Borrar
Los intérpretes-bailarines, interactuan y van pulsando las once larguísimas hélices flotantes Javier Cotera
Centro Botín

El canto elegíaco por las grandes olas perdidas

La propuesta expositiva de Cooking Sections es un monumento transitorio compuesto por una instalación, una composición musical y una danza continua

Gabriel Rodríguez

Santander

Viernes, 24 de octubre 2025, 07:21

Comenta

Cooking Sections, grupo fundado en 2013 por Daniel Fernández Pascual y Alon Schwabe, presenta en el Centro Botín la exposición 'Las olas perdidas', un homenaje, un monumento transitorio compuesto por una extensa instalación, una composición musical y una danza continua, que trata sobre la desaparición de once grandes olas famosas, con nombre propio. Cooking Sections realiza trabajos multidisciplinares de investigación en colaboración con biólogos, arquitectos, humanistas, ecologistas, antropólogos, especialistas en derecho y, sobre todo, con la participación de las comunidades locales. En esta ocasión, han trabajado con GeoOcean, grupo de investigación de la Universidad de Cantabria.

La exposición 'Las olas perdidas' es un canto fúnebre, un llanto por la desaparición de la gracia que encerraban once grandes olas memorables. Cuando la belleza de lo natural se rompe, estamos frente a un síntoma de que muchas otras cosas relacionadas con ella se han destruido. Es entonces cuando se nos revela que aquella armonía encerraba un sentido intuido en la lejanía, compuesto por todas las relaciones profundas, complejas, de los ecosistemas, de las fuerzas de la naturaleza, de la convivencia con el ser humano, sostenidas en un equilibrio fuerte por su complejidad, pero frágil ante la acción depredadora del hombre. Las grandes olas tenían la gracia del mar porque al contemplarlas sentíamos en nuestro cuerpo que encerraban importantes entramados desconocidos de sentido.

Daniel Fernández Pascual y Alon Schwabe nos ofrecen un trabajo, desde el mundo del arte, que se extiende por un campo expandido hacia otras disciplinas y hacia la acción de las comunidades, un trabajo que se muestra como una reconstrucción, un resumen que nos señala las implicaciones de una armonía perdida, tal vez irrecuperable. Una belleza que no se percibe solo por la vista, sino que es multimodal, que afecta a la piel, al espacio, a la forma de estar en el mundo.

Las olas, zona de frontera entre el agua del océano y el aire de la atmósfera, se modifican al llegar a la frontera de línea de costa por la disminución del fondo marino, interactúan con la vegetación submarina, con el bosque de algas, con el movimiento de los nutrientes, con los seres vivos y con las actividades de los seres humanos.

Pérdida de salud del planeta

En el año 2003, desapareció la ola de Mundaka por el dragado de los fondos marinos. En 2005, la ola de Jardim do Mar, en Madeira, por la construcción de un dique que protegía una urbanización. A lo largo de los años, la ola de El Marsa, por los vertidos debidos a la explotación de las minas de fosfatos del Sahara Occidental. La desaparición de la ola de Cabo Blanco, en Perú, por un muelle que atraviesa el arrecife Piura y la corriente de Humbolt, la destrucción de los ecosistemas que alimentaban a las comunidades costeras, llevó a protestas que impulsaron la promulgación de la Ley de Rompientes, la primera ley creada en todo el mundo para proteger las olas, la biodiversidad del medio costero. Cada una de las olas homenajeadas tiene en la sala de exposiciones una banderola que explica, en un lenguaje intensamente poético, la historia y las consecuencias de su desaparición. La pérdida de las grandes olas aparece como un síntoma de la pérdida de salud del planeta.

Las intérpretes, los bailarines –seis mujeres y un hombre–, interactúan, van pulsando las once larguísimas hélices flotantes, suspendidas a lo largo de la sala, que representan las once olas perdidas. La relación ininterrumpida del cuerpo del intérprete con cada una de ellas genera ondas que se desplazan hacia los extremos, de forma que se multiplican en su interior otros movimientos armónicos, como si trazaran una escritura efímera que se diluyera al contacto con el aire. La música, creada por Duval Timoyhy para cada una de las olas, o de las hélices, ha sido compuesta sobre parámetros que tienen un perfil sonoro semejante al de las olas.

Vida y muerte

Todas las posturas, todos los movimientos, muestran el impulso del cuerpo que se propaga por las ondas, a distinta frecuencia, velocidad, amplitud, temblor. Los bailarines, que se suceden en sesiones continuas de 30 minutos, de modo que cuando una de ellas está pulsando las notas espaciales de la última hélice, ya está comenzando la interacción de otra en el extremo opuesto de la sala, bailan, surfean, se sumergen en el entramado de las olas, tocan una partitura que se extiende por toda la sala. El conjunto de los largos muelles, la música y la danza tienen la virtud de crear, como las olas, desde un planteamiento muy sencillo, un evento de gran complejidad.

Hay toda una investigación previa que se decanta en la instalación, cómo vivimos, cómo comemos, cómo depredamos. Leer la ola, traducir su vida y su muerte. La desaparición de la gran ola conlleva la desaparición de un mundo, de especies que existían vinculadas a sus ritmos, de comunidades costeras, de sistemas de alimentación. No se trata solo de un fenómeno superficial, sino productivo, que determina lo que comemos. Este es un planteamiento general de Cooking Sections, estudiar cómo se genera y se distribuye la comida, tirar del hilo de los ingredientes, utilizar la comida como lente que puede dejarnos ver amplificadas las infraestructuras, los sistemas políticos, los legados centenarios despilfarrados, destruidos, las consecuencias del extractivismo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes El canto elegíaco por las grandes olas perdidas

El canto elegíaco por las grandes olas perdidas