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Una de las piezas de la exposición que se clausura este domingo. Centro Niemeyer
Eduardo Arroyo contra la historia
Arte

Eduardo Arroyo contra la historia

Bajo el título 'Una biografía pintada', el Centro Niemeyer de Avilés muestra una gran retrospectiva sobre la obra del artista madrileño

Viernes, 2 de mayo 2025, 07:16

Eduardo Arroyo contra la historia'; así tituló su tesis doctoral la historiadora del arte Carmen Escardó, una idea que parece inspirar 'Una biografía pintada', la gran retrospectiva sobre la obra del artista gráfico que esta primavera ha expuesto el Centro Niemeyer de Avilés, y que todavía los más rezagados podrán disfrutar este puente de mayo, porque no se retira hasta el día 4.

El pintor madrileño necesita ya de pocas presentaciones, aunque la mejor la ofrece el personal de la sala nada más acceder: «Todo el recorrido es de derecha a izquierda, excepto en el primer tramo, en el que hay que desviarse más a la derecha, para ver la obra por la que le condenaron al exilio». Y es que, efectivamente, el paseo por la trayectoria de Arroyo va de la derecha –la de su origen familiar, hijo de un farmacéutico de inclinaciones falangistas pero también dramaturgo y hombre culto y tolerante; o la de España en la que le tocó crecer y de la que escaparía en los años cincuenta– hacia la izquierda, empezando por el Liceo Francés, donde recibe una educación laica y liberal, y siguiendo por su juventud en el Mayo francés, donde su estilo tan reconocible llegaría a ser identificado como el propio de la protesta estudiantil, para terminar en el desencanto, el destino final de toda la intelectualidad comprometida a medida que avanzaba el siglo y la utopía derivaba en 'socialismo real', triste y deprimente, cuando no moralmente reprobable.

Además, ese trayecto 'antihorario' transcurre a la inversa de las agujas del reloj, lo que quiere decir que Arroyo avanza por el siglo XX, pero también lo hace contra el tiempo. Porque a medida que su época se va tiñendo de decepción y escarnio, el artista recoge esa realidad desangelada y violenta para dialogar con ella desde la memoria, la reflexión y la dignidad. De lo figurativo a lo simbólico, de la intervención al arte pop, Eduardo Arroyo no se limita a ser un espectador de su tiempo, ni siquiera un notario del desastre, sino que expone, o pone en primer plano, los acontecimientos del momento para plantear un debate o promover una reflexión.

Figura clave del arte contemporáneo español, este creador profundiza en lo social y lo humano

En constante diálogo con la tradición literaria y el pensamiento contemporáneo, su obra invita más que pontifica, huyendo de lo político para profundizar en lo social y en lo radicalmente humano. Aunque sea a través de unas moscas metálicas, porque «España es el paraíso de las moscas. Es un emblema muy español como las vanitas con calavera, otra figura que también está en la médula española. Ambos objetos los sigo utilizando porque siempre me ha atraído todo lo que envuelven», explica en un panel colonizado por estos insectos, en mitad de la 'plaza' de la cúpula diseñada por Niemeyer.

Y es que no podría haber mejor recinto para albergar esta muestra, con sus muros curvos y sus paredes inclinadas, en las que la comisaria Marisa Oropesa ha dispuesto más de sesenta piezas del artista, ordenadas de forma cronológica y que permiten avanzar tanto por el pensamiento pictórico como por el cursus vitae de Arroyo.

Empezando por la serie monumental de 'Los cuatro dictadores' –Franco, Salazar, Mussolini y Hitler, en gran formato y de descarnada estética vanguardista–, con la que se enfrentó al régimen en 1963 y le costó la pérdida del pasaporte y la imposibilidad de regresar a España hasta la Transición.

Claro que, por entonces, Arroyo ya había decidido ser pintor y no periodista, aunque nunca abandonaría sus otras pasiones, como la literatura, la música o la afición por el boxeo. Sin embargo, su estilo inicial, de evocación casi californiana, se iría depurando entre la influencia de Duchamp y Ernst, como muestran las muchas 'reescrituras' a partir de cuadros y elementos convencionales, como son sus bustos, la trasposición del jazz al lenguaje de la madera; o incluso 'ready-mades' como 'Harry Cot', un espectacular plato de morcilla con alubias, muy apropiado para esta ubicación asturiana, aunque las fabes sean de mármol.

Obsesiones creativas

De la 'figuración narrativa' a la reflexión metapictórica, la muestra permite conocer las particulares obsesiones creativas de Arroyo, que pasa de deconstruir la identidad nacional española en su primera época a entrar en los debates artísticos del siglo XX, como la discusión entre forma y contenido, la desacralización del arte y el artista o los procesos semiológicos del simbolismo. Destruye y adora a partes iguales a Miró o Dalí, profundiza en la libertad creadora y la independencia del artista, a través de la metáfora de Robinson Crusoe, o eclosiona con fusiones imposibles con sus pintores-boxeadores o pintores-toreros.

Alegorías que van mucho más allá del guiño culto y cómplice, e invitan a mirar la realidad de otra manera, con un espíritu crítico al que el artista nunca renunció, pero que supo matizar a través de la ironía y un humor soterrado de altísimo voltaje.

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