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Foto: Andrés Fernández
Siete uvas para experimentar
CANTABRIA

Siete uvas para experimentar

Un grupo de expertos evaluó los caldos monovarietales elaborados para estudiar las condiciones de cada tipo de uva El Centro de Investigación Agraria celebra su novena cata de vinos cántabros

ÁLVARO MACHÍN

Miércoles, 1 de febrero 2012, 10:03

«Es una prueba», repetía desde la mesa del fondo Benito Fernández, el director del Centro de Investigación y Formación Agrarias. No hay que perder la referencia. Nada que ver con un producto 'comercial'. Es el principio básico de la novena edición de la Cata de Vinos Experimentales de Cantabria. Toman 80 kilos de cada variedad, los trabajan, los estudian y los prueban. Ese fue el paso que dieron ayer. Vinos 'en rama', monovarietales, sin el desarrollo que se hace en una bodega, faltos aún de desarrollo... Se trata de sacar conclusiones y ponerlas a disposición de los expertos. Para crecer. «Porque tenemos que apostar por programas experimentales que mejoren nuestra competitividad». Ser diferentes. Eso lo dijo la consejera del Gobierno regional.

Blanca Martínez, responsable de Ganadería, Pesca y Desarrollo Rural, inauguró la jornada. Habló de colocar a Cantabria en el «mapa enológico» y recordó que «la cultura del vino crea riqueza». De entrada, ocho bodegas bajo la marca 'Costa de Cantabria' y otras tres de 'Vinos de la tierra de Liébana'. «Nuestra intención es que este número se incremente».

Tras su intervención, la cata. Copas, agua para una limpieza rápida, picos de pan y amplios vasos de plástico para 'las sobras'... En dos salas. Una para los expertos, encargados de puntuar y sacar conclusiones. Allí estaba la 'nariz de oro' del año 2000, María Blanca Saínz, o el subcampeón mundial de cata del 99, Phillipe Cesco, entre otros. Lo suyo era una cata ciega. La otra sala tenía forma de debate. Probar, discutir, comentar...

Sumpta Mateos, enóloga, asesora de bodegas y profesora de la Universidad de Viticultura de Tarragona, fue la encargada de dirigir el 'recorrido' por siete variedades. En las mesas, los titulares de las fincas colaboradoras, vitivinicultores, sumilleres y algún curioso. De entrada, 'Gros Manseg'. Que si bien en nariz, que si el aroma a manzana era más madura o más verde, que si con más frío se eliminaría el exceso de acidez... Y la advertencia constante: «No sería para consumir ahora». Porque todos tenían claro que con sólo ochenta kilos lo que hay que valorar es sólo las posibilidades. «Conocer las características físico-químicas y organolépticas de cada variedad». De hecho, cuando se sirvió el 'Albariño', el responsable de una de las bodegas se apresuró a explicar como se desarrolla su producto y la diferencia con lo catado ayer.

Y así con todas. Pruebas y debates. Mateos opinó que el Palomino funciona como base «pero necesita aromas» o que la uva Treixadura tal vez estuviera algo sobremadurada. De eso se trataba, de experimentar, de obtener ideas. A continuación llegó el turno de las variedades tintas. Mencía (la más extendida en Liébana), Carrasquín y Sirac. Se habló de las opciones de decantarse por trabajar crianzas en vez de vinos jóvenes y se repitieron mucho dos palabras: «Tiempo y paciencia». Hasta se 'exhibieron' dos auténticos experimentos en forma de espumosos. «Son productos alternativos...».

A última hora llegaron las puntuaciones de los expertos. Algo inferiores a las del año pasado -salvo en Carrasquín y Mencía- y alguna sorpresa. Antes de tomar un aperitivo, más de uno intercambió teléfonos. Buena conclusión. Hasta se escuchó cómo se rompía una copa.

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