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Retrato del primer obispo de Guatemala, Francisco de Marroquín. DM
Episodios regionales

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El siglo XVI presenció un haz de episodios absolutamente sin precedente: las destacadas aventuras de los montañeses en el continente americano y el Pacífico

Viernes, 18 de julio 2025, 07:24

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Con el precedente del tempranero papel del montañés Juan de la Cosa en el descubrimiento y primera exploración y cartografía de América, o Indias como se dijo entonces, se abrió durante todo el siglo XVI la posibilidad de una experiencia rigurosamente inédita: las aventuras y desventuras de los montañeses en las nuevas tierras y mares. Esto puede entenderse en dos sentidos. Por un lado, la continuación de la historia cántabra en significados episodios de ultramar (esto plantea la interesante pregunta metodológica de si esos hechos americanos forman parte de la historia de Cantabria también, o solo de la de América; pero nadie negará que este salto transoceánico es un enorme episodio en un relato regional). Por otro lado, la experiencia americana de los cántabros sirvió para retroalimentar el propio desarrollo endógeno de la región (diríamos, en significado todo lo amplio que se quiera, el fenómeno 'indiano', la importación en Cantabria de personas, ideas y recursos generados en los procesos coloniales).

En ambos sentidos, el proyectivo hacia América y el retroyectivo hacia Cantabria, la evolución de pueblo y territorio deja de ser inteligible sin el factor americano: ya no se puede explicar ni desde un presunto ensimismamiento local, ni desde lo español, ni tampoco desde la circunstancia europea. Esto, desde luego, ocurrió durante toda la existencia del imperio hispánico e incluso tras su desaparición a lo largo del XIX.

Hoy querría discurrir brevemente sobre esa primera experiencia proyectiva. La lista es bastante amplia, así que ahora solo tocaremos algunos temas de iglesia.

Hace tiempo que Carmen González Echegaray enumeró algunos de los nombres principales, como también había hecho una década antes Manuel Pereda de la Reguera en su libro 'Indianos de Cantabria' (Diputación Provincial, 1968). Sí, se hablaba con mucha naturalidad de 'Cantabria' en la provincia de hace sesenta años.

Los primeros obispos cántabros en el nuevo mundo, en Panamá y Guatemala, fueron objeto de las iras del padre Las Casas, aunque se caracterizaron por una actitud protectora hacia los indios

Fray Juan de Quevedo y Villegas (de la familia del que habría de ser cumbre de las letras barrocas en el siglo siguiente), natural de Vejorís en el valle de Toranzo y franciscano, fue en 1513 el primer obispo español en tierra firme (las anteriores diócesis se habían erigido para islas como La Española y Puerto Rico), en Santa María la Antigua del Darién, Panamá. Contaba entonces en torno a cincuenta y tantos años, y tenía fama de discreto consejero y de amigo del cardenal Cisneros.

Salió a recibirlo Vasco Núñez de Balboa, cuyas pendencias con Pedro Arias amargarían la vida del prelado, para quien la conversión de los indios era incompatible con esclavizarlos y exterminarlos (en esto coincidía con fray Bartolomé de las Casas), aunque aceptaba como mal menor las 'encomiendas' para gestionar a los indígenas mientras mejoraban su condición. En 1519 regresó a España para explicar a Carlos I las vejaciones a los indios y las querellas entre conquistadores. Quevedo y Las Casas discutieron fuertemente ante el emperador en Molins de Rey, Barcelona, y a los pocos días el cántabro falleció.

De raíces también torancesas o de Guriezo (hay duda sobre ello) fue el primer obispo de Guatemala, Francisco de Marroquín, consagrado en México en 1537. Ejercía su labor pastoral entre los indios recorriendo los campos y aconsejándolos en materias agrarias y de vivienda.

Las Casas, que era obispo en Chiapas y le cogió territorio al bueno de Marroquín, llegó a levantar acusación contra él, denunciando en cartas al rey que era 'de linaje sospechoso', es decir, moro, por la aparente evocación del apellido. Lo cual era serio dado que los montañeses se consideraban entonces mayoritariamente hidalgos.

Marroquín escribió catecismos comprensibles en los idiomas de los indígenas, creó un hospital al que legó su herencia y fundó un colegio antecesor de la posterior Universidad de San Carlos. Un auténtico estadista colonial.

Otro eclesiástico descollante en América durante la etapa inicial fue Diego González de Lamadrid, lebaniego de Potes, designado arzobispo de Lima, cargo muy relevante, tras haber sido obispo en Badajoz. Y Fernando del Palacio, de Limpias, llegó a arcediano de la catedral de Charcas (actual Sucre, Bolivia): su sepulcro con figura yacente de alabastro se halla en la iglesia parroquial limpiense de San Pedro Apóstol.

Pero acaso nada es, literariamente, comparable a la traslación de un milagro de Santiurde de Toranzo a Guayaquil. Pues Toribio de Castro y Grijuela, infortunadamente nacido sin mano derecha, la vio crecida y formada de súbito a sus cinco años por intercesión de la Virgen del Soto de Iruz (sobre los genes cuya expresión desarrolla las extremidades, diríamos en lenguaje actual), en premio a su caridad con un mendigo.

Así lo apodaron 'Manosanta' o 'El de la Mano Santa'. Toribio padre era conquistador de Perú y, tras la guerra civil que los realistas ganaron a los pizarristas, fue cofundador de Santiago de Guayaquil, hoy en Ecuador. Allí llevó a su hijo veinteañero, que llegó a ser el vecino más rico de la ciudad, además de regidor fundamental para muelles, hospitales y otros equipamientos. Construyó una capilla dedicada a Nuestra Señora del Soto y hasta hoy ha durado la devoción, aunque no la capilla originaria.

La leyenda dice que aquella mano suya era negra, se ponía incandescente y podía lanzar rayos y centellas, como en su combate contra el temible pirata inglés Cavendish, según refiere el vizconde de Ayala.

Se comprende que los guayaquileños admirasen con devoción aquel lienzo de la Virgen cántabra, a cuyos pies una joven y un niño manco imploraban arrodillados. Ya milagro parecerá, de los económicos, que un mozo de la orilla este del Pas se hiciera millonario en la orilla este del 'Pasífico' en el siglo XVI. Fueron destinos aún más insospechados de lo que suelen ser de suyo.

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