La tragedia del Okeania en El Astillero que nadie recuerda
La explosión de un barco en los astilleros dejó cinco muertos y 17 heridos. Domingo Vicente, uno de los supervivientes, recrea aquel fatídico miércoles de 1971, un capítulo en blanco de la historia negra de Cantabria
El 28 de abril de 1971 explotó un barco griego llamado Okeania en los astilleros de Astander. Murieron cinco personas y 17 resultaron heridas, entre ellas una menor, la hija del capitán. Pero, ¿quién recuerda esta tragedia? ¿por qué apenas hay información sobre lo ocurrido si es una de las mayores desgracias marítimas de Cantabria? Treinta años antes se produjo el incendio de Santander. No se debe comparar, la huella de lo sucedido fue bien distinta, pero de aquello hay cientos de miles de documentos, tanto impresos como digitales. Del Okeania, nada, es un capítulo en blanco en la historia negra de la comunidad autónoma.


Pasaban las dos de la tarde cuando un zambombazo sacudió los cimientos de El Astillero. «Fue una explosión sorda. Era como estar subido a un tiovivo, pero de un sueño extraño y a cámara lenta». Domingo Vicente, al que todos llamaban Txomin, estaba en la sala de máquinas del barco cuando todo saltó todo por los aires. Era un joven mecánico naval a punto de cumplir 21 años. A pesar de su juventud, había abandonado el hogar familiar en el País Vasco para venir a Cantabria a trabajar en la reparación del Okeania. Se quedaba en la pensión La Gloria, en Astillero. «En aquella época nos hacían mayores antes de tiempo», apunta. El barco había sido construido en Gotemburgo en 1958, pero era de propiedad griega, de ahí su nombre. Tenía una tripulación de 39 personas y desde el 18 de abril estaba en los astilleros cántabros sometiéndose a distintas reparaciones. Cuando se produjo el accidente, el buque se encontraba ya en la zona de los diques, a punto de volver a navegar. Quedaba una última mano de pintura en los tanques cuatro y seis del casco, tanto por la parte de babor como de estribor.
La noticia de El Diario Montañés del 29 de abril de 1971, al día siguiente de la tragedia, contaba que aunque los grandes contenedores del barco fueron vaciados con una técnica conocida como gasificación (echar vapor para eliminar cualquier resto de gas) pudieron quedar algunos residuos. De ahí que los trabajos de soldadura que se estaban llevando a cabo en las labores de puesta a punto pudieran calentar esas pequeñas partículas del gas, lo que desató la explosión.


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Domingo recuerda con detalle los segundos posteriores a la deflagración. Cuenta que había mucho humo, que veían el fuego, pero que lo más dramático era presenciar el terror en el rostro de la gente por el ruido del agua entrando por la sentina (la zona más baja del casco). «No sabíamos hacia dónde tirar. ¿Hacia el fuego? ¿Caminar a tientas entre el humo? Nos vimos atrapados y, cuando más asustados estábamos, escuchamos la voz del maestro (jefe) diciéndonos que tiráramos por babor. Pero al asomarnos vimos los 20 metros de altura que había hasta el agua, no podíamos saltar, además tenía una herida en la pierna porque me cayeron hierros por todas partes». Txomin frena el relato para abrir un paréntesis y explicar que aquel día no murió porque «no hice las cosas como mandaban los cánones». Se refiere a que el protocolo de máquinas establecía desenganchar la grúa de la camisa después de cada uso, pero ese día se le olvidó. Ese despiste ayudó a que el amasijo de hierros no se le viniera encima. Su buena memoria y su destreza con el bolígrafo, le ha permitido elaborar un dibujo para explicar a los lectores de El Diario Montañés dónde se encontraba en el momento de la explosión.

«Entonces, el jefe nos dijo que teníamos que salir del barco antes de que explotara el otro depósito de combustible. Así que fuimos corriendo sin mirar atrás hacia la rampa de salida, por la parte de la ensenada. Allí vimos que nos estaban esperando coches de ciudadanos que habían parado para recoger a enfermos y trasladarnos hasta Valdecilla», prosigue Domingo.
Contaba la noticia de El Diario Montañés que desde Cuatro Caminos hasta el hospital Valdecilla, antiguamente conocido como la Casa de Salud, varios agentes de la Policía Local encauzaban el tráfico rodado con el fin de dar prioridad a aquellos vehículos que llevaban heridos.
Rafa Guerra, vecino de Maliaño, nació ochomesino por el susto que se llevó su madre. Su padre, José María Guerra, era uno de los 1.400 operarios que trabajaban en los astilleros. «La suerte dentro de la desgracia es que sucedió en el cambio de turno. Los que estaban trabajando a las dos ya habían salido y los que entraban no habían llegado», recuerda José María, que describe la explosión «de una magnitud bestial, hasta los cristales de las ventanas de Santander se rompieron». En su casa estaba Cionin, su mujer, en avanzado estado de embarazo. Ella también recuerda con angustia aquel día: «Vivimos a cuatro kilómetros de los astilleros. Estaba en casa cuando la honda expansiva abrió la puerta y golpeó en la cara a mi hijo el mayor. Le tiró al suelo. Salí corriendo a Astander para saber qué había pasado. La angustia de aquel día y el trajín hicieron que mi segundo niño naciera antes de tiempo».

Las heridas detrás de la suciedad
Con los heridos en Valdecilla, lo primero que hicieron fue lavarlos. «Estábamos negros por el humo y los médicos eran incapaces de ver las heridas. Recuerdo que me metieron en la habitación con marineros de otras nacionalidades. El que sale en la foto a mi derecha se llamaba Stavros», apunta Domingo. Su memoria no falla. En el listado de tripulantes heridos que dejó aquella tragedia había un joven chipriota de 23 años llamado Stavros Kotsobolis.

Mientras, en los astilleros, la gente seguía corriendo «despavorida». José María Guerra fue testigo de aquella película de terror. «El barco se desguazó por todos los lados. Yo tenía otros dos hermanos trabajando allí. Uno de ellos, el más joven, estaba en el Pico Mar, un barco cerca del Okeania. Ahí, a sus pies, se estrelló uno de los cuerpos que salieron disparados por la explosión. Era una de las víctimas, un joven de 24 años de Liaño que se llamaba José Luis Blanco», recuerda con buena memoria Guerra. Tras lo sucedido, él y su hermano se encontraron entre el caos a un hombre muy preocupado, buscando a un familiar. Lo acompañaron a Valdecilla y «durante el trayecto al hospital nos hizo una descripción física de cómo era el hermano al que buscaba. Al momento supimos que era el cadáver que habíamos visto en el barco. No nos atrevimos a decírselo...».

El paso al frente de El Astillero
Dice el actual alcalde de El Astillero, Javier Fernández Soberón, que cuando han puesto sobre la mesa esta tragedia, los más mayores del pueblo lo recuerdan como un punto negro en su calendario. «Nos han contado que la explosión fue muy potente, que se notó en todo el pueblo, que se rompieron los cristales y que todas las mujeres que a esa hora estaban en casa fueron corriendo a Astander para interesarse por el estado de sus maridos, hijos o hermanos. En aquella época no había otro tipo de comunicación. Fue una tragedia, pero todo el mundo guarda el recuerdo de unión, de vecinos que se acercaron con herramientas para echar una mano. Un momento duro, difícil, pero que demostró una vez más que Astillero cuando hay un problema da un paso al frente para trabajar todos juntos».
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