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Luis Palomeque

«El ballet clásico tomó impulso con nosotros»

Peter Smink, cofundador de la Escuela Superior de Danza

isabel g. casares

Domingo, 21 de enero 2018

Llegaron a Torrelavega, de Bilbao, con la intención de conocer España, «la madre patria de Eduardo». Se detuvieron en el antiguo cruce de Cuatro Caminos, coincidencia, controlado por Ángel Quintanal, más conocido como ‘el Nureyev de Torrelavega’ y le preguntaron por un sitio en el que poder descansar y pasar la noche. Y el les dirigió a Comillas. Se enamoraron de nuestra tierra, de su paisaje, de sus playas, así que decidieron no regresar a Alemania, país que había sido hasta entonces su casa. Peter Smink, hace honor a la célebre ópera de Wagner, ‘El holandés errante’. Junto al argentino Eduardo Akamine formaron un tándem que ‘aterrizó’ en la capital del Besaya hace 40 años para que la ciudad fuese ‘tomada’ por la danza clásica. Un montón de éxitos y un montón también de sinsabores, algo por desgracia muy común en esta disciplina, son el bagaje de estos grandes profesionales, Peter firme en Torrelavega y Akamine en Buenos Aires desde 1994. Es buen momento para recapitular, volver la vista atrás y fijar en el calendario las cuatro décadas del mítico Centro Superior de Danza que estuvo funcionando desde el 8 de enero de 1978 hasta el año 2000. Smink ayuda a ello.

–¿Por qué Torrelavega y no Santander para establecerse en Cantabria?

–Bueno. Son las cosas de la vida -Peter mantiene su inconfundible acento, aunque hable el castellano-. Encontramos un local que cumplía nuestras expectativas, en la calle Consolación, en pleno centro de la ciudad y como a los pocos días de abrir ya teníamos un grupo bastante curioso de alumnos... Al poco tiempo nos cambiamos a unas instalaciones más adecuadas, en la calle Argumosa. Pero el gran ‘salto’ se produjo en la calle Hermilio Alcalde del Río, con la Escuela Superior de Ballet. Formamos un equipo maravilloso.

–Hasta que ya no se pudo más ¿no?

–En efecto. Primero me quedé solo porque Eduardo tuvo que regresar a La Argentina para cuidar de su madre, ya muy mayor y enferma. Se marcho en 1994. En la actualidad es profesor de teórica en el Teatro Municipal de Buenos Aires, tras haber sido coreógrafo y bailarín. Mantenemos un contacto, pero no tiene perspectivas de volver a España. Yo continué con la academia hasta que nos quedamos sin apoyos ni ayudas oficiales. Eramos un centro en el que se realizaban los cursos preparatorios para la carrera profesional de Danza, en Madrid. En el año 2000 tuvimos que cerrar.

–¿Que recuerda de aquellos años?

–Todo, porque fueron extraordinarios, tanto en el ámbito de la enseñanza, con las clases de grado medio, como de la creatividad. Por supuesto que muy importante fue la creación del Ballet Clásico de Torrelavega del que formaron parte nuestros mejores alumnos: Poty, Lidia Sanz, Orlando... Estos son solo unos pocos de nuestros discípulos que consiguieron afianzarse en la danza. También están Marcos Marcó, Ana Venero, Belén Cabrillo, Marta Rojo, Ana González, María Gutiérrez, Pablo Martínez. Jóvenes bailarines que han recorrido media europa y que siguen, muchos, en grandes compañías.

–¿Sigue en activo?

–Como coreógrafo profesional, no, pero procuro estar en buena forma física. Sobre todo se trata de buscar y encontrar un equilibrio físico y psíquico. Ambas cosas son muy importantes. La vida del bailarín profesional es dura y exigente.

–¿Piensa en regresar a Holanda?

–No, no. Yo tengo mi vida en Cantabria y estoy muy contento aquí. Me encanta. En Holanda vive una sobrina con la que mantengo contacto, pero nada más.

–¿Cómo fueron sus inicios en la danza?

–He sido un bailarín tardío porque empecé con 16 años. Una vecina de mi familia tenía una compañía de danza amateur y me animó. En 1958 ingresé en el Ballet de la Ópera de Holanda, que entonces dirigía Alan Carte y en 1961 formé parte del Ballet de Roland Petit. En su compañía recorrí todo el mundo, hasta 1966, en que me incorporé como alumno con Madame Norat en los Estudios Wager de París. Participé en la temporada del Ballet de la Ópera de Flandes y en 1971 me incorporé como primer bailarín del Ballet de Lübeck (Alemania). En 1978 llegué a España con Eduardo, con la intención de pasar unos días de descanso, sin saber la aventura que íbamos a empezar.

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