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María Luz Puente Madrazo (Luci), Lucía Blanco Sañudo y Banessa Sañudo Puente, tres generaciones de una misma familia, posan cerca de su casa, en Solares. Alberto Aja
El cambio en tres generaciones

El cambio en tres generaciones

De su nacimiento al de su nieta distan 53 años de cambios en los que en esta familia ha cundido el ejemplo de una mujer que «siempre tira para delante»

Mada Martínez

Santander

Sábado, 8 de marzo 2025, 07:32

María Luz Puente Madrazo cuenta casi lo mismo con los ojos que de palabra. Es muy expresiva, lanza miradas al techo –sonrisa incluida– cuando evoca su infancia y su juventud. Fueron años de «mucho trabajo» y de menos tiempo de juego y esparcimiento del que, a buen seguro, ella hubiera deseado. «Mi familia era ganadera, tenía vacas de leche, teníamos también una pareja de tudancas». Desde bien pequeña, Luci, como todo el mundo la conoce, ayudó en la cuadra familiar, en el campo. A los 6 años subía al monte con los mayores a cuidar de las vacas. Cuando su hermano y su padre iban a segar, ella los acompañaba, atropaba la hierba y la cargaba en el carro. También echaba de comer al ganado y ordeñaba a mano. En su casa de Solórzano, donde nació el 7 de abril de 1950, hacían falta sus manos menudas para sacar adelante la tarea. «A mí... –Luci vuelve a mirar hacia el techo con gesto vivaracho–, a mí me tocó trabajar. Cuando mis compañeras iban igual al cole, yo iba a cuidar las vacas... La vida era así».

Fue a la escuela –«nuestra clase era de niñas»– hasta los 15 años. Se casó con 22 y tuvo dos hijos, José Ramón y Banessa Sañudo Puente. Sentada a su lado en el salón de una amplia vivienda de Solares, Banessa escucha a su madre con atención, empuja su relato, le pregunta por algunos detalles. Nacida en diciembre de 1979, la hija creció ya en una finca ubicada en el barrio El Calerón, «un poco más arriba de La Cavada», a donde Luci se trasladó con su marido Alfredo, Fredo, donde crecieron sus hijos, y donde el trabajo y el esfuerzo tampoco faltaron.

Luci Puente Madrazo, cuando tenía 14 años, en su Solórzano natal, donde su familia tenía una cuadra.

 

 

 

Una foto de pequeña de Banessa Sañudo Puente.

Lucía Blanco Sañudo, de niña, jugando con una cabra. Ahora está a punto de finalizar el grado de Administración y Dirección de Empresas en la UC.

Luci Puente Madrazo, cuando tenía 14 años, en su Solórzano natal, donde su familia tenía una cuadra.

Una foto de pequeña de Banessa Sañudo Puente.

Lucía Blanco Sañudo, de niña, jugando con una cabra. Ahora está a punto de finalizar un grado en la UC.

Luci Puente Madrazo, cuando tenía 14 años, en su Solórzano natal, donde su familia tenía una cuadra.

 

 

 

Una foto de pequeña de Banessa Sañudo Puente.

Lucía Blanco Sañudo, de niña, jugando con una cabra. Ahora está a punto de finalizar el grado de Administración y Dirección de Empresas en la UC.

Una foto de pequeña de Banessa Sañudo Puente.

Luci Puente Madrazo, cuando tenía 14 años, en su Solórzano natal, donde su familia tenía una cuadra.

 

Lucía Blanco Sañudo, de niña, jugando con una cabra. Ahora está a punto de finalizar el grado de Administración y Dirección de Empresas en la UC.

«Era una finca para trabajarla con el cuerpo», vuelve a evocar Luci. Sus días comenzaban «arreglando las vacas», seguían con el trabajo de temporada, e incluían los cuidados familiares. ¿Vacaciones? Luci vuelve a mover los ojillos y se ríe con franqueza. «Cuando nosotros éramos pequeños, ella se preocupaba de levantarnos, de atendernos», interviene Banessa. «Mi madre, mis padres, los dos han trabajado mucho, muchísimo. Es una vida muy sacrificada».

Ella no continuó con el negocio familiar, aunque, por supuesto, ayudaba en verano en las tareas del campo. Su vida académica no se vio interrumpida por el trabajo, se encarga de subrayar su madre. Matriculada en el colegio de La Cavada, de la parada del autobús a su casa había un par de kilómetros de distancia que Banessa y su hermano recorrían a diario. Sus padres pusieron mucho énfasis en su formación. «Siempre quisieron que estudiara», dice Banessa, que en primer lugar cursó estudios de Peluquería. «Desde que empezó el colegio, siempre ha estado con su formación», avanza su madre. Luego se casó con 19 años, se dedicó a la hostelería, fue madre de Lucía a los 23, y a los 28 de su segundo hijo, Adrián.

Al poco de llegar la primogénita, Banessa empezó a trabajar como pescadera, primero siete años por cuenta ajena, y después, junto con su marido, Marco, se planteó poner en marcha un negocio propio. «¿Por qué no montamos una pescadería?», recuerda que le preguntó su pareja. Y allá que se lanzaron los dos: él aprendió de forma autodidacta y en parte instruido por Banessa, experta entonces en las artes de la limpieza y preparación del pescado. Más adelante, ambos compraron su propio local, que abrieron en 2016. Está en la avenida Oviedo de Solares, se llama Pescadería Banessa, y marcha muy bien. «Al final, lo que te gusta es que la gente esté contenta. Eso te hace tirar para delante –«tirar más para delante», apoya Luci de fondo–. Tienes tus hijos, así que hay que trabajar y tirar».

Las frases

Ganadera y ama de casa

María Luz Puente Madrazo, Luci

«Yo, a mis hijos, a mi nieta, no les he aconsejado el qué, pero sí que estudien, que se esfuercen. Siempre hay que tirar para delante»

Pescadera y ama de casa

Banessa Sañudo Puente

«Mis padres han trabajado muchísimo. Y siempre quisieron que mi hermano y yo estudiáramos, nos apoyaron y nos incentivaron mucho»

Estudiante de ADE

Lucía Blanco Sañudo

«Siempre he tenido claro que quería estudiar. He podido elegir mis estudios en función de mis gustos y valorando las salidas profesionales»

La nieta, en la UC

«Yo siempre tuve claro que quería estudiar». Lucía Blanco Sañudo (Solares, 2003) dudó de pequeña entre convertirse en pediatra, actriz o profesora de inglés, y al final se decantó por formarse en Administración y Dirección de Empresas (ADE), un grado que cursa en la Universidad de Cantabria (UC) y que está a punto de acabar. Sacó un once en la EBAU, una nota que le dio de sobra para elegir estudios.

Lucía ya pudo ingresar en el sistema educativo cántabro a través de las aulas de 2 años. «Fue la segunda generación que lo hizo. Yo tenía la ayuda de mi suegra, pero no quería cargarla. Y en esta aula de 2 años estuvo muy contenta», señala Banessa, que también «tira» de la casa, y no obstante habla de equilibrar el trabajo doméstico si se trabaja fuera de casa.

Lucía asiente. ¿Cómo enfocará ella esta cuestión cuando se independice? Por lo pronto es «echada para delante», viajera a más no poder, y tiene claro que eligió sus estudios –es la primera universitaria de la familia y «es guay serlo»– porque le «gustaban y también valorando las salidas profesionales». Tiene en cuenta el ejemplo que le han dado su abuela y su madre, pero ella quiere trabajar «de otra manera». Su familia, no obstante, le ha inculcado esa idea que castizamente se resume en 'saber lo que vale un peine', y desde hace ya varios veranos, trabaja en la pescadería de sus padres. Al margen de que Banessa quiere que sus hijos puedan elegir su formación, «queríamos que supieran lo que realmente valen las cosas».

Luci comparte esta opinión: «Yo no lo he aconsejado a Lucía el qué, pero sí que estudie, que se esfuerce». «Nosotros en casa siempre le hemos dicho que tenía que estudiar y trabajar para que no dependiese de nadie», apoya Banessa. Hay cosas que han ido cambiando –otras, por ejemplo, como la feminización de los cuidados, advierten estudios recientes del sindicato CCOO, mantiene estancada la brecha salarial en España– y que se ven o se intuyen en el relato de estas tres mujeres, que de una generación a otra han transmitido una gran herencia de trabajo y esfuerzo.

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