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Las cuatro estaciones de la vida

Las cuatro estaciones de la vida

En el año que entra, cada uno completará un cuarto de siglo de andadura. El Diario Montañés charla con cuatro cántabros que en los próximos meses llegarán a los 25, 50, 75 y 100 años para reflexionar sobre cambios y etapas de la vida

Álvaro Machín

Santander

Miércoles, 1 de enero 2025, 08:38

Hay una mentirijilla en el subtítulo de esta información. Una de las protagonistas del reportaje cumplirá 25, otro 50 y otro 75 en el año recién estrenado. Sí. Pero Dolores Pacheco ya ha entrado en 2025 con los cien. De hecho, celebrará 101 muy pronto. Nació el 26 de enero de 1924. La excepción pierde importancia cuando ella ilumina la conversación con su sonrisa de labios pintados y su peinado moderno, a lo chico.

–Está usted hecha una rosa.

–Eso quisiera yo.

«Si mi abuela me viera, se asustaría. Ella iba toda de negro y con la cabeza tapada con un pañuelo», cuenta. La misma abuela que no quería a su padre como marido de su chiquilla «porque era hijo de una mujer soltera». «Cómo ha cambiado la vida. Horrible». ¿A que no importa que tuviera los cien ya cumplidos antes de año nuevo?

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Más que preguntar es mejor que ella hable. De lo que quiera. A su ritmo. Que cuente que hace un par de años fue en avión por primera vez. «Me daba miedo, pero lo pasé muy bien». O que se echó novio a los 22. «Salía por ahí con las amigas. Al baile y, lo más, al cine. Pero al baile poco, porque no queríamos que nos conocieran mucho». O que repita dos o tres veces que hace poco se sintió aliviada cuando su mejor amiga de la residencia –San Cipriano, dice que la tratan de maravilla allí– falleció con una «muerte dulce». «Se fue a la cama y ya. Yo no tengo ningún miedo a la muerte, para nada. Pero que sea así, una buena muerte».

Y así, charlando, sin preguntar, ella relata cosas que encajan perfectamente en lo que pretende este texto. Reflexionar sobre el paso del tiempo, los cambios en la vida. Dolores le cuenta a la alcaldesa de Bezana, Carmen Pérez –que está de visita en el centro y ha entrado a saludar–, que quiso darle una sorpresa a su marido comprando un piso con el dinero que había ahorrado –ella– de su trabajo en una confitería de San Simón. «Eran unos pisos subvencionados por el Estado y me dijeron que no podían darme la escritura si no firmaba mi marido». O cómo le explicaba una amiga lo que le dijo a su esposo nada más casarse: «Ven aquí a hacer la cama que tú también la has deshecho».

«La vida ha cambiado para bien. Las mujeres estábamos muy amarradas y ahora mandamos como los hombres»

Dolores Pacheco

100 años

Dolores sigue hablando. De Libertario, el que fue su marido. De su madre, que era modista, y de su padre, cerrajero. Del vestido «de entretiempo y de los botines negros» que le traerán los Reyes en unos días. De hijos, nietos y biznietos. Piensa más en ellos que en sí misma cuando entre el periodista y su cuidadora –que no se separa de su lado– le hacen casi la única pregunta concreta de la charla.

–Dolores, ¿y tú qué le pides al año nuevo que entra a estas alturas de tu vida?

–Lo que tengo es bastante. Que sea tranquilo y que mi familia no sufra cuando yo me vaya.

Al decir eso le contestan todos diciendo otra vez que está genial, que no tiene «una arruga». Entonces Dolores se echa la mano a la cabeza y se toca por encima de la oreja con un dedo: «Mientras funcione esta... El médico me ha dicho que dé trescientos pasos cada día, pero yo doy 450».

Hablando de pasos, Carlota Díaz está dando los primeros en el mercado laboral tras sus estudios de Comunicación, con una especialidad en Tecnologías Audiovisuales y Multimedia. A sus 24 –cumplirá 25 el 21 de junio– es autónoma como community manager y creadora de contenidos para empresas. «Puestos nuevos en estos 25 años», bromea para entrar de lleno sobre cómo han cambiado las cosas desde que nació, en 2000. «Lo que más me llama la atención es lo de los móviles. Yo tuve uno de prepago y no me lo dejaron hasta los trece o catorce años. Y no podías mandar un mensaje así como así porque era caro. Hoy parece impensable pagar por mandar un mensaje». De hecho, explica que para la gente de su edad «se ha perdido llamar por teléfono». «Ahora hablamos menos. Es todo por mensajes». Hasta conocerse. «A muchos de mis amigos los he conocido online. Las relaciones sociales funcionan mucho así y eso también facilita las relaciones a distancia» –su pareja vive en Madrid–.

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Cambios que uno palpa a los 25. Cierra Disney Channel, «que marcó la infancia de una generación». Con un cuarto de siglo también se siente «nostalgia». A Carlota le cuesta ponerse ante «una película en blanco y negro» y una de los noventa ya es antigua. Cuando su padre le habla de la mili le suena raro. «Dormir en literas lo asocio a un campamento». Y es consciente de la rapidez que se exige a todo. «Rescaté hace poco la Nintendo y vi lo mucho que tardaba en cargar. Ahora, si algo tarda medio segundo en cargar, ya te subes por las paredes».

«Los jóvenes trabajamos mucho, pero creo que nuestros padres vivían para trabajar y nosotros ponemos límites»

Carlota Díaz

25 años

Son la generación de la tecnología y, a la vista de los que ya no lo somos, lo manejan todo. «Pero eso nos obliga también a actualizarnos permanentemente», puntualiza. «En mi trabajo, por ejemplo, lo que aprendí en la carrera ya no me sirve en muchos aspectos». Aquí lanza un alegato en torno a su generación. «Trabajamos mucho. Eso sí, yo hablo mucho con mis padres sobre esto y tengo la sensación de que nosotros trabajamos para vivir y no vivimos para trabajar. Creo que intentamos poner más límites a las horas de trabajo y descanso. Tratamos de compaginarlo más».

Cambio radical

Cuando Carlota nació, Oriol Pastor acababa de terminar sus estudios de Derecho y estrenaba prácticas en un despacho. Estaba soltero y vivía con sus padres. Tenía 24 porque hasta finales de octubre no celebra el cumpleaños. Ahora, con 49, trabaja como Jurídico en el Gobierno de Cantabria, está casado y tiene tres hijos: de 12, 15 y 18. «El cambio en lo personal ha sido brutal». El Oriol de los 25 estaba «empezando una vida» con la «ilusión de todo lo nuevo». En lo laboral, en su relación de pareja, en el hecho de emanciparse... «Todo eran expectativas». A punto de los cincuenta, «ya has vivido mucho». Dice que ahora se siente «más seguro de sí mismo, con estabilidad y casi con más ganas de disfrutar ahora de todo que antes». Se siente muy bien.

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Para hablar de cambios se fija en sus hijos y hace comparaciones. «Les enseñé lo que era una cinta o un walkman y les llamaba la atención. Con lo de rebobinar flipaban». Y también con lo de «ir a un videoclub para coger una película». Eso, o los cambios en «la forma de ver televisión, con todos los canales, las plataformas, Youtube...». «Cambian mucho, es raro que mis hijos estén más de diez minutos con algo». Habla de una juventud «cambiada» respecto a la suya. En su manera de relacionarse, por ejemplo. «Antes te encontrabas en los bares y ahora se hace más por las redes sociales». Hasta el punto de que, más que darse el teléfono, «se dan el Instagram». Para salir, cuando lo hacía –antes se salía también los jueves, recuerda–, «o te llamaban al de casa o ibas donde sabías que iban a estar tus amigos». Porque estaban allí, «era todo más fijo». «Y no había otra forma de avisar». Es, de hecho, de los que bajó a tirar la basura para hacer desde una cabina una llamada 'personal' (y no en el salón, con toda tu familia mirando mientras hablabas en el teléfono de la mesa camilla).

«Cuando he enseñado a mis hijos lo que era un 'walkman' o cómo se rebobinaba una cinta, alucinaban»

Oriol Pastor

50 años

«La tecnología lo ha cambiado todo. Ahora es impensable no buscar algo en internet y todo el mundo sabe dónde estás en cada momento. Y no te cuento nada cómo va a ser con la inteligencia artificial...», reflexiona Oriol, uno de los últimos que tuvo que pedir prórrogas para no ir a la mili.

Y, si va de reflexiones, una última: «Con los 25 te comes el mundo y ahora lo más importante es que todo esté tranquilo».

La tranquilidad

En eso de la tranquilidad también se centra mucho Carlos López, que cumplirá los 75 el 3 de mayo. Su tranquilidad es «la de no tener que ir corriendo a ningún sitio». Para hacerse una idea, con cincuenta estaba trabajando en la Standard Eléctrica –ahora lleva jubilado doce años– y sus dos hijos tenían 23 y 16 (ahora son padres los dos), aunque, puestos a ordenar la biografía, «a medida que cumples ya no separas los recuerdos concretos en un año u otro». «Soy malo para las fechas y ahora más».

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En la charla, claro, sale la tecnología. «Jamás pensé que iba a tener un coche que aparcara solo». Eso, o acordarse de lo que era «buscar una cabina y echar monedas». Pero él incluye en su relato la dificultad. «Vas a un banco y es un conflicto. Sacar dinero lo saco, pero si tengo que hacer una transferencia o algo así ya se me complica. Tengo que pedir hora y que me lo hagan. Porque tengo miedo a confundirme, a que me trague la tarjeta...». Carlos siente que «a veces, ya no vas mucho con los tiempos». No «encaja» con las tecnologías, aunque no le importe demasiado. «El teléfono yo lo uso para llamar. El resto, no me preocupa».

«A esta edad valoras la tranquilidad. A veces ves que ya no vas con los tiempos, que no encajas con la tecnología»

Carlos López

75 años

Eso, las preocupaciones, es lo que desea lejos. «Al estar jubilado, puedo dedicarme a mis aficiones. A la huerta o a ir a la biblioteca cuando hace malo. A mi nieta la pequeña, porque las mayores ya van solas... No tengo prisa ni horarios que cumplir». Al hablar de lo de la huerta se le ilumina la cara. «Me entretiene mucho. Estar allí sin que nadie me diga qué tengo que hacer y cómo». La paz. Lo que quiere. «Que no me saquen de mi hábitat. Me gusta viajar, pero ya me da pereza y tiene que ser mi mujer la que tire de mí. Voy al aeropuerto y me hacen todo».

Aún así –y es una reflexión preciosa–, le parece impensable haber estado en México o la República Dominicana. «Era algo que de niño veía lejísimos, una cosa de ricos, a mí que me llevaban de excursión a la Bien Aparecida. Yo a los 75 creo que ya he hecho todo en esta vida. No pido nada, no quiero tener más de lo que tengo. Estoy tranquilo».

Textos: Álvaro Machín.

Diseño web: Ana del Castillo | Fotos: Daniel Pedriza, Javier Cotera y Roberto Ruiz.

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