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La Casa-Museo de Pérez Galdós y sus problemas

La Casa-Museo de Pérez Galdós y sus problemas

La recuperación de estos escritos sirve de homenaje al recientemente fallecido, Cronista oficial de Santander, uno de los grandes y más activos galdosianos

benito madariaga

Sábado, 4 de enero 2020, 07:47

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La creación en 1964 de la Casa-Museo Pérez Galdós en su ciudad natal marca una etapa decisiva en los proyectos de consolidación de los estudios galdosianos en el mundo. En 1925 gran parte de los muebles que había en la casa del escritor en Madrid fueron trasladados a Las Palmas de Gran Canaria, con destino al futuro museo. La tentativa de que su casa y la finca de Santander se convirtieran en Museo nacional con todo su importante legado bibliográfico, epistolar y documental, aparte de los muebles y cuadros, no llegó a conseguirse, aunque ya en 1916 un particular, amigo del Dr. Enrique Diego-Madrazo, se interesó por la compra, tal como Ramón Sánchez Díaz se lo comunica a Galdós en una carta. La oferta hecha a la ciudad de Santander no tuvo una rápida respuesta y las gestiones se fueron prolongando. Todavía en 1927 el hijo político del escritor le decía tristemente al profesor Warshaw: «En cuanto a la finca de Santander conocida ya como Casa-Museo Pérez Galdós, se la ofrecimos al Ayuntamiento, Diputación y al Estado, mediante el pago del valor único de la finca, cediendo nosotros gratuitamente los manuscritos originales de las obras literarias, dibujos, pinturas, armas, muebles de despacho, biblioteca y dormitorio, en fin, todo cuanto encierra de valor». Los manuscritos estaban perfectamente ordenados y conservados y su correspondencia se guardaba también cuidadosamente en 'San Quintín'. En 1936 se había tasado en 250.000 pts, cuando, al fin, gracias al interés del Ministro de Instrucción Pública, Domingo Barnés, se formalizó el acuerdo con la familia. Se pensó entonces hacer la entrega con motivo de la estancia de veraneo en Santander del Presidente de la República, Manuel Azaña. Pero la declaración de la guerra civil dejó incumplido el acuerdo, que luego los vencedores no quisieron respetar.

El director de la Biblioteca Menéndez Pelayo, Enrique Sánchez Reyes, miembro del entonces Patronato del futuro Museo galdosiano que se había pensado crear, se encargó durante los años que duró la guerra en Santander de que el Ayuntamiento pagara al guarda de la finca, y, terminada la contienda, visitó al Ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín, para gestionar la compra en las condiciones pactadas, pero no logró su propósito al ser un escritor republicano y considerado heterodoxo. La casa fue finalmente vendida a particulares y se sustituyó el edificio primitivo, perdiéndose con los cambios una parte importante de su contenido, papeles y documentos particulares, hoy en paradero desconocido. Mejor suerte tuvo, como hemos apuntado, la Casa-Museo de Las Palmas adquirida por el Cabildo Insular en la época de su presidente Matías Vega Guerra. También por múltiples causas se fue retrasando su creación e inauguración que se pensó realizara el Dr. Gregorio Marañón. Pero una vez más el admirado escritor grancanario tuvo que permanecer en el Purgatorio.

El obispo entonces de la Diócesis de Canarias, Antonio Pildain, posiblemente por no haber sido bien asesorado o por desconocimiento de la obra de don Benito, puso su mayor impedimento a que se creara el Museo por considerar al novelista enemigo de la Iglesia católica y ser la obra, a juicio suyo, un foco de perdición para la juventud.

A propósito de la tentativa de que su casa y la finca de Santander se convirtieran en Museo nacional con todo su importante legado

A raíz de la compra de la casa natal del escritor, cursó un oficio al Jefe del Estado, con fecha 20 de julio de 1959, explicándole los motivos religiosos de su oposición al proyecto y las instrucciones que sobre casos semejantes les advertía la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio. Apelaba, igualmente, al Concordato existente con el Gobierno, que en uno de sus artículos ordenaba el apoyo a los obispos. El proyecto quedó de momento paralizado y, aunque el Jefe del Estado no se interpuso entre la Iglesia y el Cabildo, la oposición del obispo resultaba doblemente conflictiva, ya que era un hombre muy querido de los canarios por su comportamiento piadoso y ayuda a las clases populares. Su obstinación pudiera ser debida a que tal vez fue en su juventud testigo de alguna de las campañas anticlericales que acompañaron la representación de Electra en diversas ciudades españolas.

En mayo de 1964, ante el intento de apertura e inauguración de la Casa-Museo, se opuso por segunda vez al proyecto. El obispo publicó un Decreto y se dirigió al gobernador civil mediante un oficio donde le explicaba su negativa a que se realizaran actos culturales que significaran un homenaje público. Recientemente la Iglesia, a través del P. Ignacio Elizalde, galdosista y jesuita para más señas, le absolvió en un libro que, escrito con amor, comprensión y talento, dedicó a Pérez Galdós.

En él se pregunta si se puede considerar actualmente al escritor como anticlerical y responde: «Ninguna persona seria puede admitir hoy el anticatolicismo de Galdós. Hay que distinguir entre el ataque a la mentalidad de un sector de los católicos y el ataque al catolicismo. Tampoco es antirreligioso», a la vez que confirma la gran admiración que sentía el novelista por la doctrina evangélica. A su juicio, «en Galdós hay que distinguir la Iglesia, como organismo social, o algunas órdenes religiosas, las cuales creía perjudiciales para el progreso y la libertad, como dijimos anteriormente, y los clérigos considerados individualmente. En el primer aspecto, su oposición se mantuvo constantemente. Pero reconoce cualidades y admira hechos del clero, cuando sale la ocasión». Y termina con estas palabras consoladoras: «...un intelectual católico comprende hoy a Galdós mejor que a comienzo de siglo. Galdós responde al espíritu ecuménico, a la mentalidad abierta de la segunda mitad del siglo XX y del Concilio Vaticano II». El día de su muerte la prensa santanderina dedicó amplios titulares a la desaparición del que siempre se había calificado como vecino de Santander. Pocos días después, el 8 de enero, El Cantábrico había vuelto a la carga con estas palabras: «Adquirir esta finca es una obligación que impone a Santander la gratitud, tanto como la admiración, porque algún día nos sacarían «los colores a la cara» si nos dijesen que habíamos permitido que la casa de Galdós, con todo lo que contiene, cayese en poder de algún veraneante, que habría empezado por vender los libros, por deshacerse de los muebles, por anunciar una almoneda para satisfacción y lucro de las prenderas...» .

Textos de Madariga publicados en 'Galdós en la hoguera', de Ediciones Tantín, 1994, p. 30-32; y en su famosa 'Pérez Galdós. Biografía Santanderina', Institución Cultural de Cantabria, 1979, p. 295-296.

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