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María Gil Lastra

«Las alfombras son mi obra pictórica convertida en producto»

Javier Velarde se considera artista más que diseñador, pero buscaba una fórmula para vivir del arte. Su primera colección de tapices llamó la atención de David Delfín

Sábado, 10 de febrero 2018, 08:12

Al terminar la carrera de Bellas Artes, Javier Velarde (Santander, 1980) no sabía hacia donde enfocar su futuro. Tras unos años presentándose a «todos los concursos posibles», se le encendió una bombilla, el diseño de alfombras. Viajó a India, a una zona rural al sur de Nueva Deli, donde encontró el telar que buscaba. Vivió una semana en casa del proveedor aprendiendo el proceso de manufactura de primera mano, una cadena artesanal para teñir lanas, tejer y cortar. Lanzó su primera colección de tapices, que llamaron la atención del difunto David Delfín, quien le encargó su primer trabajo mediático, que fue enmoquetar la pasarela del desfile que abrió Cibeles en 2015.

-¿Cómo surge la idea de diseñar alfombras?

-Terminé mis estudios de Bellas Artes y no encontraba trabajo. Dedicaba ocho horas diarias a presentarme a concursos para abrirme camino, sin mucho éxito. Después, comencé a investigar y encontré una web 'alibaba' que te pone en contacto con proveedores de la India. Se me encendió la bombilla y profundicé en el proceso de producción de alfombras y sus calidades. Finalmente, viajé al país para conocer de primera mano la manufactura y decidí lanzarme con la primera colección. La idea es llevar mi obra pictórica a un producto con salida en el mercado, en este caso la alfombra o tapiz.

Una vida desde la furgoneta

Le encontrará si localiza su furgoneta, muy probablemente por el sur de Francia, en pequeños pueblos costeros, playas y mercadillos de antigüedades. También, con su padre: «Trastenado juntos hemos restaurado todos los muebles de mi casa y cuando terminamos, buscamos más cosas». Estudió Bellas Artes en Madrid; ya le gustaba dibujar desde niño. «Soy un caso aislado en una familia sin tradición artística, pero siempre me han apoyado», explica. Tras 12 años viviendo en Madrid, está feliz con su decisión de regresar a Santander. Piensa que la ciudad que dejó «poco tiene que ver con la de hoy» y confía en poder mover más su trabajo desde aquí: «En Madrid todo es cinco veces más caro. Lo que ahorre de alquiler, lo invertiré en mis proyectos». Pasa las horas en su taller. Se considera sociable, aunque «el arte es un camino solitario e íntimo».

-¿Qué tal fue la experiencia?

-Durante una semana viajé para conocer diferentes talleres y, finalmente, di con el que me interesaba, donde me quedé otra semana más en la casa del proveedor. Era una locura, pero gente muy amable. Tenía varias esposas, pero por si acaso no preguntaba (ríe). La vida en el país es bastante dura, aunque en la zona rural, donde esté el taller, se nota diferente, son más felices. Fueron días de mucho trabajo para hacer el prototipo. La mayor complicación en el proceso es darle el color y con eso soy muy exigente. La lana es importada de Nueva Zelanda, donde se produce el género más blanco y es la que mejor se tiñe. El inglés no es mi fuerte, pero me resultó fácil comunicarme, a veces no nos entendíamos, pero lo resolvíamos con dibujos en el papel.

-¿Dónde encuentra inspiración?

-El dibujo de esta primera colección de alfombras se inspira en topografías, las distintas capas de un corte en la corteza terrestre. Ya estoy preparando la segunda colección, en la que he extraído un garabato cuando pinto retratos y le doy una gran escala, convirtiéndolo en obra final. La obra final siempre se lleva la gloria y con esta idea, quiero honrar al proceso.

-¿Dónde estaba cuando le llamó David Delfín para colaborar?

-Estaba en el estudio de Madrid cuando sonó el teléfono. Era David Delfín, que había visto mis alfombras en la tienda del rastro de Madrid 'Porticci', ese mismo domingo. Estaba interesado en enmoquetar con mis alfombras de colores pasteles la pasarela de su desfile que abría Cibeles. Claro, fue un honor y tuvo mucha repercusión en cuanto a imagen en los medios de comunicación. Lo viví con preocupación, estuve nervioso por si alguna modelo se tropezaba y se caía. Después, lamentablemente el falleció. Fue muy triste.

-¿Podría dejar de ser artista para convertirse en diseñador?

-Para los ojos de la gente puede que sea diseñador, pero para mí no, soy artista y estos productos son para dar salida comercial a mis dibujos. El trabajo previo a realizar la alfombra lo hago en mi estudio, encerrado, trabajando, donde pinto y dibujo porque me apasiona. Y lo que sale de ahí en el papel es el origen todo. El color es mi pasión, para dar fuerza, mezclarlos y convertirlo en algo loco.

-¿Miedo a quedarse en blanco?

-El estado de ánimo va en consonancia con la creatividad, si estas triste la producción disminuye, no te haces a la idea. Si trabajas mucho, no te quedas en blanco, porque va solo. Los artistas somos más sensibles, eso sí. Necesitamos tiempo de intimidad, de soledad, para saber lo que quieres hacer.

-¿Qué hace cuando no trabaja?

-Me encanta viajar, pero no en avión, que lo paso bastante mal. Viajo en mi furgoneta, por toda la costa del norte y sur de Francia que está a tiro de piedra. Me gustan sus pueblos, playas y mercadillos de antigüedades donde encuentras objetos únicos. Todos los muebles de mi casa los he hecho yo con mi padre. Siempre estamos trasteando, metidos en obras, y cuando terminamos, empezamos otras nuevas. También me gusta pasear a mi perra 'Estela'. La adopté en una feria de perros abandonados. No quería, pero pasé en cinco ocasiones para ver si se la llevaba alguien, al ver que seguía sin familia adoptiva, no puede dejarla.

-¿Cómo ha sido su vuelta a Santander en el plano laboral?

-Aquí puedo mover mi trabajo mejor que en Madrid, donde la vida es cinco veces más cara, y tu trabajo se lo lleva el alquiler. En Santander el nivel de gasto es menor y puedo invertir ahorros en la producción. Veo muchos cambios desde que me fui. Me encanta el Centro Botín, que trae turismo del bueno y genera ambiente creativo. El 90% de mis amigos que se fueron a estudiar fuera han vuelto.

-¿Un deseo?

-Cuando recibo una nueva alfombra, sigo un ritual que implica viajar a Madrid y recogerla en aduanas, en el aeropuerto. Mientras hago el papeleo, siempre deseo que nunca se me olvide lo feliz que me siento al verlas, que no llegue un día que empiece a ser normal, no quiero perder esta ilusión.

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