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Álvaro Albarrán e Ines Iglesias, ayer, en la terraza del Vía Mazzini 43, en Castelar. Roberto Ruiz

«¿Y dónde como ahora?»

Cierre de interiores. Las terrazas vuelven a ser la única alternativa para los clientes que acuden a los bares y restaurantes y deja las comidas a merced del tiempo

Laura Fonquernie

Santander

Jueves, 15 de abril 2021, 07:23

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Cada uno tiene un bar o restaurante en su lista. A veces el servicio y la cercanía al trabajo lo convierten en el favorito. Ese sitio al que el cliente acude siempre. Casi sin pensarlo. Pero la prohibición de utilizar los interiores de los establecimientos de hostelería reduce de nuevo las opciones de encontrar un negocio abierto. Las comidas vuelven a las terrazas y quedan otra vez a merced del tiempo. A quienes ya no tienen cerca un local donde pedir un menú del día se les plantea una pregunta: «¿Y dónde como ahora?» si no hay nada que siga abierto y el tiempo es limitado. Si a eso se le añade el mal tiempo, encontrar una respuesta es aún más complicado. La restricción entró ayer en vigor después de que Cantabria pasará al nivel 3 de alerta tras cruzar el umbral marcado por Sanidad como límite para endurecer las medidas.

«Si hace mucho viento y un mal día, ¿qué haces?», se preguntaba ayer Miguel Ángel Martínez mientras esperaba a ser atendido en la terraza de La Flor de Tetuán, en Santander. Él, por trabajo, pisa muchos comedores y sabe que con la vuelta a la restricción se limitan las opciones si «la terraza no está acondicionada». Y quizá esa sea la clave: «dar facilidades», porque no todas las tienen. Eso los negocios con alguna mesa en el exterior y que puedan seguir atendiendo. El resto, nada.

Un camarero de la Flor de Tetuán, en Santander, se dirige a la terraza del establecimiento a servir a los clientes. Roberto Ruiz

«Es de admirar cómo se están adaptando», comenta su compañero de mesa, Pedro Martínez. Aunque ayer hacía algo de frío, al menos al mediodía el sol acompañó y el negocio estaba preparado para no dejar que al viento estropeara la comida. La terraza fue el plan por obligación. Pero, ¿comerían en el interior si estuviera abierto? «Sí, porque la sensación en la hostelería es de seguridad», coincidían ambos. Allí donde han tenido ocasión de estar «se cumplen las medidas».

Mejor al aire libre

Después de tantas idas y venidas -que incluyen cuatro cierres de interiores-, la gente es cada día más reacia a ocupar las mesas de dentro incluso cuando era posible y, si puede, prefiere apostar por la terraza. «Cuesta un poco que pasen. Y lo primero que suelen hacer es mirar y fijarse en las medidas de seguridad», explica Pablo Bezanilla, dueño del restaurante El Gallinero, en Tetuán. También en si el espacio es abierto, como su negocio, que se estrenó hace apenas un mes y medio. Por eso Bezanilla admite que la Semana Santa ha servido para, al menos, «no perder tanto».

Esa sensación percibida por el hostelero, la confirman los clientes. Hay quien incluso reconoce que se decanta casi siempre por sentarse en el exterior. Siempre al aire libre mientras el tiempo y las reservas no lo impidan. «Si podemos evitar comer dentro, lo hacemos», admitía ayer Lourdes, a la par que miraba la carta del restaurante Casimira, en Santander. Tanto ella como su pareja, Julio González, han estado alguna vez dentro durante estas semanas, pero les cuesta recordar cuándo y dónde fue. Y, en todo caso, primero se fijan «en si se respetan las distancias y hay ventilación». Porque si la situación es agobiante, buscan otro local. Lo de echar primero un vistazo al establecimiento empieza a formar parte de la rutina de muchos. «Yo sí me fijo antes de pasar. Sobre todo en la limpieza», comenta Inés Iglesias sentada en el restaurante Vía Mazzini de la calle Castelar. Aprobado este punto, durante el mes de apertura, ha disfrutado de los interiores «sin problema». No está preocupada. Es más, casi que «se echa de menos ese ambiente» dentro de los bares, añadía. A su lado, su amigo Álvaro Albarrán, opinaba que «deberían dejarles abrir» porque cuando la lluvia decide arrasar con el día, poder utilizar el interior de los negocios «da juego».

Miguel Ángel Martínez y Pedro Martínez comen en la terraza de La Flor de Tetuán. Roberto Ruiz

Los hosteleros vuelven a ver reducida su actividad y ya están «muy cansados», reconoce Maite Rodríguez, propietaria de La Flor de Tetuán. Porque, además, cuando permiten reabrir, los negocios llenan las neveras y sacan a trabajadores del ERTE. Una inversión inicial para luego llevarse otro mazazo. Y un cambio en las plantillas que muchas veces perjudica porque «encima se les retrasan los pagos», añade.

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