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Leticia Fernández (izquierda), en el porche de su hogar, emn Cudón (Miengo). Mercedes Guevara, junto a su mascota. A la derecha, José Ramón González escuchando música en su casa. Alberto Aja

Hogares de uno

Las viviendas unipersonales de Cantabria crecerán sin freno y supondrán un 32% del total en 2033

Javier Gangoiti

Santander

Domingo, 9 de diciembre 2018, 13:39

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El origen de la palabra hogar se remonta a los albores de la civilización occidental, cuando el culto al fuego formaba uno de los pilares fundamentales de la sociedad grecolatina e indoeuropea. De ahí el germen de esta voz tan común: focus. Ya entonces, en cada casa había siempre una hoguera, un brasero, una llama viva que servía como centro neurálgico de la supervivencia de las familias y grupos de personas. En torno a ese 'hogar', estos núcleos se reunían en busca de una fuente de luz y de calor, formando a su alrededor un punto de congregación. Una comunidad. Miles de años más tarde, sin embargo, ese fuego calienta cada vez a menos grupos de personas. Los cambios culturales y la mejora exponencial del bienestar de las personas han transformado la obligación, la necesidad de las familias a convivir y trabajar juntos para poder subsistir. Cada vez son más los individuos que replantean este esquema casi congénito de las sociedades humanas y afrontan una vida sin compañía en el hogar. Solos en torno al fuego.

España es uno de los países que asiste a esta mudanza, y con ella, Cantabria. Las viviendas unipersonales de la Comunidad no solo aumentan desde hace años, sino que continuarán creciendo sin freno hasta suponer el 32% del total en 2033, según el estudio de Proyecciones de Hogares elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (INE). «La sociedad ha cambiado, y esto es un reflejo de las preferencias actuales de la gente», sostiene Mercedes Guevara, de 56 años, diseñadora gráfica e interiorista en Santander. Ella es una de las casi 70.000 personas que habitan solas en Cantabria y que recoge el estudio, algo que ella define como «un estado natural» y en lo que no piensa habitualmente. «Estoy separada desde hace muchos años. En este tiempo siempre he vivido con mi hijo. Ahora él está en la universidad, en Madrid», explica Guevara, que ya suma más de un año morando en solitario, «con independencia y libertad».

Valores como la autonomía personal se alzan por encima del resto. Avanzan de forma paralela a las nuevas tecnologías y los nuevos modelos de vida, cada vez más expuestos a la movilidad constante. Es casi una insurreción. La «independencia y la libertad» emergen con más fuerza que nunca. La meta: 10.000 nuevos hogares unipersonales cántabros en 2033. Todo ello ocurrirá al tiempo que baja el tamaño medio de los hogares –2,5 moradores por vivienda en la actualidad–, otro de los índices en caída libre. «Creo que llegados a una edad nos gusta hacer nuestra vida y organizarnos a nuestra manera. Ya no existe la presión de tener una vida en pareja o tener que casarse. No digo que sea mejor una cosa o la otra. Cada uno tiene que elegir cómo quiere vivir», expone la vecina.

No a la soledad

El fenómeno no está ligado necesariamente a la soledad. Aunque existen muchas personas que viven solas de forma involuntaria (como las mujeres viudas, el colectivo principal a partir de los 60 años), muchas otras abordan la etapa con entusiasmo. Todo depende de la actitud: «El problema no es estar solo, sino sentirse solo. A mí no me pasa, al contrario, me gusta estar sin compañía y disfruto de esta situación», alega la santanderina, quien define esta situación como una oportunidad para «recuperar un tiempo anterior pero con otras prioridades». Al otro lado de la balanza, los gastos se convierten en el principal inconveniente para subsistir: «La economía se resiente cuando todos los pagos recaen solo en una persona».

Comparte esa visión otra mujer, Leticia Fernández Gastelo, de 36 años, residente en Cudón, municipio de Miengo, desde hace cuatro años. En su caso, fue la estabilidad laboral la que motivó el cambio: «Me mudé cuando me hicieron contrato de trabajo. Como buscaba tranquilidad e independencia, decidí habitar una casa yo sola». Fernández Gastelo vivió siete años en pareja y dos más compartiendo piso con sus amigas. En cuanto se trasladó, notó la diferencia: «Estoy mucho mas tranquila, además de que ahora soy más independiente, ordenada y creativa». No ha renunciado a la compañía de sus seres queridos en el resto de ámbitos, al contrario. Tal y como declara la menicense, alterna «viajes y ocio con amigos» con «un día de playa o un bonito paseo en solitario». La desventaja se repite: «La economía es mucho mas ajustada». Preguntada por el fenómeno en alza de los hogares unipersonales, Fernández cree que «llegada una edad y tras lograr una estabilidad laboral, se busca más que nunca un espacio propio y cierta independencia». Lo cierto es que, según el INE, las mujeres son clara mayoría en estas viviendas en alza.

Pero también hay hombres entre estos nuevos moradores, y su respuesta es igual o más contundente. «No es algo tan raro», declara José Ramón González Soutullo, realizador y cámara en Santander. Entre los varones, los de su edad –42 años– componen la práctica mayoría de los hogares unipersonales masculinos. «Bajo ningún concepto compartiré piso con ningún amigo o amiga mientras me lo permita el trabajo o me decida a vivir con una pareja. Antes me quito de cualquier capricho», sentencia. El vecino confirma que llevar adelante los gastos en solitario es lo más complicado de vivir sin compañía «pero claro, todo no puede ser».

Es muy difícil establecer unas motivaciones concretas que expliquen el auge del fenómeno. «Supongo que algunos viven solos por su carácter antisocial. De cualquier forma, ese no es mi caso. Yo vivo sin compañía porque puedo permitírmelo y porque ahora mismo no tengo una relación de pareja», zanja. A pesar de todo, González Soutullo reconoce la saturación que le provoca, en ocasiones, estar constantemente con gente. «Por eso me gusta pasar tiempo sin nadie más». Finalmente, y aunque pueda «poner la música todo lo alta que quiera y no tener que dar explicaciones de nada», el realizador coincide en la economía como condicionante principal para quienes siguen este modo de vida. Aunque hay más. «Entrar en la ducha y olvidarte de la toalla a más de dos metros de distancia por descuido. Y ya poniéndonos muy pesimistas, que te pegue un infarto y se enteren una semana después. ¿Un poco tarde no?», bromea el santanderino.

Las causas

Eloy Gómez Pellón es catedrático de Antropología Social de la Universidad de Cantabria (UC) y señala la evolución de la sociedad como explicación al incremento irrefrenable de los hogares de una sola persona. En el abismo tecnológico al que avanza la sociedad, van surgiendo varias razones diferentes: «En primer lugar, los lazos de familia y parentesco han perdido importancia en la sociedad postindustrial, favoreciendo la autonomía de las personas y un estilo de vida cada vez más individualista». En segundo lugar, el catedrático apunta al cambio del modelo laboral ocurrido en todas las sociedades occidentales. Tal y como revela, «el trabajo ya no es un bien permanente, sino que obliga a la persona a que experimente una movilidad permanente, refrenando o impidiendo el desarrollo de un proyecto de pareja».

De hecho, el fenómeno de estas viviendas atiende muy de cerca a la fragilidad de las parejas de hoy en día. A juicio del profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, «las rupturas, a menudo saldadas con conflictos, pueden empujar a algunas personas a vivir un cierto aislamiento, a veces no elegido voluntariamente».

Asimismo, Gómez Pellón apunta a la importancia de los dispositivos móviles, las redes sociales y todos los avances tecnológicos para explicar esta circunstancia. Según el Doctor en Filosofía y Letras, «han permitido que las personas formen parte de comunidades virtuales o imaginadas que facilitan la vida a este tipo de moradores».

Más cifras extraídas de la encuesta del INE: los datos también revelan un número de hogares unipersonales femeninos superior al de los hombres, más de los que origina su mayor esperanza de vida. Gómez Pellón ve la explicación en varias causas:«Es posible que la incorporación de la mujer al mercado de trabajo le haya concedido una autonomía, de la que antes había carecido y que ahora quiere vivir en toda su integridad, adoptando actitudes nuevas en su vivencia personal», explica. El catedrático también alude a las rupturas de pareja, una circunstancia, afirma, «tras la que las mujeres se emparejan menos veces que los hombres. Este hecho viene parcialmente motivado por las mayores dificultades de la mujer para el emparejamiento a partir de una determinada edad. Su esperanza de vida es mayor, haciendo que muchas de ellas, que anteriormente habían residido en pareja, decidan habitar en hogares unipersonales en los últimos años de vida».

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