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Maribel y Marija se acercan caminando por la calle Burgos y uno no sabe quién guía a quién en esa imagen. Maribel es ciega, menuda como una niña, pero pisa el suelo como si supiera dónde están sueltas las baldosas. Marija es serbia, y la lleva del brazo por el centro de Santander como lo haría su nieta. Solo que no lo es. «Antes de venir a España tenía miedo, me decía: ¿cómo voy a ayudar a los demás si no estoy segura de mí, de mi manera de hablar, si nunca he estado en otro país?», dice la joven en un sorprendente español. Lo habla fluido, adornado por la discapacidad física que sufre y que no la frenó cuando decidió hacer un paréntesis en su carrera de Literatura para ser voluntaria. Por eso está en Santander. Por eso conoce a Maribel. Por eso camina con la sonrisa colocada en la cara: «Al principio estaba tan nerviosa que tenía que salir con otros voluntarios, pero al cabo de unos días vi que podía hacerlo sola y ahora sólo me preocupa lo rápido que pasa el tiempo porque no quiero irme de aquí».