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ANSOLA

Los fantasmas de La Magdalena

En la península conviven los de un enamorado que se arrojó por un barranco y los de dos personas que se asoman a una foto de Alfonso XIII

Aser Falagán

Santander

Sábado, 17 de abril 2021, 07:42

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La Península de La Magdalena tiene una población censada de un par de docenas de animales, entre pingüinos y focas, una población flotante que puede superar el centenar de personas durante los cursos de verano y los congresos de temporada y una población espectral de tres almas.

No son los únicos fantasmas. En absoluto. Y no me refiero a los cortesanos que trataron de medrar en el primer tercio del siglo XX en la corte estival que Alfonso XIII se montó en Santander en la época en que nació Fernandito; no. Ha habido muchos más, tanto antes como después de que se construyera el palacio. Y, por supuesto, en las dependencias palaciegas, pero esa es ya otra historia.

A finales del siglo XIX la península era poco más que una zona salvaje de Santander, alejada tanto de la población como del Sardinero. Aún no se habían rellenado los arenales de El Camello, construido la avenida Reina Victoria ni, por supuesto, se había planteado la construcción de un palacio real. Era sólo un enclave abandonado, en otros tiempos un enclave defensivo en el que solo quedaban vegetación, acantilados, zonas boscosas, los restos del Castillo de San Salvador de Haro donde se levantó después el actual palacio, y el Faro de la Cerda, levantado junto a la antigua batería homónima.

Entonces sí que tenía un vecino censado: el farero. Y justo entonces, en aquel final del siglo XIX, mucho antes de que Alfonso XIII comenzara veranear en la zona y de que se instalara la Universidad Internacional de Verano, después rebautizada como UIMP, llegó a la península su primer habitante sobrenatural, de quién todos los santanderinos han oído hablar aunque ninguno lo viera nunca.

Es el fantasma de La Magdalena, un espíritu que vaga por el recinto desde hace cerca de siglo y medio; mucho antes de que comenzaran a merodear por la zona otros fantasmas mucho más corpóreos; el espíritu errante de un joven santanderino que tras sufrir un desengaño se suicidó en aquel lugar, arrojándose al mar según algunas versiones y volándose la cabeza según otras.

Los veraneos reales y la docencia de verano fueron quitando espacio y protagonismo al fantasma enamorada hasta que las nuevas generaciones prácticamente le olvidaron, en parte eclipsado también por dos nuevos espíritus llegados al Real Sitio bastante más tarde, estos en pareja, como para hacerse compañía el uno al otro.

La Sala Madrazo

Uno de los espacios del Palacio de La Magdalena, construido décadas después, es popularmente conocido como la Sala de los Fantasmas. El motivo, una fotografía en la que Alfonso XIII posa a las puertas del edificio con distintas autoridades de la época. En ella se pueden ver dos rostros difusos, absolutamente etéreos, que siempre se han identificado como espíritus, a lo que ha contribuido enormemente el hecho de que no se haya conseguido (ni probablemente intentado) conocer su verdadera identidad.

La foto de los fantasmas retiene así en su papel fotosensible dos espectros importados a Santander unos meses después de que Alfonso XIII se tomara en París una inquietante fotografía que ahora luce en la Sala Madrazo, denominada así porque la decora uno de los muebles del doctor Enrique Diego-Madrazo, incorporado posteriormente a los veraneos de la familia real.

Tal vez uno de ellos sea el viejo fantasma enamorado que entre paseo y pasea se encontrar con una figura real (en todos los sentidos) y se adelantará a su tiempo haciéndose un foto con el monarca. O tal vez no, y como su compañero sea un espectro completamente distinto, independiente y, probablemente, con mucho más rancio abolengo. Ellos son las nuevas estrellas paranormales pero todavía hay quien recuerda a aquel fantasma enamorado que no encuentra la paz y sigue merodeando entre el bullicio veraniego a la espera de que llegue la fría calma del invierno.

Pero la historia, me temo, pierde fuelle cuando se confronta con la realidad y la técnica fotográfica.En este caso la química, como corresponde a una imagen tomada en el primer tercio del siglo XX. Por un problema de exposición; de escasa exposición, dos de las figuras, que probablemente se movieran, aparecen difusas en la imagen final por la escasa impregnación de su espectro –luminoso– en el bromuro de plata. Así quedaron las siluetas y rostros translúcidos y difuminados; por una simple reacción química. Después la imaginación hizo el resto.

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