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Torrelavega es, desde hace dos siglos, un cruce de caminos en el corazón de Cantabria. La calle José María de Pereda llevaba a Santander; José ... Posada Herrera, a Oviedo; Joaquín Cayón, a Palencia; y Julián Ceballos, a Bilbao. Hoy, incontables idas y vueltas, viajeros y décadas después, ese último itinerario comienza a mudar de piel para contar nuevas historias y dar la bienvenida a vehículos muy distintos a los que cobijaba en la segunda mitad del XIX, en años del histórico alcalde de la ciudad Julián Ceballos Campuzano (1816-1876) -entre 1861 y 1865, varios meses en 1868, y entre 1869 y 1870-, uno de los precursores fundamentales de la reordenación, urbanización y, en definitiva, artífice de esa capital del Besaya que tan bien conocen los vecinos y que, desde ayer, entra en el túnel de lavado para adecuar su suelo al siglo XXI.
Empieza el cambio de cara para la histórica Julián Ceballos. Y con él, una concepción de la calle muy distinta a la de las últimas décadas, más próxima a los usos peatonales que hoy proliferan en Europa que del dominio casi exclusivo del que gozaban los coches desde el humeante desarrollo urbano de hace cien años. No es el planteamiento más disruptivo del mundo, pero la calle reunirá ingredientes lo bastante importantes como para optar a un modelo más ambicioso de manera más realista.
El cambio no es ni tan drástico ni tan conformista. El Ayuntamiento evita la peatonalización, pero iguala el rasante de las aceras y la calzada al mismo nivel durante toda la vía -no sólo dos tramos, tras una modificación del proyecto-; el peatón gana espacio para caminar, pero sin que esto signifique el fin de los dos sentidos al tráfico rodado. El resultado: un planteamiento «versátil» y tan capaz de conservar el nuevo aspecto de la vía como de mudar a una faceta más peatonal el día de mañana, un futuro del que, dicho sea de paso, nadie ha querido hablar demasiado a medio año de las elecciones. Esa peatonalización a la que muchos vecinos, conductores y comerciantes venían temiendo en los últimos meses se queda en un lejano quizá. Al menos de momento. Por lo pronto el escenario hacia esa posible transformación será mucho más propicio tras esta inversión de 1,5 millones cofinanciada por los fondos europeos.
Esa máxima vertebra los cerca de 600 metros de la calle, concebida en tres tramos de longitud similar en los planos de obra. Ayer, los operarios de la adjudicataria Rucecan empezaron a trabajar en la zona este de la avenida -la parte alta-, entre la rotonda de La Llama y la confluencia de Julián Ceballos con la perpendicular Alonso Astúlez. Lo han podido ver y también escuchar. La creación de aceras más anchas -hasta 3,2 metros en algunos casos- y la nivelación del rasante en toda la calle cuesta dinero, tiempo y algunos ruidos.
Las palas y las máquinas empiezan a poner el suelo patas arriba en el centro de Torrelavega. El Ayuntamiento está seguro de que, aún siendo una obra «compleja», los objetivos por «serenar el tráfico y «mejorar la permeabilidad» del suelo valdrán la pena, como subrayaron ayer el alcalde, Javier López Estrada, y el concejal de Obras, José Manuel Cruz Viadero. Ya puede ser así porque los trabajos van a durar medio año e irán bajando por la calle a lo largo de las semanas: entre Alonso Astúlez y Ruiz Tagle, en la segunda fase; y entre esta y Cuatro Caminos, en la última.
Historias de la calle
Julián Ceballos vertebra el esqueleto de Torrelavega desde hace más de 150 años, pero no siempre estuvo ahí ni se le llamó de la misma manera. Lo recuerda el vecino, aficionado a la historia y cofundador de Quercus, Tomás Bustamante: con la llegada del tren en 1858 –Santander-Alar del Rey–, la ciudad se ve obligada a crear una vía de conexión entre el viejo cruce de Quebrantada y la estación del Norte. De ahí su primer nombre, calle de La Estación, sustituido por el de Isabel II en 1862 y por iniciativa del propio Julián Ceballos, a la sazón alcalde. Pero el destino es caprichoso: en 1868, «destronada y exiliada la reina», la vía volvió a denominarse calle de La Estación;pero, ocho años después, tras la muerte de Ceballos, la Corporación decide, el 26 de febrero de 1876, acuñar la travesía con su nombre.
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