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Continuidad y continuidades
Plazuela de Pombo

Continuidad y continuidades

Yo tengo con frecuencia la sensación de no haber recogido del todo bien mi cosecha de tiempo, cosa que no me es dado hacer ya salvo en el interior creciente del futuro, que va preparándose con mi muerte

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 28 de noviembre 2025, 07:26

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Describe Aristóteles en 'La Física' el tiempo como «número del movimiento según el antes y el después». Ese número es el ahora. Puede considerarse, pues, que la sucesión de los 'ahoras' a lo largo de nuestras vidas individuales van siendo las mediciones del tiempo que nos corresponde vivir y podemos reflexionar sobre la estructura del 'ahora' que es la sucesividad de una hora tras otra o podemos reflexionar sobre la continuidad del tiempo: la continuidad de los 'ahoras' que fluyen unos dentro de otros durante toda nuestra vida, durante todas las vidas del tiempo de los hombres y del tiempo del mundo.

A mí me interesa, en esta Plazuela, que pensemos en tres clases de continuidades distintas: la continuidad poética, la continuidad narrativa y la continuidad ensayística. Hay un 'ahora' ensayístico que puede durar un año entero y dar lugar a un texto, a un ensayo. Hay una continuidad poética que puede durar un instante: «nos abrasaría este instante si durara otro instante» (Octavio Paz). Y, por fin, la continuidad narrativa, enormemente importante, a su vez, para comprender las narraciones. Estoy ahora releyendo con fascinación 'The Bostonians', de Henry James. Instalarme en Londres, que tuvo sus momentos accidentados, acabó siendo un definitivo asentamiento para mí durante once años. Hizo que me sintiera transido o penetrado, con veintiséis años, por lo que Henry James denomina «la maravilla del estar siendo consciente en todo». Mi conciencia en aquel tiempo no contenía nada: sus objetos eran imprecisos, brumosos, lluviosos, intensamente emotivos, extranjeros para mí, como las calles y edificios imperiales del centro de Londres que yo recorría. Todo ello estaba vacío de significación para mí. Sin embargo, contenían la significación del 'ahora' de aquel momento. Yo provenía en aquel momento de dos paisajes españoles absolutamente fascinantes cada cual en sí mismo: el paisaje de Santander, mi ciudad natal, que era marítimo y sombrío; y el paisaje de la Dehesilla, nuestra finca de la provincia de Palencia que era, al contrario, inclusive en invierno, soleada, deslumbrantemente clara, aunque helada. El seco frío de Castilla la Vieja en otoño e invierno. Mi etapa en Londres fue una discontinuidad forzosa porque yo acababa de llegar al lugar más nuevo que había conocido nunca. Esa discontinuidad formó parte de mi continuidad: la novedad infiltrándose en lo acostumbrado de mi vida santanderina, palentina y madrileña.

Esta discontinuidad-continuidad dio lugar a una afluencia de narraciones y de poemas y a un libro publicado por Rosa Regás en La gaya ciencia titulado 'Relatos sobre la falta de sustancia'. Cabe decir, sencillamente, que yo me sentía sobrepasado y absorbido por la monumentalidad de Londres y del idioma inglés. De todo esto me doy cuenta ahora, al mirar hacia atrás. Casi podría decir, con verdad, que llevo un tiempo mirando más hacia atrás que hacia delante, tratando de ver los signos del futuro en las señales y huellas del pasado. ¿No es natural en todos nosotros vivir sin darnos cuenta de los sucesivos 'ahoras' de nuestra vida hasta después de que han pasado cuando miramos hacia atrás? En ese momento recobran la continuidad que siempre tuvieron y, por decirlo así, nos rehacen como si dijéramos: yo fui aquel también, en la misma medida que ahora soy quien soy. Y también mirar hacia atrás es una voluntad de corregir lo que está sucediendo ahora mismo y construyendo ya el futuro inmediato. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo sintiendo que debería haber hecho o sido de otra manera en el pasado? Yo tengo con frecuencia la sensación de no haber recogido del todo bien mi cosecha de tiempo, cosa que no me es dado hacer ya salvo en el interior creciente del futuro, que va preparándose con mi muerte. Me reprocho a mí mismo ahora haber vivido entonces con una cierta inconsciencia, con una cierta impropiedad, como sin preocuparme de la santidad de los 'ahoras', de la santidad de los instantes pasados, como si hubiera vivido indolentemente extramuros.

Esta indolencia, en mi caso, fue laboriosa, me sostuve a mí mismo económicamente trabajando de 'cleaner' y escribiendo cartas. Hace muchos años que dejé de escribir cartas y diarios. Y, sin embargo, considero que mis últimos años han sido más cuidadosos y reflexivos que nunca, también los más sociables. Me reconozco mejor, con más complacencia en este futuro inmediato y quizá breve que se abre ante mí que en la ingente memoria de mí mismo que sin yo quererlo del todo se va cerrando poco a poco. Me reconozco mejor en el 'ahora' de ahora que en el 'ahora' de antes en el que no era consciente de ese 'ahora'. ¿Será que es ley de vida no darnos cuenta de eso hasta que vamos acercándonos al final?

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