Borrar
'La cena en casa de Simón' (1570), uno de los cuadros de Veronés incluido en la exposición. EFE/Chema Moya
Renacimiento

Arte o la verdad del lobo … al hilo de Veronés

El Prado exhibe la primera gran exposición monográfica en España del artista italiano, con más de cien obras procedentes de instituciones internacionales

Rafael Manrique

Santander

Viernes, 27 de junio 2025, 07:37

Claude Levi-Strauss

«El arte constituye una toma de posesión de la naturaleza por parte de la cultura».

Tras acabar de crear el Paraíso, Dios estableció en él a Adán y a Eva. Percibir y sentir el mundo formal que les rodeaba, había de producir en ellos un placer inefable: estético. Lo que no había es arte. Eso vino después. Dios jugaba con fuego. Por muy todo poderoso que se sea, estar toda la eternidad sin conflictos y sin nada que hacer porque ya está todo creado, ha de resultar agobiante. Así que, cual adolescente, se buscó problemas. Dios situó en el Edén el árbol del Conocimiento y el del Bien y el Mal. No se saben las razones para ello, ni de la prohibición que estableció a continuación: no os acerquéis a ellos. Lógicamente, fue transgredida. Resultó que el conocimiento generaba sabiduría y la sabiduría, creatividad y acción. Eso los acercaba al mismo Dios que, según sabemos por la Biblia, no tenía buen carácter. Se vengó y hubo consecuencias. Había que trabajar y eso sabemos que aleja del arte y de producir algo que serene el aire y vista de hermosura y luz no usada, parafraseando torpemente a Fray Luis de León. La belleza, la dimensión más delicada de la existencia, parecía alejarse de los seres humanos.

Mientras tanto un lobo está aullando ante la luna llena. Una acción sobrecogedora, atrevida, con poca utilidad práctica para él, pero sin duda placentera. Algo singular que sucede una vez al mes. Seguro que se trata de un acontecimiento más estimulante que vivir en un jardín perfecto e inmutable. El lobo, en su aullido, ofrece un espejo de lo que el arte podría ser en su forma más esencial: un grito libre, bello y perturbador que posee una clara dimensión estética y una alta emocionalidad, pero no es arte. El lobo no llegará hasta ahí. Los seres humanos sí, pero con dificultades. El aullido es naturaleza, el arte es cultura.

El placer de la belleza

La instauración temprana del mercado les impidió llegar a disfrutar de un placer como el de la belleza, ella también salvaje. El ser humano, abocado al trabajo y al dolor, inventó una alternativa compensatoria: la actividad creadora, que se acerca al placer del lobo de forma asintótica, nunca completa. Eso ocurre con el arte que, como señalaba Marcel Duchamp, nace a partir de complejas y contradictorias relaciones sociales y culturales. Algo que surge postparaíso, por así decir. De forma opuesta, Barnet Newman consideraba que los seres humanos disponen de una dimensión estética intrínseca que, al igual que el aullido, precede a lo artístico. Lo innato y lo adquirido, una danza y una polémica eterna.

La muestra

  • Paolo Veronese (1528-1588). Se expone en el Museo del Prado hasta el 21 de septiembre.

  • Contenido. Comisariada por Miguel Falomir, director del Prado, y Enrico Maria dal Pozzolo, profesor de la Università degli Studi di Verona reúne más de cien obras que evidencian la inteligencia pictórica y libertad creativa del artista, uno de los grandes maestros del Renacimiento italiano

El arte a veces consigue, como el aullido del lobo, generar emociones poderosas pero lo esencial es que constituya un acto de rebeldía. «No serviré», dijo el arcángel Luzbel. Eso nos evita ser simplemente seres naturales destinados a cumplir con la biología y la supervivencia. Charles Darwin nos liberó de las ataduras teístas, pero no de la biología. Hacia falta algo más. El arte desafía y amplia la esencia misma de lo humano de manera rebelde. El modelo es Job, una historia mítica sobre una persona que no se inmuta ante las repetidas agresiones ejecutadas por sicarios celestiales. Sin tener que llegar a tamaña valentía, los seres humanos a través del arte aspiran a volver a una armonía paradisíaca. De eso no queda. Solo existen cabañas en las Maldivas, parques nacionales o drogas psicodélicas. O, en el peor de los casos, los jardines de los adosados. Ante ese panorama el arte se retira para no ser absorbido por la lógica del mercado, del consumo, del dinero, de la decoración o del souvenir.

Creo que Donald Kuspit acierta al señalar que el arte no es en sí mismo algo estético, sino un producto de la razón, del intelecto. Convertido en una actividad anodina y comercial, está lejos de la conmoción del lobo en las noches de luna llena. Duchamp, un genio de la teoría del arte, pero no un gran artista, envía a una exposición un urinario. Puede ser considerado un gesto atrevido e incluso creativo; que sea artístico es más dudoso. El arte se ha refugiado en convenciones, obras autorreferenciales y elitistas, que lo ha separado de la naturaleza humana a la que estaba destinado a servir. Se ha arrojado a la superstición, el consumo y el mercado. Hoy abundan los contenedores artísticos sin apenas nada que contener.

Muchas personas no creen que el arte contemporáneo se ocupe de sus cosas. Es difícil ver en él la fuerza misteriosa que iluminó o problematizó la condición humana. Poco queda de eso en producciones artísticas que son realizadas para el entretenimiento o la decoración de la sala de espera de una consulta médica o, peor, para un negocio que no transforma el mundo, pero sí puede cambiar el balance de la cuenta corriente de algunas personas, habitualmente no la de los artistas.

Tal vez no exista el arte por el arte, pero sí el que sirve para la creación de articulaciones materiales que permitan pasar del impulso espiritual o mental del pintor a una obra específica. Aunque nadie pueda obviar el mercado, siempre será necesaria una especie de resistencia crítica, una forma de expresión personal que sea algo más que un acto de soberbia narcisista. Si es capaz de crear representaciones irreductibles a la lógica del sistema cultural dominante, al menos por un tiempo, si da lugar a una obra cuyo anhelo plástico exprese posibilidades estéticas semejantes al aullido del lobo, entonces estaremos salvados. Podremos obtener a partir de lo amorfo un proyecto de individuación, un impulso de subjetividad crítica que pueda llevar a un lugar, hoy por hoy inimaginable, pero lejos de un arte estandarizado y banal que nos descorazona.

Hacia la comprensión

La luna pertenece al horizonte, nunca mejor dicho, vital del lobo. Se constituye como una base real y encarnada para su disfrute estético. En el polo opuesto, un arte ajeno a lo humano solo suele conmover a los expertos. Desaparece pronto. Su valor dependía de estar en un museo o galería. Del criterio de los críticos y comisarios. De los medios de comunicación y los intereses que representan. La mercantilización altera el arte y su experiencia. Con frecuencia no hay para el público un modo de comprenderlo y apenas puede calificarse como arte sino como provocación, publicidad o dinero, por inteligentes que sean sus métodos. Muchos trabajos de Andy Warhol, Jeff Koons o Damien Hirst entrarían en esta definición. Eso quiso mostrar Piero Manzoni con sus latas de Excremento de artista. Pero, ¡ay!, hoy, ya codificadas como arte, han acabado en el MoMA de Nueva York. Sin embargo, la pintura 'Blanco sobre blanco', de Kazimir Malevich, en su brutal simplicidad, es un reto visual y conceptual asumible por cualquier persona sin prejuicios. El arte ha de desafiarnos, ha de comprometernos y ha de ser comprensible desde el primer acercamiento. Tras las de Tintoretto y Tiziano, la exposición actual del Veronés en El Prado muestra que, por ejemplo, la pintura desarrollada en Venecia durante el Renacimiento es la posesión de la que hablaba Levi-Strauss. Nos lleva al arte.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Arte o la verdad del lobo … al hilo de Veronés

Arte o la verdad del lobo … al hilo de Veronés