de naturaleza o verosimilitud a las apariciones.De hecho, en los primeros años el Obispado fue extremadamente crítico con el fenómeno, prohibiendo incluso a los sacerdotes celebrar misa en la zona, para suavizar décadas después su postura, aunque de nuevo sin dar ninguna credibilidad –ni tampoco refutar– las supuestas visiones.

Los trances de las niñas despertaron la expectación durante cuatro años y provocaron la llegada de donaciones con las que construyeron una ermita en y una cruz en el lugar. Para entonces su fama ya había traspasado fronteras. De hecho, varias de las niñas se casaron con estadounidenses y formaron allí su familia.

En cuanto a lo que decía la Virgen, solo dos mensajes en cuatro años, y en absoluto tranquilizadores. Más que una bendición, aquello era una amenaza. Siempre según Conchita, la líder del grupo o la más sensible a las apariciones, según se prefiera, fueron dos.

El primero, del 18 de octubre de 1961, ya era inquietante: «Hay que hacer mucho sacrificios y mucha penitencia, y tenemos que visitar mucho al santísimo, pero antes tenemos que ser muy buenos. Y si no lo hacemos vendrá un castigo. Ya se está llenando la copa, y si no cambiamos vendrá un castigo», habría dicho la propia virgen de su boca.

Casi cuatro años después, el 18 de junio de 1965, llegaba el segundo, de nuevo de acuerdo a las palabras de Conchita, con el arcángel Gabriel como intermediario: «Como no se ha cumplido y no se ha hecho conocer al mundo mi mensaje del 18 de octubre, de 1961, os diré que este es el último; antes la copa se estaba llenando ahora está rebosando. Los sacerdotes van muchos por el camino de la perdición, y con ellos llevan a muchas más almas. A la eucaristía cada vez se le da menos importancia. Debéis evitar la ira de Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos. Si le pedís perdón con vuestras almas sinceras, él os perdonará. Yo, vuestra madre, por intercesión del ángel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis. Ya estáis en los últimos avisos. Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación; pedidnos sinceramente y nosotros os lo daremos, debéis sacrificaros más; pensad en la pasión de Jesús».

El asunto quedó después en un recuerdo, después de que cesaran las espectaculares y efectistas sesiones de las cuatro niñas. El escepticismo de la Iglesia y en especial del entonces obispo, Vicente Puchol, moderado años después, durante la época de Juan Antonio del Val como obispo de Santander y Joseph Ratzinger como prefecto de la Doctrina de la Fe, se vio reforzado por la confesión publicada en el diario El País en 1984, donde una de las entonces niñas, Mari Cruz, decía en una información firmada por el periodista cántaro Víctor Gijón: «Nunca vi a la Virgen en los pinos ni a ningún personaje celestial. Creo que si aquella tarde del 18 de junio Conchita no hubiera estado con nosotras en la finca del maestro, la historia no se habría montado y San Sebastián de Garabandal hubiera seguido por los siglos de los siglos su vida rutinaria y tranquila. La única de las niñas que no se mudó a Estados Unidos –sí a Asturias– añadía: «Yo nunca vi a la Virgen ni tampoco al ángel». «Hasta nos dio miedo aquella especie de comedia, y pensamos que podría haberse puesto mala. Nos metió a las tres en la cabeza que había visto al ángel», reconocía.

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