¿Ha dejado de ser emocionante leer y escribir?
Cuando no estaban mis padres en casa, que era la mayoría del tiempo, fraulein Maria, las doncellas y yo mismo nos sentábamos a oír los seriales de autier-Casaseca y Luisa Alberca
¿Ha dejado de ser emocionante leer y escribir? Decía Baltasar Gracián que la rutina es la carcoma de las cosas. Leer y escribir es, sin duda, una rutina también. Una rutina de lectores y escritores. ¿Y hacer el amor no es una rutina? ¿Y los viajes? Y los veraneos en Santander, ¿qué son sino rutinas enteras? Hacer deporte es una rutina también. Y rezar es una rutina también.
¿Ha dejado de ser emocionante escribir y leer literatura? ¿Ha dejado la literatura de ser emocionante? Tengo ochenta y seis años, la misma edad que tendrán hoy algunos de mis lectores. Si hacemos memoria, hubo un tiempo en la posguerra española, en la posguerra europea, los años de nuestro bachillerato, que nos entreteníamos leyendo a Salgari, a Julio Verne, 'La isla del tesoro' de Stevenson, los tebeos de 'Roberto Alcázar y Pedrín' y 'El guerrero del antifaz'. Por esa época leí yo también, con gran regocijo, las novelas de Elena Fortún, y ahí estaba Matón Kikí, Celia, sus familias, que recordaban –a mí al menos– un poco la solemnidad de nuestras propias familias burguesas.
Leíamos también los libros de Richmal Crompton, las aventuras de Guillermo. ¿Qué edad tenía Guillermo? Yo creo que era más joven que yo en aquel momento, un poco más joven que Juan Víctor Navarro, un poco más joven que Ramón Muriedas. Eran una ensoñación de niño imposible y divertido y simpático. Justo lo que nosotros no acabábamos de ser del todo. Cuando no estaban mis padres en casa, que era la mayoría del tiempo, fraulein Maria, las doncellas y yo mismo nos sentábamos a oír los seriales de Guillermo Sautier-Casaseca y Luisa Alberca por radio. Había muy poco material audiovisual. Radio Santander era una excepción. Pero mi imaginación no se acababa de enganchar a eso. No leíamos los periódicos, ni el 'Alerta', ni El Diario Montañés, ni el 'Ya', que llegaban a nuestras casas.
No los leíamos, quiero decir, a esas edades. Yo almorzaba y cenaba solo en el comedor del Muelle 35 con uno de estos libros apoyado en el frutero mientras comía. Esto era muy gratificante, comer solo y leer solo. No fui, como quizá pueda verse en esta enumeración, un lector voraz. No fui un estudiante estudioso tampoco. Aunque me he ido volviendo, con los muchos años, bastante estudioso y bastante más lector que de joven. Yo escribía. No tan temprano como Carlos Alcaraz cuando empezó a jugar al tenis –a los cuatro años–, pero sí escribía ya a partir de los seis o siete. Y tuve mi modesto primer Grand Slam entre los trece y los catorce, cuando empecé a publicar poesías y articulitos en la revista Colegio de los Padres Escolapios de Santander.
Empecé a publicar poesías y articulitos en la revista Colegio de los Padres Escolapios de Santander
Y dirán ustedes, amables lectores, se preguntarán, en su interior, ¿a dónde irá a parar este chalao? ¿Qué se propone usted decirnos, señor Pombo? Más vale, pues, que diga de una vez lo que me propongo decir, a saber: me propongo comparar, usando mis propias obras poéticas y narrativas como ejemplo, la relación dialéctica que guardan entre sí las narraciones literarias y los poemas. Y aquí citaré un breve texto de mi primera novela publicada, el primer párrafo, y un breve poema de mi primer libro de poemas para indicar someramente las obvias diferencias iniciales. Si examinamos el primer texto, que es el primer párrafo de 'El héroe de las mansardas de Mansard' y a continuación leemos el último poema de 'Protocolos', titulado 'Registro de últimas voluntades', descubriremos que entre ambos textos hay una diferencia abismal. Descubriremos también que parecen escritos por diferentes autores.
El autor del texto en prosa, el novelista, ha empezado calmosamente a delinear un mundo muy santanderino, por cierto, y unos personajes que le durarán doscientas y pico páginas. El autor del poema parece ser un descreído, un guasón, un cínico. Observarán que el poema puede leerse de golpe y tiene pleno sentido tomándolo como una totalidad de un folio y medio. El texto narrativo requiere otras doscientas páginas más para esclarecerse. Hay una primera diferencia sosa, si ustedes quieren, entre narraciones y poemas, que suele ser el tamaño. Una novela es un relato largo, con frecuencia muy largo, que depende estilísticamente del ritmo de la prosa, mientras que el poema es un relato relativamente corto, una estampa absoluta que depende solo de sí mismo. El poema es descarado, guasón, salvaje, mientras que el texto en prosa es modesto, benevolente, invita a continuar leyendo.
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Ilustración Marc González Sala
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