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María Jesús de Diego fue a la residencia San Cipriano, en Santa Cruz de Bezana, para visitar a su madre después de los meses de cuarentena. Nada más juntarse en el patio exterior se dieron la mano y ambas se echaron a llorar. Roberto Ruiz

«Todavía me emociono al ver la foto»

El 27 de mayo se retomaron las visitas en las residencias. Un momento que quedó plasmado en una imagen que «capta» la ilusión de volver a verse. Su protagonista cuenta cómo vivió la repercusión de ese día

Laura Fonquernie

Santander

Domingo, 28 de febrero 2021, 07:27

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A veces hay instantes que se almacenan entre los recuerdos como si de aquel día sólo quedara grabado ese momento. Y se guarda con nitidez para convertirse en un rincón al que volver, un álbum de fotos repleto de historias que se narran a través de los ojos. «Fue como si alrededor se hiciera el silencio», cuenta María Jesús de Diego, y allí no hubiera nadie más. Habla de la mañana que vio de nuevo a su madre después de pasar separadas los duros meses de confinamiento. El 27 de mayo, en plena desescalada, los centros de mayores de Cantabria recuperaron las visitas. La región fue la primera en retomar la actividad y esa mañana salió el sol como si de algún modo supiera que el día iba a ser especial y no quisiera perdérselo. Poco antes de que el reloj marcara las 11.00 horas, María Jesús recorrió acelerada la pequeña cuesta de la residencia San Cipriano, en Santa Cruz de Bezana, que lleva al jardín exterior, donde ya estaba todo preparado para el reencuentro con su madre con quien, además, comparte nombre. Ella y otras cinco personas estrenaron las visitas, por fin, sin pantallas de por medio. De pronto, el miedo a que el covid cruzara la puerta de la instalación y pasara algo se esfumó porque ahí estaba ella, tranquila y sana.

La pandemia aún presente se tradujo en estrictas medidas de seguridad, en gel y mascarillas. Por eso las emociones se reflejaron en las miradas. Casi sin tiempo de pensarlo se dieron la mano y de ese segundo quedó una huella más allá de lo que la retina pueda recuperar: una foto. Esa en la que ella, con la cabeza agachada, agarra la mano de su madre mientras ambas convierten la ilusión en lágrimas. ¿Recuerda ese instante? «Perfectamente», responde sin dudarlo ocho meses después, con su madre al lado y sentada en la misma silla que aquel día fue testigo del reencuentro, como si el tiempo no hubiera pasado. «Fue justo cuando la sacaron de la residencia» para juntarse en el patio exterior.

Después de tantas semanas sin visitas, nada más verla, su madre preguntó «¿por qué?». No entendía el motivo que la había mantenido alejada del centro. Fue su manera de expresar esa sensación de haber estado sola mientras el covid impuso la distancia como norma. «Ahí me sentí como si la hubiera abandonado», explica María Jesús. A la par que eso ocurría, sin que ni ella se diera cuenta, Roberto Ruiz, fotógrafo de El Diario Montañés, apretó el botón de su cámara para grabar un momento que, sin saberlo, se convirtió en un reflejo de lo que ha supuesto la irrupción del virus en el día a día. Un bicho convertido a estas alturas en viejo conocido. Él también se acuerda de ese segundo ya significativo. «Menos, fue menos tiempo», dice siempre entre risas.

Imagen -

El impacto al verla

La imagen ocupó la portada del periódico al día siguiente acompañada del titular:«Mamá, ¡cuánto te he echado de menos!». Y sus protagonistas no fueron conscientes de su existencia hasta que un familiar la vio publicada y llamó a María Jesús para contárselo. No lo dudó y salió del trabajo directa a hacerse con un ejemplar. Una vez en el kiosco «hasta a mí me impactó verla», admite. Y de nuevo asomaron las lágrimas. Para ella es ya «la foto de la pandemia» porque «capta» los sentimientos compartidos entre muchas personas, la incertidumbre con la que la sociedad amaneció durante meses –y todavía hoy lo hace– mientras el único contacto con la familia y amigos era a través de videollamadas y los pájaros los encargados de cuidar las calles. «Y todavía hoy, cada vez que la veo, me emociono y se me saltan las lágrimas», dice.

Aquel día parecía que la situación cambiaba:«Estábamos acabando con algo», comenta María Jesús, sobre las sensaciones de esa mañana. Nada que ver con las de febrero. ¿Qué sentimiento tiene ahora? «Cansancio» de seguir peleando. Como llevar horas en una carrera que no parece tener fin. Entonces el plan de desescalada llevaba en marcha casi un mes y los pasos sólo se daban hacia delante. Ya estaban abiertos los bares y restaurantes. No sólo las terrazas, que empezaron a usarse el 11 de mayo, también el interior de los establecimientos que llevan cerrados desde el mes de noviembre. Esos días los centros comerciales echaron a andar y todo parecía avanzar aunque meses después la segunda y tercera ola de la crisis sanitaria recordaron que aún no habíamos vencido al virus.

A lo largo de estos meses, madre e hija se han visto cada semana y en febrero se juntaron otra vez para charlar con El Diario Montañés sobre lo que supuso para ellas aquel reencuentro y ver la foto en la portada. Roberto Ruiz

De la foto se hizo eco mucha gente, quizá por eso, por lo que cuenta, por esos meses alejados de la familia, la necesidad que había de verse y recuperar los abrazos como rutina. «Aunque no fuera yo quien sale, me sentiría identificada. Todo el mundo tiene una madre» y puede entender el miedo cada vez que sonaba el teléfono y la llamada era de la residencia. Es un momento que «no olvidaré nunca», insiste María Jesús que, incluso, imprimió la fotografía, la enmarcó y se la regaló a los profesionales del centro que cuidan de su madre y del resto de residentes cada día. «Les estoy muy agradecida. Somos una familia», comenta. Porque su trabajo ha sido titánico y ha permitido mantener al bicho fuera. «Es un recuerdo para ellos de algo que no debería pasar más».

«Recuerdo perfectamente ese momento, fue como si se hiciera el silencio. Justo al verme me preguntó por qué no había ido antes a verla y ahí le cogí la mano»

María Jesús de Diego - Hija

A la par que eso, ella también recibió un regalo por parte de sus compañeros de trabajo que coincidieron en el gesto y le dieron la misma foto, en grande, como si fuera un cuadro. «Para mí es la foto más bonita del mundo», añade mientras da las gracias al profesional que captó el instante. El camino desde entonces ha sido «agotador». Cuando se cumple un año del primer positivo por coronavirus en Cantabria aún queda fuerza para intentar ser «positiva». Aunque parece que «nos hemos acostumbrado a algo a lo que no deberíamos acostumbrarnos nunca», opina.

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