Enfermos del papel y otra fauna libresca
Santander ·
Un paseo por la Feria del Libro Viejo, abierta hasta el próximo día 22, permite contemplar un variado paisaje humano en torno a las 16 casetas y la exposición de tebeosSi Charles Darwin pudiera dejarse caer por la Feria del Libro de Santander tranquilamente podría entretenerse en estudiar y describir las distintas especies de visitantes que se dejan caer por las casetas que pueblan estos días los Jardines de Pereda. Un variado paisaje humano, en el que se pueden distinguir desde los paseantes ocasionales, que echan un vistazo desdeñoso a los puestos, antes de seguir su camino; los turistas ociosos, a los que la no comparencia del verano en el Cantábrico ha pillado fuera de juego y, a falta de playa, echan la tarde en cualquier cosa; los buscadores de un solo título, que recorren la feria preguntando a todos los libreros si tienen un libro concreto, como si todavía no se hubiera inventado internet -y, a veces, ni siquiera se trata de joyas inencontrables-; los completistas, que llevan su propia lista y van detrás de títulos concretos, los que 'les faltan' en su biblioteca; luego hay otros visitantes casuales, los que habían quedado en Correos y entretienen la espera curioseando, los que ni siquiera sabían que había Feria -que ya es difícil-, después de tres décadas, verano tras verano, que la han convertido en una institución. Y es que es mucha, mucha gente, y muy diversa, la que pasa por esta feria, desde el skater que se desvía unos pasos, camino del Centro Botín, hasta el periodista que, como en cada edición, acude a levantar acta de este festín de papel viejo y nostalgia encuadernada. O incluso aquellos que no tienen mayor interés en los libros, pero se detienen en la exposición 'La escuela Bruguera', el particular homenaje de una Feria que este año está dedicada al tebeo, y tira de los estudios de Terenci Moix para recordarnos que la historia real de España, durante muchas décadas, no se podía escribir en libros, sino que se contaba 'de estrangis' en las viñetas de los tebeos con los que la editorial catalana inundaba los quioscos, y que fueron la lectura principal de varias generaciones, que comprendían a la perfección el hambre de Carpanta -esa que, oficialmente, no existía-, la preocupación por el qué dirán de las hermanas Gilda o la tendencia a la chapuza de Pepe Gotera y Otilio.
Pero aunque el taxónomo bien podría esperar que la especie más abundante fuera la del 'letraherido', los pacientes de cualquiera de las muchas patologías del libro, una conversación con Paco Roales, que sabe más por librero viejo que por director de la Feria, serviría para sacarle del error: lo que más abunda es el cántabro trasterrado, el emigrado que puntualmente vuelve a casa cada verano, y aprovecha para aprovisionarse de libros, como si la morriña se pudiera curar con papel amarillento y tipografía antigua. De ahí la abundancia de los títulos dedicados a la región, incluso en los puestos foráneos. Como en el chotis: Cantabria, Cantabria, Cantabria, en Madrid se piensa mucho en ti.
¿Y los bibliófilos locales, entonces? Esos, cuenta Roales, tienen más que trillado el mercado, porque se pasan el año rebuscando en las librerías de la ciudad y en los mercadillos, así que ni siquiera se molestan en pasarse por su caseta. Eso sí, el resto las recorren de cabo a rabo. Bucean, sondean, inspeccionan, hacen minería y prospecciones, en busca de ese título olvidado, ese hallazgo inesperado que les arregle la semana, compartiendo espacio con los cazadores de chollos, aunque parezca que ambas habiten en universos paralelos, porque no es que no se vean: es que ni se miran. A ambos se les nota que llevan la escopeta cargada, pero unos sólo revuelven los cajones de a uno, dos o cinco euros, que últimamente rodean las casetas como islas que se desprenden, en plena deriva continental, expansiones de las librerías pero con vocación popular, al estilo de los países nórdicos, con los cajones de saldos a la puerta, a manera de reclamo para la clientela informal. Y les da un poco igual si se llevan tebeos, deuvedés, postales, revistas o lo que sea que encuentren a precio de ganga.
Abundan los títulos dedicados a Cantabria, incluso en los puestos procedentes de otras comunidades
Algunas 'joyas'
Mientras, en cambio, a los otros, los letraheridos, se les oye suspirar cada vez que levantan la vista y se topan con las primeras ediciones, las tapas de pergamino o los volúmenes ilustrados con grabados. Normal que suspiren, por ejemplo al ver una 'Fauna' de Linneo de 1746, los ensayos de Montaigne ilustrados por Dalí o la 'Historia natural' de Adam Lonitzer, porque este último, por ejemplo, Roales no lo deja marchar por menos de dos mil quinientos euros, después de gastarse una suma indecente en restaurarlo.
Pero el corazón del bibliófilo, mil veces roto y sin embargo siempre esperanzado, debe estar hecho a prueba de bombas. Para descubrirlo, lo mejor es acercarse al puesto de Alastair Carmichael, donde se puede encontrar, por ejemplo, 'Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas', un divertidísimo ensayo de Miguel Albero donde lista, con toda la ironía del mundo, las diversas patologías de este mundo libresco, desde aquellos a los que les invaden los libros hasta ocupar sus casas y hacerlas inhabitables, hasta los que devoran los libros, de manera literal. Allí descubriremos otra especie que nunca falta, la del bibliocleptómano, aunque su estrategia de supervivencia se basa en el camuflaje, en pasar desapercibido. Pero haberlos, haylos. Incluso, en esta feria. Si los libreros hablaran...
Porque esta sería la última especie, los que hacen la feria completa, pero al otro lado de la trinchera. Este año son dieciséis, la mayoría veteranos, que se toman como una tradición venir a Santander y seguir luchando juntos contra la competencia, que no sólo está en la web, sino en las tiendas de segunda mano y hasta en las oenegés. Pero aquí siguen, resistiendo, disfrutando de los descansos, celebrando los reencuentros, sonriendo a los clientes aunque a veces cueste horrores, y soñando con que lleguen tiempos mejores. Y seguirán porque, mientras haya enfermos del libro, aquí estarán ellos para darles su medicina.
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