Borrar
Cruce de caminos (1860-1895)

Cruce de caminos

(1860-1895)

Desarrollo y población. Torrelavega pasó de villa a ciudad basándose en pilares como ser cruce de caminos y tener recursos naturales, ferias y mercados que facilitaron la llegada de emprendedores, pero el gran crecimiento demográfico no llegó hasta el siglo XX

José Ignacio Arminio

Torrelavega

Martes, 31 de marzo 2020, 07:23

Torrelavega basó su crecimiento en la segunda mitad del siglo XIX en grandes pilares que en algunos casos todavía hoy perduran. Además de consolidarse como cruce de caminos en el corazón de la entonces provincia y escenario de importantes ferias y mercados, los recursos naturales y los emprendedores, muchos foráneos o de regreso a su tierra (indianos y jándalos), fueron decisivos en aquella villa que recibió el título de ciudad en 1895, aunque su población no se disparó hasta principios de la centuria siguiente.

Siempre generadores de empleo y riqueza, muchos emprendedores encontraron en Torrelavega el lugar en el que desarrollar sus proyectos. El historiador local Tomás Bustamante recuerda, por ejemplo, cómo la industria de la piel nace en la villa a través de emigrantes franceses que buscan para instalarse lugares cuya principal base económica sea la crianza de ganado vacuno. «Algunos vieron negocio en los subproductos del aquel ganado –explica–. Enseguida se dan cuenta de las bondades de su experiencia y reclaman a otros familiares que inicien el viaje. Este grupo, muy bien organizado, forma una comunidad con importantes lazos fraternales».

Según Bustamante, se esfuerzan en mantener sus tradiciones y costumbres hasta tal punto que celebraban las principales fiestas francesas en las propias curtidurías o tenerías, donde convertían las pieles de los animales en cuero. «Vienen de pequeñas localidades del sur de Francia y se casan unos con mujeres de aquí –señala–, otros con hijas de franceses y casi todos dejan numerosos descendientes que se convierten, la gran mayoría, a la nacionalidad española modificando algunos sus apellidos».

Tradicional mercado semanal en la Plaza Mayor.

Entre aquellos primeros emprendedores se encontraba Alexis Etchart Mendicouague (1850-1929), que levantó su fábrica de curtidos en la finca que hoy ocupan en parte las Torres de Carabaza. Así lo confirma Sonia Cabezuelo Etchart, la única descendiente de aquel pionero que reside en Cantabria. «En un extremo de la finca estaba la casa y en el otro la tenería –explica–. En una de las paredes del Mercado del Este, de Santander, se puede ver un cartel con la imagen de aquella primera fábrica. Aquel primer Etchart no tuvo hijos y trajo de Francia a mi bisabuelo, que era sobrino suyo».

Sonia precisa que aquella aventura empresarial terminó, al menos en Cantabria: «Mi abuelo y una hermana cerraron la fábrica un poco antes de la Guerra Civil y se trasladó toda la familia a Bilbao. Allí instalaron la fábrica, aunque más que de curtidos era de grasas animales para hacer jabón. Al menos eso es lo que hacía mi abuelo, mientras su hermana sí curtía pieles». «Yo soy la única que regresó a Cantabria –añade– y estoy orgullosa de que Tomás Bustamante haya puesto en valor lo que hicieron mis antepasados. Me satisface ver que fue importante».

El municipio de Torrelavega tenía a mediados del siglo XIX 4.500 habitantes. La llegada del ferrocarril de Isabel II, en 1866, no supuso un gran estímulo para el desarrollo de la villa, en gran medida porque de las dos opciones que se barajaron para trazar su recorrido, pasar por Renedo para acabar en Santander o hacerlo cerca de Requejada para concluir en la capital de la provincia, fue la primera la que triunfó, aunque implicaba dejar al margen al segundo puerto de Cantabria y a los intereses económicos de los grupos de poder torrelaveguenses. La desviación por Renedo primaba los intereses de los comerciantes santanderinos que tenían fábricas de producción textil en los alrededores de esa población, recuerda el historiador Miguel Ángel Sánchez.

El resultado fue que la estación de Sierrapando se quedó muy lejos del núcleo urbano. El principal activo que se desarrolló fue el transporte de ganado a la feria que se desarrollaba cada 15 días en La Llama, un lugar de concentración de los ganados locales desde tiempos inmemoriales.

Esta actividad ganadera de mediados del XIX había sido precedida por la concesión en 1767 por Carlos III de un mercado semanal que no se puso en marcha hasta 1799, ya en el reinado de su hijo Carlos IV.

Sobre estas dos bases, mercado semanal y feria de ganado quincenal, Torrelavega fue constituyéndose en un núcleo comercial sobre el que giraban las comarcas al oeste hasta la divisoria con Asturias y por el sur y sureste desde los municipios lindantes con el ferrocarril Alar del Rey-Santander y algo con las villas pasiegas, cuyos habitantes se habían convertido en especialistas en ganado de leche en la feria de La Llama.

Algunas familias pasiegas, que también vendían queso y mantequilla en los mercados semanales de los jueves y puerta a puerta, se transformaron después en unos respetables comerciantes urbanos. Sánchez recuerda la presencia en 1870 de 177 inmigrantes de origen pasiego, todos instalados en tres calles: Ancha, Consolación y Comercio. Apellidos como Samperio, Mazón, Abascal, Cobo, Trueba, Sañudo o Lavín pululaban por Torrelavega, especialmente en los mostradores de las tiendas de telas. Treinta familias componían la colonia pasiega. Sus dedicaciones se centraban sobre todo en el comercio, con 32 tiendas regentadas por pasiegos. Sus descendientes aportarían a la sociedad torrelaveguense empresarios, políticos o profesionales.

El Asilo-Hospital de Torrelavega se puso en marcha en 1882.

La villa no había superado los 4.600 habitantes en 1857. «El descubrimiento del zinc en la mina de Reocín por Pío Jusué Barreda y no por Jules Hauzeur –explica el historiador–, como ha quedado falsamente consolidado, no provocó un aumento de la población en un primer momento». Por un lado, la mayor parte de la mano de obra trabajaba con unos métodos no muy diferentes a los que usaban los campesinos de la zona. Por otro lado, la empresa, RCA, prefirió trasladar el proceso de transformación de la materia prima a las instalaciones asturianas de Arnao en primer lugar y, posteriormente, a la factoría francesa de Aubry. Por ello puede afirmarse que la llegada de la RCA al entorno de Torrelavega tuvo una incidencia muy limitada como lo prueba el escaso impacto demográfico, aumentando la población del municipio entre 1857 y 1860 en solamente 300 habitantes, y desde esa fecha hasta el año 1877 en 2.310.

Durante estas décadas comienza a formarse una burguesía local compuesta por miembros de las viejas clases dominantes cuando la villa era un dominio de la casa ducal del Infantado, empresarios y profesionales de origen foráneo e indianos retornados de Cuba huyendo de los desórdenes que se generaron en los prolegómenos de la guerra por la independencia de la isla. «En esta época permanecen los linajes propios de épocas pasadas como los Ruiz de Villa, Castañeda, Ruiz Tagle..., junto con otros como los Herreros provenientes de Cuba, o los Alonso Astúlez o los González Trevilla inmigrantes desde el primer tercio del siglo XIX», señala Sánchez.

El periodo que corresponde al último tercio del siglo XIX significa la construcción de una ciudad conforme a unas directrices burguesas, donde los grupos dirigentes iban organizando todo en función de sus necesidades sociales y económicas, afirma el historiador. En esta línea destacaron sus esfuerzos enfocados a crear un entramado de centros de enseñanza en el que pudieran prepararse sus vástagos varones, para luego ingresar en el Instituto de Bachillerato de Santander con vistas a convertirse en alumnos de las universidades de Madrid, Salamanca o Valladolid. Sin embargo, el logro más evidente en este ámbito fue la instalación en Torrelavega de un colegio femenino de la orden religiosa de origen francés Sagrados Corazones, que, con apoyo de las elites locales, acabó erigiendo un internado en 1887.

Aquel esfuerzo permitió a la villa contar con más de una docena de escuelas en 1888, doce años antes de la creación del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Todos los pueblos que componían el municipio tenían al menos una, menos La Montaña. Fruto de estos impulsos se crearía la Escuela de Artes y Oficios en 1891, aunque los objetivos para sus alumnos eran otros.

Junto a estos servicios educativos, fueron desarrollándose otros como el Círculo de Recreo, creado en 1861; un lugar en el que la burguesía local podía cultivar el ocio, celebrar actividades culturales o ser punto de encuentro de estos grupos privilegiados.

Sánchez recuerda que las dos últimas décadas del XIX contemplaron un «espectacular desarrollo» de instituciones y entidades de todo orden que fueron potenciando la imagen de la todavía villa, como la puesta en marcha de un edificio destinado a Ayuntamiento en 1883. El Asilo-Hospital se abrió en 1882 y el Consistorio, como depositario de la Justicia en representación del Estado, construyó una cárcel entre 1892 y 1894, muy cerca de donde aún subsistían los restos del complejo defensivo de los Duques del Infantado, que habían sido hasta 1837 los representantes de la Justicia Real. También se construyó un matadero.

Fue un avance socioeconómico que no estuvo acompañado por un aumento de la población. Entre 1887 y 1900, la ciudad pasó de 7.452 a 7.777 habitantes. «Y eso con una inmigración nada despreciable», destaca Sánchez. En esta fase final del siglo se acabó perdiendo la última oportunidad de atajar el desorden urbanístico y la falta de servicios en que estaba cayendo la villa. Predominaron los intereses de unos pocos y la especulación y la corrupción condenaron a Torrelavega a soportar un urbanismo que aún hoy ahoga su desarrollo.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Cruce de caminos <br ></br>(1860-1895)