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«Salvamos el verano, ahora toca resistir»
El sector de la hostelería acusa el impacto del mal tiempo sobre sus terrazas y afronta un invierno «muy difícil» acotado a las barras de los bares
Después de un verano que superó todas las expectativas, los hosteleros vuelven a ponerse en lo peor. «Fue bien, pero eso ya es pasado», aseguran los encargados de diferentes establecimientos de Santander. Y lo hacen antes de coincidir en una máxima que repetirían toda la mañana:«El invierno va a ser muy complicado». Incluso «imposible», dicen los más pesimistas. Ahora que los aguaceros, el viento y la caída de temperaturas han borrado de un plumazo las imágenes de las terrazas llenas, el margen de maniobra para muchos de los bares se reduce al interior de sus locales. A la barra, ese espacio cerrado en el que, hasta el inicio de la fase 3 –el 8 de junio– y por razones sanitarias a causa de la pandemia del covid-19, estuvo expresamente prohibido tomar un café. Cuatro meses después, y terrazas fuera de la ecuación, el lugar que estuvo vetado es ahora el clavo ardiendo al que se agarran los dueños de muchas cafeterías. Y no les es nada fácil. «Conseguimos salvar el verano, ahora nos tocar resistir. Porque resistir es ganar», diagnostican.
Hay clientes –mayores y jóvenes– que, sin terraza, no quieren saber nada del interior de los locales. Para hacerse una idea de esta realidad sirve el testimonio de Nelcy Moreno, encargada de la cafetería La Catedral: «Habremos perdido fácilmente a un 80% de nuestros habituales. El temor al contagio está ahí, y se nota que a la gente le está dando mucho miedo pasar de fuera a dentro», aseguraba, mientras señalaba la charca en la que se ha convertido su terraza en apenas un par de semanas. Sombrillas plegadas, sillas recogidas y mesas pasadas por agua.
Todavía hay quienes aprovechan cada claro entre chaparrón y chaparrón para sentarse fuera. Y al contrario de lo que podría ocurrir en otoños anteriores, no sólo los fumadores –o una mayoría de ellos– ocupan este universo. «Si no llueve, la gente prefiere estar fuera, de largo», decía José Antonio Martín, gerente del bar La Gloria, otro de esos responsables del centro de Santander que encarna la preocupación del sector. «Está claro que igualar las cifras del año pasado va a ser imposible. Va a ser un invierno muy difícil», predecía, antes de apelar a la responsabilidad de los clientes, primero, y a la reacción por parte de las instituciones: «Nos tienen que proporcionar soluciones para superar esto». A partir de ahí, una medida que, como otros, contempla el empresario, es adecuar sus terrazas de aquí hasta marzo:«Lograr que tengamos gente fuera, a gusto y de forma segura. Mamparas, estufas, etc. Porque dentro...».
Esa sensación de incertidumbre y de vivir al día la comparte Jaime Bárcena, propietario del Amarella, en plena calle Calderón de la Barca. Pendiente de las noticias, de lo que anuncie Sanidad, la consejería o el ministro del ramo, a estas alturas ya tiene claro que «el invierno va a ser duro, muy duro». A pocos metros de allí, la terraza del Café Royalty, ya recogida, revelaba la transición a la que se enfrentan los hosteleros. Su dueño, José Luis Gándara, ya se curaba en salud ayer por la mañana: «Como haga muy malo se va a notar mucho. Estas fechas siempre son malas, sí, pero este invierno es de lo más anormal a lo que nos vamos a enfrentar nunca», aceptaba con filosofía, al tiempo que recordaba a esa parte de clientes que, sencillamente, «ya no entran». También, decía, a pesar de todo, que «prefiero tener una mesa menos que problemas con Sanidad».
Despedirse de la terraza en tiempos de pandemia no está siendo fácil para nadie, y menos para aquellos que tenían en sus sombrillas y mesas la gran baza de su negocio. La lección que extrae Jorge Tafur, dueño de La Hacienda Serrano –en el Paseo de Pereda–, es que «toca reinventarse». Como sus colegas en otras zonas de la capital, el empresario contempla invertir en la adecuación de su terraza. «Taparla contra el viento, el frío, la lluvia...», avanzaba, mientras ampliaba la conversación a los cinco clientes que, respetando el metro y medio, puede acoger el interior de su local. «No estábamos preparados para esto», sentencia.
El «miedo» a estar dentro
Misma tónica en el Café Suizo, otra de esas cafeterías casi indisociables de su actividad en el exterior. De las mesas llenas en verano, el ir y venir de los cortados y los pinchos se concentra ya –casi– por completo en el interior del local. Aunque no es lo mismo. «La gente está tranquila, pero notamos cierto miedo a estar dentro. Con todo, soy optimista y confío en que la cosa se anime», declaraba una de sus empleadas, Rocío Espinosa, en medio de una jornada pasada por agua, «la lluvia es lo peor», y acotada a la línea de la barra.
«Hay que seguir fuertes», se despedía Rocío; «partido a partido», empezaba a explicar Nacho Peñil, gerente de Casa Lita, no sin antes dejar claro que «las expectativas no son buenas». Él también intentará acondicionar la terraza para afrontar el invierno. Después de todo, y como coincidieron sus homólogos durante toda la mañana «hay muchos clientes que no quieren interior». El axioma de la mañana no se circunscribe únicamente a los bares de las zonas más turísticas. En la plaza de Pombo, para hacerse a la idea, esa misma historia se repite. «A la gente le cuesta entrar. El invierno está complicado y, de hecho, ya estamos notando el bajón», relataba la responsable del Café Pombo, Vanesa Cavada, preocupada por un posible endurecimiento de las medidas de seguridad dentro de los bares.
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