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José Carlos Llop, autor de diarios, relatos y ensayos, continúa edificando una trayectoria singular, moviéndose entre géneros. DM

Dioses íntimos, memoria mediterránea, escritura con luz

Es uno de esos libros-asidero, tan personales que parece de todos. Verano y paisaje, un lugar en el mundo despojado de modas. Llop comparte su cuaderno elegante, sensual y poético

Guillermo Balbona

Santander

Viernes, 30 de agosto 2024, 07:53

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La mirada que muta en escritura con luz. La atmósfera que mece al lector. La memoria íntima compartida. Un trayecto de verano que es travesía de literatura e historia, de civilización y humanismo. Como friso una cita reveladora de Lawrence Durrell para navegantes despistados: «Había salido de la desnudez y el fulgor del cegador Egeo y había llegado hasta la exuberancia veneciana del siglo XVII. Se había alejado del mundo de las formas platónicas para entrar en el de la decoración». Y un preludio que es invitación, desembarco, flujo y fluido: «Un pequeño puerto de pescadores en una isla del Mediterráneo. Costa montañosa y escarpada, salvaje. Un malecón, una rada y un varadero, todo de dimensiones discretas, fundidas en el paisaje. En lo alto tres o cuatro laúdes de pesca y más arriba, frente al mar, varias casas en pendiente. Los días de calma es la imagen de un paraíso escondido; los días de tormenta, la furia de la naturaleza». José Carlos Llop (Palma, 1956), autor de 'El mensajero de Argel', continúa edificando, desde la periferia, desde un cobijo perseguido, desde un exilio interior, a salvo de mercados inundados de ego, una escritura desde fuera que es dentro, que construye una mirada sobre el mundo. En este caso, con guiño incluido a Italo Calvino, 'Si una mañana de verano', un viajero' (Alfaguara) constituye una cartografía desde su Mallorca natal para compartir una inmersión en un paisaje, para evocar y trazar itinerarios de treinta y tres veranos de su vida en una casa junto al mar. No hay pose ni artificio, ni voluntad de catalogación cultista. Llop, autor de 'En la ciudad sumergida', muestra una vocación de clandestinidad sutil, de refugio, de escritura a la intemperie, sin corsés ni etiquetas. A través de un resquicio, entre sus diarios, ensayos literarios, asoma este libro que parecía custodiado por su propia trayectoria a la espera de saber el instante adecuado para asomarse al mundo. Y luego está ese desprendimiento elegante, sin nostalgia ni subrayados, levemente hondo y habitado por los recuerdos. El autor de 'Oriente' narra, construye en realidad una abstracción mediterránea que es lírica y paisaje rescatado. También pulsión entre pérdida y consuelo. Como en casi toda su obra, un intercambio de espacios y tiempos, de sueños, geografías, relatos y mitos.

Si una mañana de verano, un viajero

Si una mañana de verano, un viajero
  • Autor: José Carlos Llop.

  • Editorial: Alfaguara.

  • Páginas: 120.

  • Precio: 17 euros.

De la filosofía de su escritura y de esta obra en concreto, hay un fragmento lúcido: «Nada puede escribirse en el momento que sucede, sólo el amor. Incluso el canto del gallo es mejor recordarlo –o recordar lo que estábamos haciendo cuando él le puso música– que en el momento que canta, salvo que es entonces cuando fija en la memoria lo que hacemos, subrayándolo». Una obra introducida por esa declaración de principios citada, estructurada en capítulos breves y cerrada por tres poemas, uno propio y dos ajenos. Familia, tiempo, creación. Entre decenas de referencias, escribe el propio narrador: «Solo la luz y el mar; este es el espíritu de estas páginas»; «mi literatura siempre ha surgido de la vida vivida». Cabe lo culto y lo naturalista, los nombres por los que confiesa devoción y la crónica sembrada de autores.

«Al regresar, la visión de Sa Punta de s'Àguila adentrándose en el mar me regalaba algo parecido a la plenitud. Ya no necesitaba más combustible hasta el día siguiente. Solo el mar: a mediodía y al atardecer. El mar de todos los veranos de mi vida adulta». Lo sensorial aparece adosado a las reflexiones de la meditación, Pero todo cuaja, la memoria y la naturaleza, el mundo antiguo que regresa como intacto.

Y en esa levitación de un universo propio, Llop describe la pertenencia a un estado en el tiempo: «En Mallorca existe una pulsión elegíaca que recorre nuestra cultura y manera de ser. Esa pulsión tiene mucho que ver con la mediterraneidad y se manifiesta de dos formas. O de una sola, con dos caras: no hablar de lo que hacemos (no claramente, al menos) y no hablar del presente (excepto si nos referimos al tiempo atmosférico) y sí, en cambio, hacerlo del pasado, de lo que hicimos, fuimos o tuvimos, o hicieron, fueron o tuvieron nuestros antepasados: esto nos configura y circunscribe en el tiempo y así podemos calcular su peso en nuestras vidas. Un peso que arranca de atrás y atrás se queda, aunque lo celebremos ahora, porque el tiempo en el Mediterráneo, ya dije, es elegíaco».

Calma y tormenta. Un bucle de casas y cosas físicas, de insularidad y miradas a través de una escritura, como noray, amarrada al mar, a la vida.

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