Los barcos de la muerte
El siglo XVI cántabro quedó marcado al principio y al final por las ondas de peste procedentes de Flandes, con efectos severos que se propagaron a otras zonas de España
La villa de Santander entró en el siglo XVI muy tocada por la pestilencia traída de Flandes por el séquito de la archiduquesa Margarita de Austria, hermana menor de Felipe el Hermoso, que venía en 1497 a desposarse con el príncipe de Asturias, Juan de Aragón (lo que sucedió en la iglesia de Santa Cecilia de Villasevil de Toranzo, por prisa en oficializar un enlace de clara repercusión internacional). Y Santander abandona el mencionado XVI con una de sus mayores ruinas demográficas, causada por la peste llegada en 1596, desde Flandes también, en el buque pañero 'Rodamundo'. Se estima que la población de la villa cayó de 5.000 habitantes de 1594 a unos 600 en 1602. Muchos murieron y otros huyeron de una localidad literalmente apestada.
El puerto, pues, que tanta relevancia y riqueza proporcionaba a Santander, era también origen de problemas sanitarios muy graves. La peste de doña Margarita siguió hasta 1504 y provocó mortandad significativa. Todavía en 1511 la reina Juana ordena que los cuerpos infectados se entierren fuera de la iglesia colegial de los Cuerpos Santos. Se anotaron otros ciclos de peste en 1530-31 y 1574-75. La de 1596-1597 se extendió desde Cantabria por Castilla y causó severa mortandad y trastornos económicos.
La situación sanitaria y su impacto económico retrasaron el ascenso de un Santander que había sido destacado por Felipe II en su estrategia naval
El hecho de que Felipe II tomase en 1570 la importante decisión de convertir Santander en la base para formar y abastecer sus armadas, si fue impulso sobresaliente de actividad, economía y relevancia institucional, lo fue también para la difusión de las epidemias. Cuando el avilesino Pero Menéndez estaba preparando en 1574 una expedición contra Inglaterra y en apoyo de Flandes, este adelantado murió y «se deshizo la armada, por causa de entrar peste entre su gente, que eran más de veinte mil hombres, de los que murieron la mayor parte, y muchos vecinos de esta villa», según referían los regidores santanderinos en un escrito de abril de 1597, donde también indican: «recientemente llegó el 'Rodamundo' infectado de peste, dando lugar a la expansión de la enfermedad que todavía se padece». Esta se ha solido denominar 'Peste Atlántica', por su procedencia; entonces se llamaba 'peste de landre' (inflamación de ganglios). En agosto de ese año, la Junta de la Provincia de Liébana estableció varias guardias para impedir la llegada de forasteros infectados y la salida anárquica de lebaniegos. Había puestos de control en Cillorigo, Valdeprado y Cereceda. Pero las epidemias buscan sus caminos: la peste alcanzó Liébana desde Castilla en 1599 y frenó bruscamente su crecimiento demográfico durante tres décadas.
Descalabro demográfico
En general, la combinación de la peste de finales del XVI y la floja nutrición de las clases depauperadas borró de un plumazo, según algunas estimaciones, el 6% o 7% de la población española, unas 500.000 personas (por comparar, el covid-19 ha causado el fallecimiento de unos 150.000 españoles, un 0,32% del total; y la terrible gripe de 1918 se llevó a cerca de un 1% del censo). Por tanto, podemos decir que la 'Peste Atlántica' que entró por Santander produjo uno de los mayores descalabros sanitario-demográficos de la historia de España, y condicionó muy mucho su capacidad de sostener actividades productivas y militares propias de imperio tan vasto.
La llegada de los enfermos de la Armada Invencible en 1588 puso de relieve la insuficiencia de los cuatro hospitalillos destinados a peregrinos y pobres. Estos últimos eran o forasteros o propios 'sin hacienda'. A los primeros se procuró alejarlos con la amenaza de azotes si permanecían mucho mendigando en la villa; a los propios se los acogió extramuros y atendió gratis. Por otro lado, el tráfago de soldados que iban y venían de expediciones era otro problema no solo por los contagios, sino por la falta de estancias para ingresarlos si enfermaban.
Además, la ignorancia en materia biológica dificultaba combatir la peste. Se creía que era o un castigo divino (y de ahí ofrendas, votos y todo tipo de rituales) o, en términos de medicina clásica grecorromana, un fruto de la 'corrupción' del aire.
De las secuelas de la peste de la archiduquesa salió en 1503 la costumbre del voto a San Matías, que aún se celebra. En 1596 los regidores ordenaron «tres procesiones con las cabezas de los mártires Medel y Celedón, y con el brazo de San Germán, imágenes de San Matías, San Roque y San Sebastián, patrones de esta villa».
Al final, tanto Santander como los valles vecinos optaron por limitar la movilidad. Esto era efectivo sanitariamente, pero económicamente una faena, pues se enrarecían los abastecimientos, aparecía la especulación inflacionaria, y se acentuaba el hambre y con él la propia epidemia. Más fortuna tuvo la teoría del aire corrupto, porque al menos fomentaba la limpieza y ventilación de casas y calles, lo que objetivamente fue adecuado, junto con la restricción de movimientos (algún alcalde santanderino quiso huir para proteger a su familia, pero los regidores se lo impidieron).
Fue sobre la Navidad de 1597 cuando empezó a percibirse que remitía la peste. El potencial de Santander seguía ahí, pero el devastador impacto de la epidemia sobre el tamaño y capacidades de la población tardaría en corregirse, tanto más cuando en toda la franja norte y centro de Castilla había provocado estragos y disrupción de la vida agraria.
Este movimiento de implosión y precariedad existencial contrasta aparentemente con la nueva expansividad montañesa que aprovecha el horizonte imperial, tanto en Europa como en América y Filipinas. Como Sísifo, Santander se había ido recobrando durante el siglo XVI del golpe epidémico de los comienzos, solo para caer aún más al final.
Esta debacle, sin duda, demoró su ascenso militar, eclesiástico y económico como centro catalizador del territorio cántabro. Las pestes del XVI permitieron a Burgos seguir resistiéndose en lo comercial y episcopal; a Laredo consolidar relevancia dentro del corregimiento; a los valles del Pleito a mirar entre sí mismos; y a las zonas de control señorial, a ignorar a la villa santanderina.
Los grandes valores santanderinos para comercio y armada irán retornando poco a poco hasta el siglo XVIII. Pero, básicamente, el papel de la época de Carlos III ya se podía haber desempeñado en la de Felipe II. La peste surgida tre los otomanos en 1570 resultó, entre los obstáculos retardatarios, uno de los mayores.
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