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Un recodo del río Ebro, congelado a la altura de Cubillo, donde el curso dibuja un meandro. Foto: María Gil | Vídeo: Pablo Bermúdez

Ponerse el pijama bajo cero

Valderredible arrancó el año entre mínimas de récord y fuertes heladas que dejan huella | Un equipo de El Diario pasa una noche por los pueblos del municipio para escuchar las historias de sus vecinos

áLVARO mACHÍN

Cubillo de Ebro

Sábado, 12 de enero 2019, 07:46

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Por Valderredible al aguanieve le llaman friura. No es lluvia, ni copos. Es otra cosa. Es un frío que se puede tocar con las manos. Aquí, en el 71, el termómetro marcó 25 grados bajo cero. La temperatura más baja desde que hay mediciones en la historia de Cantabria. Mucho más cerca, en este arranque del año, la estación meteorológica de Cubillo de Ebro ha registrado casi a diario una de las mínimas más gélidas de España (el día de Reyes pasó de los -11 grados). «Y a la orilla del río, en el molino, hay un grado menos», dice José María López, el responsable de la estación. «Mi padre (también encargado de medir el tiempo, como su abuelo), cuando era pequeño, cruzaba el río arrastrando una piedra delante para ver si soportaba el peso». El río es –claro– el Ebro y ayer por la mañana estaba todavía congelado en un recodo que hay pegado a la carretera que sube para el pueblo. Tirabas un pedrusco al agua y, en vez de hundirse, resbalaba.

«Cuando el anticiclón se establece en una zona provoca que una masa pesada de aire empuje hacia abajo y, al hacerlo, inhibe la formación de nubes. Las noches son, por tanto despejadas y, en esta época del año, muy largas. Durante esa noche el suelo irradia el calor acumulado, así que pronto se enfría y enfría el aire que tiene justo encima. De ahí las heladas y las bajas temperaturas. Sobre todo en valles y hondonadas». Lo explica José Luis Arteche, delegado territorial de la Agencia Estatal de Meteorología. Lo que ha pasado con Cubillo estos días es eso. Y las heladas han sido de campeonato.

El dato

  • -11,3º fue la temperatura que se registró en Cubillo de Ebro el día 6. Dos días antes marcó -10,9º y fue mínima nacional.

En la barra de 'La Olma', en Polientes, ayer por la mañana los tres corrillos de clientes que había hablaban del tiempo mientras cogían la taza de café con las dos manos. «Tengo la caldera de casa que está todo el día 'tra, tra, tra...'». Allí mismo, la noche antes, jugaban a las cartas y veían los partidos de fútbol de Copa. Las noches no andan como para dar paseos. 'Donde Puri', en Ruerrero, también toca partida a eso de las nueve y media. Lo curioso es que en los columpios de fuera hay tres críos en chándal. Ojo, que el termómetro del coche marca tres bajo cero.

Justo a las 22.40 horas, la estación de Cubillo marcó la mínima del día allí. -2,8º. Por las calles a esa hora ya no hay un alma. Está la iglesia de los Santos Cosme y Damián, las casas de piedra, el remolque cubierto por un tejadillo en la plaza y las dos canastas de baloncesto (da pena que hoy llame la atención que dejen un par de balones allí para jugar y que no se les lleva nadie). Pero sólo hay luz en una ventana y cuatro gatos que se dejan acariciar por las calles empedradas. «Se lleva bien. Con la leña, sin problema. Hay buenas heladas por las mañanas. Ahora a cenar y pronto a la cama», explica Víctor López en la puerta de su hogar. Dice que hay gente en «otra casa, ahí abajo». Y tiene pinta, porque hay una toalla y un par de trapos en un tendal, pero, o ya se han ido a dormir, o no han llegado todavía.

Y nadie más. Julio López –el hermano de José María, el de la estación– suele quedarse a dormir, pero tenía cosas que hacer en Santander a primera hora y el hielo no es buen compañero de viaje. «La nieve es evidente. La tienes y la ves. Hay nieve y no puedes salir o no anda el coche. Te paras y ya está. Pero el hielo te parece que la carretera está despejada y hay zonas de curvas que están en sombra todo el día, incluso cuando está soleado. Un pequeño golpe al freno y puedes tener un problema. El único incidente que yo he tenido en la carretera fue por eso, por hielo. Y lo temo».

Friura y hielo en un camino, al amanecer, en la zona conocida como el Pozo de los Lobos (arriba).Gregorio Vendrell, de Revelillas, echa leña a la chimenea (abajo, izquierda).José María López se encarga de la estación de Cubillo de Ebro (abajo, derecha). María Gil
Imagen principal - Friura y hielo en un camino, al amanecer, en la zona conocida como el Pozo de los Lobos (arriba).Gregorio Vendrell, de Revelillas, echa leña a la chimenea (abajo, izquierda).José María López se encarga de la estación de Cubillo de Ebro (abajo, derecha).
Imagen secundaria 1 - Friura y hielo en un camino, al amanecer, en la zona conocida como el Pozo de los Lobos (arriba).Gregorio Vendrell, de Revelillas, echa leña a la chimenea (abajo, izquierda).José María López se encarga de la estación de Cubillo de Ebro (abajo, derecha).
Imagen secundaria 2 - Friura y hielo en un camino, al amanecer, en la zona conocida como el Pozo de los Lobos (arriba).Gregorio Vendrell, de Revelillas, echa leña a la chimenea (abajo, izquierda).José María López se encarga de la estación de Cubillo de Ebro (abajo, derecha).

Él le quita dramatismo a lo de pasar las noches en un sitio como éste. «A veces te dicen que cómo puedes vivir en un lugar tan frío. A ver, es frío pero dentro de la normalidad que siempre ha sido. Las casas hay que calentarlas y cuando sales fuera, te abrigas. De una manera u otra, con distintos sistemas, pero todas las casas tienen ya su calefacción». Y siempre la hubo, aunque de otra manera. «La cocina, la clásica de leña, siempre ha estado ahí y en muchas casas la vida la tenías que hacer a su alrededor. Porque subías al piso de arriba y estaba helado. Pero había otros sistemas. El ladrillo que calentabas en el horno, se envolvía en periódicos y se metía para calentar la cama. Eso lo he conocido de pequeño. O la gloria, de tradición castellana, que sería el suelo radiante de hoy en día. Una chimenea en una estancia que calentaba el suelo de otra. En esta casa, por ejemplo, también lo había».

Poner la vivienda a punto

No hay problema con calefacción (leña, pellets, gas...). Pero hay que echarle un rato para calentar las casas. «Las de piedra cuesta. Pero cuando las calientas también mantienen bastante. El hecho de que una casa esté habitada se nota mucho. Con tener la chimenea encendida mantienes la temperatura. El problema son las casas deshabitadas, cuando intentas calentarlas en invierno, cuesta bastante. Para nosotros, que tenemos apartamentos, calentarlos para la gente que viene un fin de semana es costoso». Eso lo cuenta Gregorio Vendrell, un cordobés que lleva cinco años viviendo en Revelillas, donde tiene alojamientos rurales.

Lo que se tarda –y lo que se gasta– en poner a temperatura las habitaciones explica que muchas de las casas rurales estén cerradas a estas alturas. Para un día –una noche– no les interesa.

Antes de dormir, en Revelillas, hay tertulia a la puerta de casa. «En Villanueva siempre hace uno o dos grados menos», «muchas veces hace más frío a las nueve de la mañana que a las ocho», «con la helada se me fueron todos los geranios a hacer puñetas»... Las cosas que cuentan. Julio Arenas, que se va a dormir a Aguilar, dice que tiene la «casa cerrada» y que «las sábanas están heladas». «Pues a mí me gusta la sábana fría», le contestan. Para gustos.

La frase y el amanecer

Vendrell (el cordobés, que es uno de los que está en la conversación) dice una frase que bien podría ser un lema turístico para Valderredible. ¿Por qué acabó aquí? «Porque aquí las estaciones pasan cuando tienen que pasar. Es lo que estudiamos de pequeños». La primavera lo es cuando toca, lo mismo que el verano y el otoño. «Y el invierno, aunque es duro, sabes que tiene una duración determinada y dura el suficiente tiempo como para disfrutarlo. Aunque es difícil, tiene su encanto». Sí que lo tiene. Aunque José María López le tenga que enchufar el calentador a las patatas del almacén dos o tres veces al día. «Si se quedan muy frías, luego se queman en vez de freírse. La calidad culinaria sería peor». Aunque los hermanos de un hombre de 86 años que vive solo llamen a los vecinos del pueblo para ver si está bien cuando no les acaba de coger el teléfono. O aunque tengas que tener cuidado con el corzo que ves cruzando la carretera de noche a la altura de Villamoñico.

Hace un frío espectacular si uno se sube a ver el amanecer al Pozo de los Lobos, una antigua trampa para animales entre Cantabria y Palencia. Ayer, pasadas las ocho de la mañana, -2 grados y un aire –que es lo peor– que daba bofetones en los papos. Pero la vista compensa. Justo allí, un poco más abajo, hay una poza de riego en la que en verano se baña todo el mundo (aunque está prohibidísimo). Congelada. Como los pilones en los que bebe el ganado. Para llegar al agua, a pedrada limpia y con esfuerzo. Como el Ebro en el meandro que hace en Cubillo. También congelado. O como la cascada del Tobazo, en Villaescusa del Ebro. Hielo en caída. Frío y precioso.

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