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Pussy Riot.
Ellas no bailan solas

Ellas no bailan solas

El movimiento feminista tiene en la música un importante aliado que a lo largo de las décadas ha ayudado a la difusión de su mensaje

j. mikel fonseca

Miércoles, 8 de marzo 2017, 18:15

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Mientras se pasa la resaca del Día Internacional de la Mujer, y la brecha salarial o la violencia de género desaparecen de las tertulias hasta el año que viene, es un buen momento para recordar a todas las mujeres que, día sí y día también luchan por la igualdad de género: aquellas que se denominan libremente y sin tapujos feministas. Concretamente, aquellas que usan la música como vehículo de su lucha. Una historia que comienza en el subsuelo del Seattle noventero y que aún está por terminar.

La mecha del cóckel de rock y feminismo la encendieron varias artistas desde la segunda mitad del siglo XX. Entre ellas nombres como Janis Joplin, cuya 'Women is Loser' es una agridulce reivindicación de la desigualdad de género; Susan Janet Ballion a.k.a. Siouxsie Sioux, rostro femenino del rock inglés; Joan Jett, que tras entrar en el Rock and Roll Hall of Fame declaró en Billboard que «debería haber más mujeres reconocidas en el rock. Están ahí, pero no consiguen tanta fama como las niñas pop»; Patti Smith, poeta inagotable, The Raincoats, pioneras en usar el término punk feminista; y un imperdonable etcétera que deja fuera a muchas otras luchadoras.

Pero la explosión de ese cócktel vino con la contracultura estadounidense de los 90. Frente a la alienación mediática, el estado de Washington y sus dos ciudades principales, la capital Olympia y Seattle, se convirtieron en un hervidero en efervescencia del que nacería no solo un nuevo estilo musical, el grunge -cuyo abanderado líder, Kurt Cobain, también sería uno de los primeros iconos masculinos del rock abiertamente feminista, con letras como «Nunca he conocido a un hombre sabio, y si lo fuese, sería una mujer»- si no todo un movimiento sociomusical que respaldaría la tercera ola del feminismo: las riot grrrl.

Detrás de ese cacofónico nombre, tomado del título de un fanzine de la época, se esconden bandas como las imprescindibles y efímeras Bikini Kill, con Kathleen Hanna al frente. La potencia de sonido hardcore punk iba acorde con la fuerza de su mensaje feminista. «Me pasé los 90 comiendo, respirando y cagando punk», recordó en una entrevista para Indexed. Centró el foco del feminismo, para bien y para mal, en su persona, a pesar de haber insistido en que «existen tantos tipos de feminismos como mujeres», como señaló para NPR.

Un poco más al sur, en el estado colindante de Oregón, las Bratmobiles de Allison Wolfe y Molly Neuman seguían la estela de Bikini Kill, mientras otras bandas como The Third Sex o Team Dresch apostaban y viraban del feminismo hacia el LGBT, que daría a luz al queercore. Bajando aún más, en California, la escena punk feminista tenía nombre y apellido: Courtney Love, cuya banda Hole alcanzaría la mayor repercursión mediática, con perdón del cuarteto angelino L7; al otro lado del charco, una cierta Polly Jean Harvey comenzaba a sacudir los cimientos de la tradicionalmente masculina industria musical anglosajona.

El movimiento de las Riot Grrrl acaparó titulares durante a principios de los noventa y tuvo su zénit en 1991, en el bolo all-female de la International Pop Underground Convention. Pero al igual que otros los movimientos sociales de la época, su luz se fue apagando lentamente con la llegada del siglo XXI. El mensaje, la actitud y el estilo feminista se ramificó por muchas vías, desde el pop abrasivo de las Spice Girls a la electrónica sexualizada de Peaches, pasando por los intentos de Kathleen Hanna de mantener vivo el Riot Grrrl con sus bandas Le Tigre y The Julie Ruin.

Feminismo en el siglo XXI

El nuevo milenio trajo consigo una remesa de artistas concienciadas con el movimiento feminista. Y de nuevo, el epicentro ha sido el noroeste americano, con su máximo exponente en el quinteto de hardcore trans G.L.O.S.S. (Girls Living Outside of Society's Shit, en castellano: Chicas viviendo fuera de la mierda de la sociedad) heredero por derecho propio del movimiento riot grrrl. También desde Washington despuntan las alternativas e indies Chastity Belt, cuyo pop aborda recurrentemente las desigualdades de género.

Imprescindible mencionar también, desde la intransigente Rusia, a las Pussy Riot. Sus provocadoras actuaciones políticas y feministas, con el primer ministro eslavo Vladimir Putin en el punto de mira, les ha costado la cárcel a Maria Aliójina, Yekaterina Samutsévich, Nadezhda Tolokónnikova, tres de sus integrantes. De nada sirvieron las protestas de Amnistía Internacional, Human Rights Watch o de personalidades como el excampeón mundial de ajedrez Gari Kaspárov.

Pero el feminismo cada vez es menos un reducto y empieza a florecer en la industria mainstream. Beyoncé es otra declarada feminista, que no dudó en ondear esa palabra que, según ella «muchos siguen sin saber lo que significa», durante su gira del año pasado en incluso durante su actuación en la gala de los premios MTV. La gran esperanza viene de las antipodas y aún no ha cumplido la veintena: Lorde, que ha sabido revestir su pop tranquilo con un mensaje de empoderamiento. Sin olvidar a Amanda Palmer, ex-Dresden Dolls, cuyos discursos por el empoderamiento y su costumbre de enseñar los pechos en mitad del concierto le han valido varias polémicas. Y de nuevo, un imperdonable etcétera de todas aquellas que ponen su arte al servicio de la causa de la igualdad, o dicho de otra forma, del feminismo.

España, aún queda mucho por hacer

La repentina muerte hace una semana de Gata Cattana (alias de la rapera Ana Isabel García) deja algo cojo el panorama feminista español, perdiendo a una de sus representantes más prometedoras. Pero la lucha por el empoderamiento en España conserva una solida línea de frente. Huelga nombrar a las Vulpes, que con su cardiaco 'Me gusta ser una zorra' plantaron la semilla de lo que vendría después. Incluso Pasión Vega le canta al feminismo en 'María se bebe las calles'. Pero al igual que ocurrió hace dos décadas en Washington, mucho del movimiento musical feminista se ve relegado al panorama undeground.

Bandas como Chiquita y Chatarra, Agoraphobia, Genderlexx o Las Odio han tomado con orgullo el relevo de las riot grrrl al usar el punk-rock como vehículo para la lucha feminista, mientras que otras, como Las Vvitch apuestan por otros géneros, como en este caso, el trap. «No hay un estilo musical que 'pegue' más con el feminismo. [El feminismo] tiene que superar eso, hay que hacer crítica y autocrítica. De entrada, queremos más trap y reggaetón feminista!» apuntan para este periódico. Parece que estén describiendo a Tremenda Jauria, un divertido grupo que se define como «kumbia y reggaetón anticapitalista y feminista». Ahí es nada.

Eventos como el festival Mad Grrrl Fest, celebrado el año pasado, intentan dar visibilidad a estas bandas, que no alcanzan la mismas cotas que sus homólogos masculinos. Desgraciadamente, se ven relegadas al circuito alternativo, fuera de las grandes citas de la música. «Sabemos que habrá sitios a los que no llegaremos por definirnos como feministas -pese a ser un feminismo muy amable el que ofrecemos-, pero a esos espacios tampoco nos interesa llegar», aclaran con contundencia Las Vvitchs.

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