Keila hace tatarabuela a María Ángeles
Familia ·
Este fin de semana se juntaron las cinco generaciones por primera vez en un encuentro que fue «muy emocionante»Cada vez que se acerca se le escapa una sonrisa y aprovecha para hacerle alguna caricia. A sus 87 años, María Ángeles Gómez está encantada de haberse convertido en tatarabuela, un título en peligro de extinción. Está tan contenta que le faltan palabras bonitas para referirse a la pequeña Keila cuando alguien le pregunta por ella. Y mientras la mira, agarra su carrito con firmeza. Como si quisiera disfrutar de su compañía todo el día. Algo que, en parte, es cierto: «No quería soltarlo», reconoce su hija, con quien comparte nombre. Es consciente de que para su madre este fin de semana ha sido «muy especial». En realidad, lo ha sido para toda la familia, que vivió con «una ilusión tremenda» el momento en que María Ángeles conoció y cogió en brazos por primera vez a su tataranieta, de apenas trece días. Un encuentro que, además, sirvió para reunir a las cinco generaciones de mujeres –María Ángeles (87), su hija (65), Verónica (44), Sheila (20) y Keila–.
Juntas, sin darse cuenta, dibujaron una fotografía muy poco habitual actualmente, dado el progresivo retraso de la maternidad, que va a aparejado a un descenso en el número de nacimientos. Una situación generalizada en España que ha llevado a que la edad media de las madres primerizas sea de 31 años, lo que reduce al mínimo la posibilidad de que sus hijos tengan bisabuelos y convierte en imposible el siguiente escalón. Por eso, sorprende la estampa familiar, aunque en «nuestra familia todas nos hemos casadas muy jóvenes», admite.
La tatarabuela estaba «tan emocionada» con la pequeña en brazos que lo único que pedía una y otra vez era quedarse un rato más con ella. «Yo le decía que nos teníamos que ir a comer», pero parece que esa idea no le resultaba tan interesante. Es más, insistió tanto que la única manera de convencerle para marcharse fue prometerle primero que al día siguiente, este domingo, repetirían el encuentro para que pudiera estar otra mañana con Keila. «La nieta le decía que no se preocupara, que la traerían de visita otra vez». Y así fue.
«Mi madre estaba muy ilusionada y quería pasear a la niña todo el rato. Verla tan emocionada es muy grande y gratificante»
María Ángeles padilla
Hija
Sobre las 11.00 horas se acercaron de nuevo a la residencia Orpea, en Maliaño, para recoger a la tatarabuela mientras Sheila (nieta y ahora madre) acudía acompañada de la nueva integrante de la familia y de José Luis, su pareja. Otra mañana que volvió a juntar a las cinco generaciones. ¿Y qué tal se porta Keila? «Bien, es una bendita, casi no llora», resume Sheila. «Es muy tranquila. Algunas veces incluso hay que despertarla para comer».
Una vida en el campo
Para María Ángeles ver a su madre tan «ilusionada» fue un regalo. Un momento «muy grande y gratificante», añade. Sobre todo, ahora que «está mayor» y que ven cómo su salud se va deteriorando poco a poco. Pero las reuniones familiares de estos días le han sacado una sonrisa y se emociona mientras lo cuenta. Les gusta juntarse y lo hacen siempre que pueden: «Nos vemos a menudo».
«Todo ha ido genial y Keila es una bendita. Se porta muy bien y casi no llora. A veces hay que despertarla para comer»
Sheila García
Madre de Keila
Su madre es de Parbayón y se ha pasado toda la vida en el campo, dedicada a la ganadería. «No tenía muchos ratos libres», cuenta su hija. Al menos el recuerdo que tiene de ella es que siempre estaba trabajando porque se encargaba de todas las tareas sola: «Segaba y atendía a los animales», explica. Es más, tenía tantas cabezas de ganado que incluso alquilaba fincas para tener más espacio donde pudieran estar. «No le daban los terrenos». Luego, además, cuidaba de sus tres hijos y mantenía la casa porque «mi padre también trabajaba». Así que al día le faltaban horas para llegar a todo. Y esa rutina se mantenía todo el año. Ni siquiera cuando llegaba el verano había tregua: «Con la siega se levantaba a las cinco de la mañana» para trabajar. Había mucho que hacer.
En concreto recuerda cuando veía a su madre segando los terrenos a dalle porque por aquel entonces no había tractores que le sirvieran de ayuda. «Ha tenido una vida complicada, muy dura», resume. Y es que tampoco tenían acceso a otras facilidades, como una simple lavadora, así que María Ángeles «se iba al lavadero». Unas tareas en las que tanto ella como su hermana le echaban una mano.
Por eso, con tanto quehacer en casa, su madre «fue muy poco al colegio». No obstante, a pesar de los pocos estudios, «se le daban bien las cuentas», señala María Ángeles. Los números los controla. Quizá porque «la vida le obligó a saber llevarlos», opina. La pequeña Keila es, sin duda, el mejor regalo de la vida para María Ángeles, madre, abuela, bisabuela y ahora tatarabuela.
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