Derecho y aprendizaje. A propósito de Medea
El estreno de La Machina en el FIS de la adaptación del clásico, revela la utilidad de las artes en la formación del individuo
Hace unos días se presentaba 'Medea' en el Festival Internacional de Santander. La Sala Pereda se llenaba y el público caía rendido entre aplausos y ovaciones ante una representación impecable –la de La Machina bajo la dirección de Iñaki Rikarte– de un clásico que, como tantos, refleja a la perfección dilemas propios de cualquier época. Una madre en una sala de estar contemporánea, una puesta en escena actualizada, una música extradiegética de clara evocación cinematográfica, un coro en forma y fondo de mujer que rompe la cuarta pared porque forma parte de la misma. Estos elementos, entre otros, contribuyeron a trasladar al presente una trama que, siglos después, interpela al alma como lo hacía en su origen.
Desde un punto de vista personal, regresar a la tantas veces visitada Sala Pereda me hizo recordar los años de una educación sentimental entendida en sentido amplio: fue aquella época, la del Villajunco, cuando empecé a ir a la Filmoteca, pero también al entonces recién inaugurado Palacio de Festivales. Acompañada de mi madre o de mi amiga Raquel, aprovechaba cualquier oportunidad. Tuvimos ocasión de deslumbrarnos con una Núria Espert inmensa en un monólogo impecable ('Maquillaje') o con un no menos inmenso Rafael Álvarez (El Brujo) en su papel de Lazarillo. También observamos extasiadas los excesos de la Fura del Baus, quizás en una 'Crónica de una muerte anunciada' (aunque ha llovido mucho y no sé si mi memoria me traiciona al relacionar compañía y obra). Por supuesto, éramos asimismo fieles a las representaciones de La Machina y de la Escuela de Artes Escénicas del Palacio de Festivales, donde era entusiasta alumna una muy joven miembro de la familia. Más tarde, mientras estudiaba en la Universidad, descubrí junto a varios amigos de Derecho la Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo en la Facultad de Medicina, que nos abrió los ojos a un mundo tan sugerente como poco convencional. Es notorio que un nombre es transversal en todo lo relatado, un nombre que es sinónimo de teatro y que, además, es el productor de la obra con la que iniciaba estas líneas. Desde aquí, en consecuencia, mi agradecimiento personal a Francisco Valcarce por una vida dedicada al teatro, para beneficio de toda la comunidad. El teatro y el cine son, junto a otras disciplinas artísticas como la literatura, vías complementarias a otras para entender el mundo, para posicionarse en el mismo y para relacionarse con otras personas. Constituyen, de esta forma, pilares fundamentales en la formación del espíritu y en la educación en sentido amplio. Determinadas obras literarias, teatrales o cinematográficas permiten aprehender emociones, conceptos, valores, de una manera en ocasiones más eficaz que una exposición abstracta y acrítica o sin contexto. El arte como herramienta para el aprendizaje en la educación formal y no formal es, desde hace tiempo, una realidad reconocida.
Dilemas morales o éticos
Tragedias como 'Medea', pero también 'Antígona' o tantas otras, amén de comedias como 'Lisístrata', permiten abordar dilemas morales o éticos que presentan múltiples aristas, así como cuestiones sociales o políticas sobre las que conformarse la propia opinión con argumentos sólidos y fundados. Su utilidad en la formación del individuo en todas las etapas vitales es una realidad de primer orden, pero en el ámbito del Derecho, que es el que mejor conozco como profesora y en el que me centraré ahora, los vínculos son evidentes. Así, por ejemplo, la rebelión de 'Antígona' contra la ley establecida permite reflexionar sobre el concepto de norma, sobre los distintos tipos de normas, así como sobre su aplicación, que en ocasiones no es sencilla. Por su parte, 'Medea' se adentra en las entrañas del Derecho Penal, mientras que 'Lisístrata' permite reflexionar sobre los roles de género, pero también sobre la guerra como instrumento de la política o como alternativa a la misma.
La literatura también permite aproximarse al Derecho y, en este sentido, no sorprende la creación hace algunos años de la Asociación Española de Derecho y Literatura. En sus congresos se ha debatido, por ejemplo, sobre los conceptos de poder y derecho en la obra de Franz Kafka o sobre la figura del Ministerio Fiscal en el proceso, a la luz de 'Madame Bovary', de Gustave Flaubert. Por otro lado, el Seminario de Teoría y Método del Derecho Público, que se celebra de forma semestral, dedicará su próxima edición en la Universidad de Córdoba a la literatura como método de investigación y de docencia en el Derecho Público. Ahí, la profesora de la Universidad de Cantabria Nuria Ruiz Palazuelos presentará una ponencia sobre tres aspectos distintos: el Derecho en la Literatura, el Derecho como Literatura y el Derecho de la Literatura (es decir, qué normas afectan al libro, a la lectura y a la libertad de expresión artística, materia en la que es experta la profesora Ruiz Palazuelos).
En mis clases, propongo como lectura el ensayo de la escritora Sara Mesa 'Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático'. Lo hago porque entiendo que las jóvenes mentes que se enfrentan a una materia como el Derecho Administrativo, que les resulta en general lejana y árida, comprenderán mejor de este modo los entresijos humanos de la relación entre la ciudadanía y la Administración. Y espero que lo tengan en cuenta en su futura vida profesional. La autora, por cierto, nos ha deleitado este año con una nueva obra de ficción, 'Oposición', que abunda en otros sinsentidos administrativos. He de decir, por mi experiencia, que el alumnado conecta con estos debates, que de una manera u otra entienden cercanos. Pero, sobre todo, los estudiantes dedican un tiempo valioso en la era de la hiperconectividad y la urgencia a detener su atención en la lectura y la reflexión.
En fin, cómo no citar el cine y el audiovisual en general, teniendo en cuenta su hegemonía en las vidas de quienes frecuentan hoy las aulas. La educación audiovisual es un fin en sí mismo y la Ley del Cine llama desde 2007 a integrar los productos cinematográficos y audiovisuales en el sistema educativo. En este sentido, se han emprendido diversas iniciativas en esta dirección, tanto desde el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales como desde la Academia de Cine. En la facultad he utilizado diversos materiales de este tipo en varias asignaturas y en seminarios de especialización, siempre teniendo en cuenta los derechos de sus titulares y contando en algunas ocasiones con personal técnico o creativo de las películas para dinamizar los debates. El pasado curso iniciaba mis clases de Derecho Administrativo recomendando una película entonces recién estrenada y que enlaza con uno de mis ámbitos de investigación desde hace años: el uso de la inteligencia artificial en el sector público y en la justicia. La película, 'Justicia Artificial', está protagonizada por una enorme Verónica Echegui, a quien estos días recordamos con dolor por su temprana muerte. Echegui interpreta a la jueza Carmen Costa, que se ve obligada a utilizar un sistema de inteligencia artificial para el desarrollo de sus funciones y se enfrenta a los dilemas típicos en el uso de estos dispositivos. La película acierta en el planteamiento de dichos dilemas, que tienen una dimensión ética y jurídica de un alcance no siempre de fácil comprensión.
La cultura en sentido amplio (como conjunto de costumbres o modos de vida) es parte esencial del derecho. Así, las normas se gestan en un determinado contexto y las que son válidas en un país es posible que no lo sean en otro, debido a múltiples razones, también antropológicas. Pero, además, la cultura en sentido más restringido, vinculado a la actividad artística del ser humano, es, como he venido señalando, un elemento fundamental en la formación de la persona como sujeto pensante y crítico. Por ello, conviene aprovechar todo su potencial.
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