Al evocarlos ahora, los días de aquellos veranos acuden a mi memoria luminosos, lo cual contradice la evidencia de un clima en el que impera ... la lluvia». Joaquín Leguina tira de recuerdos para recomponer un tiempo duro pero en el que caben resquicios de uno y otro signo, y también algún ajuste de cuentas. El escritor y político, expresidente de la Comunidad de Madrid (1983-1995), ha prolongado ahora algunos de sus libros anteriores en los que optó por una miscelánea de ficción y memoria para edificar eso que llamamos la infancia recuperada. 'Domicilio familiar', editado por Valnera, es un libro de recuerdos que transcurre desde el nacimiento del autor en 1941, en Villanueva de Villaescusa, hasta 1969, año en que, según el autor, tuvo ya «otro domicilio familiar».
El espacio físico de su escritura discurre así en Villanueva, Boo de Guarnizo y Santander. La obra será presentada el próximo mes en el Aula de Cultura de El Diario, en su sede del Ateneo, y en su localidad natal.
Ese día el Ayuntamiento colocará una placa en la casa en la que nació el 5 de mayo de 1941 (una panadería). En la reseña que lucirá el distintivo se referirá su etapa de presidente y su condición de escritor, economista, demógrafo y estadístico. Leguina, autor de 'Tu nombre envenena mis sueños', 'El corazón del viento' o 'El rescoldo', confiesa que entró muy joven en política «a causa de un impulso moral contra una dictadura que era, además, pacata y clerical».
Al mirar atrás asoma la pérdida de la madre a una edad muy temprana, la relación que tuvo con su padre, su primer amor… y su primer desengaño y el desencuentro definitivo con su madrastra. Leguina sostiene que «la Guerra Civil destrozó la vida de padres y abuelos. En cierta manera, los hijos de mi generación somos hijos del terror».
–A ver si lo he entendido. ¿Villanueva de Villaescusa y Boo de Guarnizo son olvido y paraíso?
–Nada de eso: son los dos pueblos de mi primera infancia. Lo que ocurrió entre mi nacimiento y la muerte de mi madre.
–Cabe la autobiografía, la evocación desnuda, el álbum nostálgico... Pero ¿qué es, realmente, 'Domicilio familiar'?
–Es un ramillete de recuerdos. Amables unos, otros no tanto. Con algún ajuste de cuentas por en medio.
«La calidad personal y profesional está en caída libre y el sectarismo, por doquier»
–Concédame una radiografía sintética pero precisa de la vida política española siglo XXI, 3.0...
–Calidad personal y profesional en caída libre. Sectarismo y líneas rojas por doquier. Y en el horizonte, la vieja amenaza carlista convertida hoy en separatismo.
–¿La política le ha dejado... más rencores que amistades, más frustración que fe en el hombre?
–La política es un campo difícil de sembrar, y más difícil de recolectar, pero sigo teniendo muchos amigos que he conocido en la actividad política. Además, hace ya bastantes años que milito en el antisectarismo, lo cual me ha permitido ampliar el espectro ideológico de mis amistades.
–¿Sus ideas (idealismo/socialismo) se han depurado, reforzado, estancado, fosilizado?
–«Uno cree que no cambia y que cambian los demás», pero yo creo que el nuevo PSOE, el de Pedro Sánchez, ha cambiado el PSOE de arriba abajo y no creo que haya sido para mejor. La invasión que ha sufrido la izquierda española a manos de los movimientos identitarios (nacionalismos, feminismos de cuarta generación, etc.) no le ha han traído nada bueno.
–¿Quién es hoy Joaquín Leguina, lejos de lo mediático, de los focos, de la agenda política?
–'Un seños mayor', que es lo que contestó la madre de mi hijo Nicolás cuando le preguntaron quién era el padre del niño.
–A cierta edad ¿la melancolía es el primer plano de la vida?
–En mi caso, no hay melancolía («bilis negra», «tristeza profunda y permanente»), pero sí nostalgia («el dolor del regreso»).
–Luces y sombras... ¿lo suyo tiene algo de catarsis, de necesaria confesión?
–Más bien clarificación. Tengo gente muy próxima a mí que nunca ha sabido, por ejemplo, que la esposa de mi padre no era mi madre o que yo tenía un hermano. El muchacho tímido que yo era nunca habló con los amigos de esas intimidades familiares.
–¿Joaquín Leguina, el hombre, revela más autenticidad a través de la herramienta literaria que el que optó por la política y la gestión de lo público?
–Yo creo que sí, porque la lectura suele ser sosegada, receptiva y racional y la política dedica poco tiempo al sosiego. Entré muy joven en política a causa de un impulso moral contra una dictadura que era, además, pacata y clerical. Si hubiera nacido en Inglaterra o en Suecia probablemente nunca hubiera entrado en política. Cuando llegué al primer cargo público (concejal del Ayuntamiento de Madrid) ya tenía consolidada la carrera funcionarial (Estadístico Superior del Estado), aparte de haber sido funcionario de la ONU, donde pude haber seguido hasta la jubilación (por cierto, con un sueldazo). Todos los sueldos que he tenido en los cargos políticos han sido más bajos de lo que hubiera ganado de seguir en el INE.
«Los nacidos a partir de 1975 no pueden entender cabalmente lo que era vivir en la posguerra»
–El retrato de la vida rural y de la España profunda late en el libro. ¿Cuando se mira atrás falta verdadera conciencia de la transformación, del salto y de los cambios?
–Los que han nacido a partir de 1975 no pueden entender cabalmente lo que era vivir en la posguerra. La Guerra Civil destrozó la vida de nuestros padres y de nuestros abuelos, estuvieran entre los vencidos o entre los vencedores. En cierta manera, los hijos de mi generación somos hijos del terror.
–Después de numerosas narraciones, ¿contar la propia vida, ser personaje, conlleva nuevos retos a la escritura o es un viaje emocional?
–Creo que las dos cosas. En una novela anterior ('La luz crepuscular') ya mezclé ficción con la memoria personal, pero 'Domicilio familiar' son recuerdos que nunca hubiera escrito si los personajes que protagonizan la narración –mis padres, mis abuelos, mis tías…– no hubieran muerto ya.
– Hay desazón en el retrato colectivo, en el clima de la época. ¿El poso de la Guerra Civil ya solo puede contarse desde la frustración, la rabia y el sentimiento de pérdida?
–La Guerra Civil, como le dije antes, fue un desastre de dimensiones inhumanas. En mi anterior novela, 'Os salvaré la vida', escrita en colaboración con Rubén Buren (bisnieto de Melchor Rodríguez, 'el ángel rojo'), se entraba a fondo en la represión que se practicó en la retaguardia madrileña. Que ahora algunos pretendan contarnos la guerra como un conflicto entre buenos y malos es una mentira que cualquier historiador decente, que no tiene por qué ser británico, echaría a la basura.
«La invasión que sufre la izquierda a manos de los movimientos identitarios no le trae nada bueno»
–En una traslación y paralelismo oportunista, ¿la Transición desde los ojos de hoy muestra sus costuras, incapacidades y concesiones?
–Toda obra humana tiene defectos, pero nadie puede negar que la Transición fue un éxito, y lo fue porque representó lo que muchos veníamos reclamando desde los tiempos de Franco: la reconciliación nacional. Yo obligaría a los jóvenes españoles a que aprendieran de memoria las palabras que Marcelino Camacho pronunció en el Congreso de los Diputados, defendiendo la Ley de Amnistía. Eso de que esa ley, clave para la reconciliación, fue una cobardía, como dicen algunos podemitas, es una mentira y un insulto.
–¿Lo literario de su libro permite el necesario desnudo integral o, por el contrario, envolver lo vivido en una capa de maquillaje sentimental?
–Procuro huir del sentimentalismo, pero sin sentimientos no hay vida. En cualquier caso, ya no tengo el cuerpo para desnudos integrales.
–¿Escribir un libro como este supone el mejor camino para hallar ese lugar en el mundo que todos buscamos?
–Toda escritura debería servir para eso. Ahora bien, para llegar al alma del lector y hacerla vibrar se necesita un estilo y el estilo es, a mi juicio, lo que engarza la realidad que se quiere contar con el alma profunda del lector.
–¿Sin madre, no hay infancia?
–Hay infancia, sí, pero una infancia mutilada.
–Parafraseando uno de sus libros… ¿trata usted de salvar su propia vida?
–Salvar la propia vida es algo que todos queremos alcanzar… y así poder 'mirar hacia atrás sin ira', sin rencores ni arrepentimientos.
–¿La muerte de su abuela supuso su desembarco brusco y definitivo en la edad adulta?
–En efecto, aunque el vértigo definitivo se produce cuando sabes que estás ya en la primera fila. Y eso en mi caso se produjo cuando en 2007 murió mi padre, a punto de cumplir sus 96 años.
«No hubiera sido bueno para mi salud. Mi 'seguro de vida' consistió en aprobar unas oposiciones»
–¿En el fondo vivir es siempre buscar un 'domicilio familiar' definitivo?
–De joven viajé mucho y viví en varios países (Francia, Chile) y regiones de España (Santander –ahora Cantabria-, Bilbao, Madrid). En la Villa y Corte he cambiado de 'domicilio familiar' siete veces, eso sí, siempre al lado de una boca de Metro. Creo que sí, que este de ahora será el último 'domicilio familiar'.
–Hay un descubrimiento de la sexualidad muy felliniano al escuchar las conversaciones de la panadería. ¿Ese estribillo contenía quizás el germen de su vocación literaria, de su necesidad de contar historias?
–No creo que haya sido el impulso principal de mi literatura, aunque un crítico escribió sobre mis novelas que eran las escenas eróticas las más conseguidas.
–¿La vida, la libertad, la expresión y la comunicación de las personas buscaba y lograba siempre resquicios para aflorar entre los poros de la dictadura?
–Desde luego que sí, aunque siempre corrías el riesgo de que llamaran a tu puerta a las cinco de la mañana y quien llamara no fuera el lechero.
–En una de las fotografías del libro de 1962 aparece en Deusto. ¿Joder, parece usted Baroja antes de un examen?
–Tuve una beca que me obligaba a residir en un colegio mayor religioso y escogí a los jesuitas de Deusto, pero nunca estudié con los jesuitas sino con los escolapios, y luego en la universidad pública, tanto en España como en Francia.
– Otro retrato. Este colectivo. Todos sus primos y familia miran a cámara. Usted es el único que se muestra con la atenta mirada en otra cosa. ¿A eso se llama hecho diferencial?
–No lo creo. Todos somos diferentes: los varones y las mujeres, los calvos y los peludos… lo importante es que todos seamos iguales ante la ley y que tengamos igualdad de oportunidades.
–¿Ha pensado más de una vez en lo que hubiera sido su vida dedicada de lleno a la literatura, exenta de lo político, quizás a modo de otro tipo de militancia?
–No creo que hubiera sido bueno para mi salud mental ni tampoco para mi salud económica. Vivir de la literatura es –hoy como ayer– muy difícil y arriesgado. Creo sinceramente que el mejor 'seguro de vida' consistió en mi caso en aprobar en 1969 unas oposiciones (que me tuvieron metido en casa unos dos años).
–¿Qué nombre envenena sus sueños?
–A lo largo de mi vida varios, pero siempre fueron nombres de mujer. Ahora también, pero me va a permitir que me lo calle.
–¿A lo mejor el mundo sigue siendo un lugar inhóspito?
–Cierto, pero hay cosas que lo han hecho más habitable y menos doloroso gracias a la Ciencia y al Derecho.
–¿Habrá otro domicilio familiar adulto? ¿O es mejor mirar cómo crecen los suyos alrededor?
–Seguiré escribiendo novelas y ensayos, pero con una natalidad tan baja –sólo tengo una nieta (¡a ver si os animáis, hijos míos!)–, temo que si duro mucho más… la soledad me acompañe.
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