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El arte de arribar en el Palacete
Sotileza

El arte de arribar en el Palacete

Desde mediados de los años 80 el espacio portuario es una referencia en la vida cultural de Santander y Cantabria

José Ramón Ruiz

Jueves, 21 de agosto 2025, 20:01

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Érase una vez… Sucedió en el otoño de 1988 cuando asumí la gestión de la actividad cultural del Puerto de Santander, sumándola a otras responsabilidades que venía desempeñando en dicha institución. Esta tarea concluyó, por decisión propia, en el verano de 2006, tras la inauguración del Centro de Arte Faro de Cabo Mayor, para focalizar mi labor en los ámbitos de la formación y la innovación.

Fueron cerca de 18 años de dedicación a la acción cultural, un periodo marcado por el tránsito de dos generaciones, la X y la Y —la de los millennials— y la infancia de la Z. Un tiempo que encierra la profunda transformación social y cultural que supuso el paso del mundo analógico al digital.

Uno de los aspectos más relevantes de la tarea llevada a cabo durante aquel periodo, fue la progresiva adopción de una noción más amplia de la idea de cultura, entendida –siguiendo al filósofo Jesús Mosterín– como «todas las actividades, procedimientos, valores e ideas transmitidos por aprendizaje social y no por herencia genética»; para, desde este enfoque, hacer especial énfasis en aquellas manifestaciones vinculadas al mundo marítimo-portuario, por su capacidad de forjar los rasgos identitarios que distinguen a las ciudades portuarias.

Este enfoque se articuló alrededor de tres ejes de intervención frecuentemente interconectados entre sí: la divulgación, materializada en los programas expositivo y editorial, las actividades escénicas y las iniciativas dirigidas a niños y escolares; la preservación, canalizada mediante intervenciones destinadas a la conservación y puesta en valor del patrimonio material e inmaterial asociado al puerto; y la generación de nueva expresión cultural, que estuvo centrada fundamentalmente en los ámbitos de la arquitectura y las artes plásticas.

La acción divulgativa

La labor divulgativa en el ámbito expositivo atravesó tres etapas. La primera, que se desplegó entre el otoño de 1988 y el verano de 1999, se distinguió por una intensificación e internacionalización de la programación –con una media de doce muestras anuales–, la ampliación de sus temáticas, que se abrieron a ámbitos escasamente representados en el paisaje cultural de la ciudad, y la apertura de la Nave Sotoliva.

La segunda, concluida en enero de 2005, coincidió con la puesta en marcha del Programa Empresarial de Patrocinios Culturales que, impulsado por la Cámara de Comercio de Cantabria y centrado en el arte contemporáneo, se desarrolló en el Palacete del Embarcadero mediante la fórmula de la Encomienda de Gestión. La tercera comenzó con el retorno de la gestión del Palacete a la Autoridad Portuaria y culminó con la inauguración del Centro de Arte Faro de Cabo Mayor. En el transcurso de estas tres fases se mostraron más de 180 exposiciones, que contribuyeron a consolidar la proyección del Puerto como un referente en los circuitos culturales del país.

En lo que respecta al programa editorial, durante dicho periodo se publicaron cerca de 50 títulos dedicados a disciplinas como la historia, la economía, el arte, la edición de materiales infantiles y didácticos, y la impresión de productos digitales. Una parte significativa de estas obras, organizadas en diversas series especializadas, fue editada bajo la marca Navalia, fondo bibliográfico creado por la Autoridad Portuaria como instrumento de divulgación y reflexión en torno al puerto y su pasado marítimo.

La actividad escénica, por su parte, –además de representaciones puntuales de teatro y performances en el Palacete del Embarcadero y la Nave Sotoliva– estuvo conformada, una primera etapa, por acciones tales como los conciertos corales navideños en la iglesia del Barrio Pesquero, la colaboración con la Fundación Albéniz en el patrocinio y la edición, en disco compacto, de conciertos del Encuentro de Música y Academia celebrados en el Palacio de Festivales, o la representación en 2004 del espectáculo 'Naumaquía' por La Fura dels Baus en los muelles de Maliaño, en el marco del Festival Internacional de Santander. Posteriormente, en julio de 2005 y abril de 2006 respectivamente, arrancaron dos nuevas iniciativas: Mar Sessions, encuentro estival de artes escénicas y visuales con sede en el Dique de Gamazo; y Estación Marítima Show Hall, cita quincenal de programación diversa –música en vivo, teatro, cabaret– representada en el vestíbulo de esta terminal portuaria.

Preservación del patrimonio

Durante este periodo, el puerto también impulsó diversas iniciativas orientadas a la conservación, investigación, puesta en valor y acceso público al legado marítimo-portuario local. Entre las actuaciones sobre el patrimonio material destacan la regeneración y consolidación del Muelle de Calderón, la Dársena de Puertochico y la Grúa de Piedra; las prospecciones geofísicas y exploraciones submarinas efectuadas en la bahía para la identificación de estructuras arqueológicas; la declaración del Dique de Gamazo como Bien de Interés Cultural; o la rehabilitación de inmuebles como el Almacén de Auxilios, el Complejo Sotoliva, el Faro de Cabo Mayor o la Baliza de Cerda.

En lo referente a las intervenciones sobre el patrimonio inmaterial, éstas se orientaron fundamentalmente hacia la conservación y recuperación de la memoria e historia del puerto a través de dos iniciativas. La primera, la creación en 1988 del Centro de Documentación del Puerto de Santander en las dependencias de su antiguo Almacén de Auxilios, que fueron acondicionadas para albergar su archivo administrativo, —con documentación desde finales del siglo XIX— su biblioteca, hemeroteca, cartoteca y fondos fotográficos.

La segunda consistió en el desarrollo de proyectos de investigación destinados a recuperar el pasado portuario de la ciudad. Dentro de este ámbito, destacó el programa 'Memoria visual de Santander y su Puerto', llevado a cabo por la Universidad de Cantabria, que permitió localizar, catalogar y difundir el patrimonio visual asociado al puerto en sus tres principales modalidades de representación: fotografía; pintura, dibujo y grabado; y cartografía; o los estudios encargados al Laboratorio de Investigaciones Arqueológicas Subacuáticas, que revelaron nuevos conocimientos sobre la explosión del buque Cabo Machichaco y el pasado romano de la ciudad.

Nueva expresión cultural

En cuanto a las iniciativas orientadas a generar nuevo patrimonio, éstas se centraron, de un lado, en la ejecución de proyectos arquitectónicos, como el Albergue de Viajeros del Embarcadero de Pedreña, el Centro de Transformación Eléctrica de Raos, el CEAR de Vela Príncipe Felipe, la Estación de Pasajeros de la Bahía –ubicada junto al Palacete del Embarcadero– o la nueva Lonja de Pescado, reconocible por su singular cubierta. Y, por otro, en el fomento de la creatividad artística, que se materializó en el diseño y desarrollo de programas como Equivalencias y ARS, orientados a la producción de obras inspiradas en el mundo portuario –en el caso de ARS, de porte museístico– que alimentaron los fondos artísticos de la APS durante dicho periodo; y en la edición de obra gráfica, ejemplificada en la carpeta 'Margen Norte', publicada para la exposición homónima, o en las series de grabados que durante ocho años se editaron para la felicitación de las fiestas navideñas.

El Palacete … y más allá

El desarrollo de esta labor cultural se sustentó en la utilización, tanto habitual como puntual, de una red propia de instalaciones y espacios ubicados en el límite tierra-mar. Así, al concluir mis responsabilidades en la gestión cultural, y en lo que respecta a equipamientos y escenarios híbridos, la APS disponía del Palacete del Embarcadero, el Centro de Documentación, la Nave Sotoliva, el Faro de la Cerda, el Centro de Arte Faro de Cabo Mayor, el Dique de Gamazo y la Estación Marítima; habiendo experimentado ocasionalmente otros emplazamientos como el solar de Las Cachavas o los muelles de Calderón y de Maliaño.

Lo nuevo necesita amigos: entidades y personas

Al igual que un iceberg, la extensa y variada acción cultural descrita representó la parte visible de un esfuerzo que, oculto bajo la superficie, llevó a cabo un extenso grupo de personas, –de la APS y externas–, así como de instituciones y empresas colaboradoras, que actuaron como soporte indispensable para hacerla posible. Sus nombres no es posible detallarlos aquí, no solo por la limitación de espacio y el riesgo inevitable de omitir a alguno, sino también porque su contribución forma parte de un legado colectivo que trasciende cualquier listado.

Construcción de pensamiento estratégico puerto-ciudad

Paralelamente al despliegue de la actividad cultural descrita, el Puerto ha venido generando «pensamiento estratégico puerto-ciudad» a través de un proceso alimentado desde la práctica del «aprender haciendo», del contraste sistemático de la experiencia propia con otros casos nacionales e internacionales, y la reflexión académica.

El lector interesado puede rastrear el proceso de maduración y cristalización de este ejercicio de conceptualización a través de tres documentos: la monografía 'Estrategias de Desarrollo Sostenible para Ciudades y Puertos', editada en 1996 por Unctad-Naciones Unidas; el dossier 'Portrait' que la revista Portus dedicó a Santander en 2014; y el artículo 'Construyendo pensamiento estratégico puerto-ciudad. Los desafíos de la ciudad portuaria contemporánea', publicado, asimismo, en Portus en diciembre de 2024.

En la ideación y forja de este pensamiento estratégico, ha quedado siempre patente el valor y la relevancia de la cultura como hilo conductor capaz de tejer convivencia, impulsar la participación y la cohesión social, promover la regeneración de waterfronts, o de tender puentes entre el puerto y la ciudad en beneficio mutuo. En suma, como expresión de un legado común y de un porvenir compartido.

Javier Díaz López Sociólogo y ensayista. Exasesor de comunicación del Puerto

El Palacete después de la lluvia

De izquierda a derecha, de pie, Miguel Molleda, Miguel Ángel Pesquera, Juan Uslé, Marisa Samaniego, Carlos Limorti, Javier Díaz y Pilar del Cura. En primer término; Inmaculada Núñez Bilbao y Victoria Civera. APS

En 2018, la APS editó un libro titulado 'Palacete del Embarcadero (1985-2017)'. En dicha obra, analicé el período que me correspondió como primer coordinador de esa sala y Guillermo Balbona hizo lo propio con las etapas posteriores. Remito al lector al citado documento. En este texto, daré otra vuelta de tuerca a aquella experiencia, pues la ocasión bien merece la pena, a tenor de lo que ahora mismo está aconteciendo en la ciudad. La idea fundacional del Palacete fue clara: erigir un nexo simbólico y físico entre el puerto y la ciudad. Dicho de otro modo: la cultura como gozne de la economía de la ciudad portuaria, esto es, el Palacete como un instrumento para hacer arte-ciudad, un universal cultural que ha impregnado el devenir de la civilización humana. Esa fue la visión y ese fue el discurso del plan.

Cuarenta años después, Santander está experimentando una metamorfosis urbano-cultural sustancial. El Palacete fue una iniciativa pionera de entre las infraestructuras arte(s)-cultura que están remodelando el frente marítimo y, por ende, la bahía. La cuestión suscitada entonces debería ocupar hoy, me parece, el centro del debate: Santander, arte y ciudad. En aquel momento, en pleno éxtasis del hormacheato, este nuevo recurso cultural fue observado como un oasis, sino un refugio, por la reducida masa crítica moderna de este municipio, la cual hizo suyo el espacio desde que se topó con aquellos misteriosos artefactos de Manuel G. Raba (1928-1983) que la Galería Siboney exhibió. Sigo con Whitman: «los edificios no son sino lo que tú haces con ellos cuando los miras».

El marco rector de la programación eludió el enfoque localista/identitarista. Continuo con otra reflexión whitmaniana: somos de todas las ciudades. También de la nuestra. Y para reforzar el argumento, otro verso del sabio de Camden: «¡Ciudad de navíos!…..¡ Ciudad del mundo!» El arte es inmortal, intemporal e internacional. Y cósmico. Whitman, de nuevo: «la noche, el sueño, la muerte y las estrellas». El arte nos importa.

Y la ciudad siempre fue el locus preferido de los artistas. Valga el siguiente mix Leonardo Benevolo-Aldo Rossi-Maurice Halbwachs: el arte es un componente material y espiritual de primera magnitud de la memoria colectiva de las ciudades. Del mismo modo, el pensamiento y las ciencias han significado a las ciudades. Con él y con ellas, las artes han mantenido sólidas correspondencias y paralelismos a lo largo de la historia.

Hace un par de meses visité la exposición de Artemisia Gentileschi en el Museo Jacquemart-André (París), un tipo de pinacoteca que, como el Frick neoyorkino o el madrileño Lázaro Galdiano, te hace sentir que estás dentro del arte. Allí, deslumbrado, contemplé los dos paneles dedicados a las artes y las ciencias de Jean Siméon Chardin (1699-1799). A la salida, paseando por el Bulevar Haussmann, pensando en los cuadros del genial pintor parisino, imaginé una situación: Santander, con el capital cultural ya en activo y con los proyectos en construcción, se convertía en una localidad donde el pensamiento, las artes y las ciencias, incluida la ciencia urbana, que tanta falta hace aquí, florecían.

Las instituciones, la sociedad civil, el tejido cultural y la ciudadanía tienen a la vista un gran motivo para juntarse y establecer un objetivo común: transformar esta ciudad portuaria en un caso contemporáneo de arte-ciudad. Tan noble fin requiere grandeza, altura de miras, autoconfianza, virtualidad cívica y racionalidad democrática, una mentalidad opuesta a los comportamientos tribales y al logos doctrinario. La polis versus los idiotas. Más Whitman: «navega, navega lo mejor posible, navío de la democracia».

Sin embargo, la embarcación naufragará si las nuevas generaciones rehúsan crecer a hombros de gigantes. Ahí radica el verdadero dilema, en el canto de la tripulación y en la energía, atrevimiento y conocimiento que desplieguen los capitanes para arribar con éxito al mundo de la ciudad-arte de nuestro tiempo. Hace cuatro décadas, en el límite tierra-mar, a contracorriente, diseñamos una ruta para navegar por los confines del arte, la ciencia y la ciudad portuaria. Walt Whitman, sí, nos acompañó en la travesía.

Carlos Limorti Artista. Excoordinador de las actividades culturales de la APS

Grano y/o Guinda

Obras de Manolo Raba en el espacio portuario. APS

Reconocer el trabajo y agradecer la ayuda y la dedicación de muchas personas de dentro y fuera del puerto, de las que estuvieron y ya no están, es obligado en esta efeméride, ahora bien la lista sería demasiado extensa y se produciría algún olvido imperdonable. Ocurriría igual en el caso de querer reseñar las actividades culturales desarrolladas en los espacios portuarios rehabilitados y destinado a tal fin. Solamente en el Palacete del Embarcadero son más de cuatrocientas, entre exposiciones y eventos, las realizadas en estos cuarenta años. Coincidir con la reciente celebración del mismo aniversario con la galería Siboney, hace, eso sí, inexcusable el destacar su aportación.

Me inclino pues en este breve texto a realizar una mirada que refleje más las sensaciones, acorde con el título del mismo, que se desprenden al revisar las vicisitudes y peculiaridades de este inaudito proceso, no exento de dificultades, al que ha transitado unida mi trayectoria profesional.

Con la llegada a la presidencia de la entonces denominada Junta de Obras del Puerto de Miguel Ángel Pesquera se puso en marcha una política de modernización del puerto, imprescindible para su supervivencia, que incluía un proyecto cultural de acercamiento e interacción con la ciudad, no deja de ser curioso que a estas alturas nos estén 'vendiendo' como novedad lo mismo. Esta presencia del puerto como agente activo en las actividades culturales generó una irritación (grano) para una sociedad inmovilista de piel fina y a veces acartonada, así como para una estructura portuaria anquilosada en modelos caducos de gestión que no entendían esta 'nueva' dedicación.

Desde el inicio se plantearon unos criterios básicos de programación y participación, ahí fue fundamental la aportación de Javier Díaz, suficientes para alejarse de rancios clientelismos, y del modelo convencional de cesión de espacios, implicando a la institución en la organización y producción de los eventos. El programa iniciático de 'Actividad de la Ciudad Portuaria' y el proyecto ARS, puesto en marcha unos años después por José Ramón Ruiz, sin duda el proyecto artístico de producción propia más ambicioso realizado por la Autoridad Portuaria, son dos ejemplos a destacar. Se ha potenciado los acuerdos con otras instituciones y entidades afines, y las colaboraciones con la UIMP en la primera década y con el Archivo Lafuente en esta última, han supuestos también hitos (guindas) en las programaciones culturales veraniegas de la ciudad.

Su particular vinculación con las diferentes administraciones y su autonomía presupuestaria procura a la institución una importante independencia, pero a la vez supone una cierta incertidumbre, dado que en épocas de crisis lo primero que se recorta es el presupuesto destinado a cultura (grano). Desde 1985 han regido el puerto nueve presidentes de diversas tendencias políticas, y de cuyo criterio depende la continuidad de estas actividades y si exceptuamos el periodo entre 1997 a 2005 en el que se cedió el protagonismo a otras entidades, la identidad del proyecto, con los lógicos e inevitables matices, se ha mantenido contra todo pronóstico.

El actual presidente, César Díaz, está apostando con rotundidad por el impulso de las iniciativas culturales, apoyándose en criterios profesionales y gestionadas de forma brillante por Eduardo García Escudero, actual responsable de la gestión cultural de unos espacios portuarios recuperados, emblemáticos y convertidos en la 'guinda' de la oferta cultural de la ciudad.

La Autoridad Portuaria se ha dotado con buen criterio de una comisión asesora, pero carece de un departamento específico de actividades culturales y padece una endémica escasez de recursos humanos para su desarrollo, esto obliga a una entrega personal sobrecargada y a un exceso de voluntarismo. Esta situación es lamentablemente habitual también en otras muchas entidades y escenarios y parece la obligada alternativa ante la falta de una planificación de políticas educativas y formativas, de intercambio y fomento en materia cultural. Tal como se ha expuesto en diversos foros, es necesario generar lo que denominan 'masa crítica' que nos haga menos vulnerables, entre otras amenazas, a la aparición de un turismo depredador, al que se alimenta con escaso criterio y control. Posiblemente lo que llamamos cultura se pueda visualizar como una moneda de dos caras (grano/guinda) en continua rotación, aunque en los tiempos que corren hay muchos riesgos de decantarnos por una y quedarnos solo en ser la guinda de un suflé.

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