Borrar
¡Españoles, Franco, ha muerto!
Plazuela de Pombo

¡Españoles, Franco, ha muerto!

En 1978 volví a España y mi impresión fue que se habían desatado los nudos que Franco dejó atados

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 17 de octubre 2025, 07:24

Comenta

En la esquina de Cartagena con la Avenida de América esperaba Miguel Ángel Laguna el autobús que había de llevarle al Ala 12 de Torrejón de Ardoz. Se encontraba allí porque tenía un pase de pernocta que le permitía dormir en su casa. Mientras esperaban al autobús, un chico de la calle le enseñó la portada del 'ABC' con el titular: Franco ha muerto.

–Ya era hora –comentó Miguel.

Y viendo que el chaval fruncía el ceño, añadió:

–Pobrecillo Franco, que lleva meses entubado en una cama de hospital.

Por mi parte recuerdo la cara cariacontecida de Arias Navarro declarando justo eso: Franco ha muerto. Yo era entonces telefonista en la sucursal del Banco Urquijo en la City de Londres. Los teléfonos estaban en una alcoba en el sótano del banco y recuerdo haberme aflojado la corbata y suspendido por un momento el trabajo de colgar y descolgar los teléfonos. Eso fue el 20 de noviembre de 1975. A finales del 78 volví a España. Francisco Franco, como declaró él mismo, lo había dejado todo atado y bien atado. Pero mi impresión cuando llegué a Madrid con un empleo de traductor del Banco Hispano Americano –gracias a un enchufe de don Juan Benet– fue que se habían desatado los nudos más de lo que parecía desde lejos. Me pareció que todo el mundo iba vestido a la diabla. En la oficina había una mezcla piratesca de gente con jersey y pantalones vaqueros y empleados descorbatados. Yo mismo empecé yendo de punta en blanco hasta que al cabo de un semestre comprendí que mi posición en la sección de traducciones, contigua a compensación interbancaria, estaba más a juego con un jersey y un pantalón vaquero. Hice unos cuantos amigos en el banco. Almorzábamos pidiendo vino como para una boda, que era la expresión de Paco Aldaz.

A la vuelta de Londres encontré a los españoles mal vestidos y a España descorchada. Descorchada significa que los españoles habíamos apurado en aquellos años más Licor 43 de la cuenta. Era inevitable comparar mi nueva España con mi vieja Inglaterra. Después de doce años en Londres tenía derecho de llamarla así. Y la frase que se me venía a la cabeza era, justo en inglés, una traducción de la escuela pitagórica que dice: «be not possessed by irrepressible mirth» –que no te posea una alegría irreprimible–. Franco, que a su manera había hecho muchísimas cosas –algunas muy bien–, lo había dejado al final, al morir, todo sin hacer, como todos dejamos sin hacer nuestras vidas a la muerte. Y España en aquel momento tenía el aspecto alegre de un proyecto en marcha, de una casa que se empieza a construir desde los cimientos. Todos cantábamos a voces o en silencio: 'libertad, libertad, sin ira, libertad'. Era una canción que animaba a estar prudentemente alegres porque habíamos soltado amarras. Que no te posea una alegría irreprimible porque seguía estando presente entre nosotros, presente con presente con nosotros, la cotidianidad heredada, el franquismo, con sus confusos partidarios y con sus confusos aborrecedores. Y teníamos como comunidad nacional que alcanzar un punto intermedio que nos permitiera hacer lo más aburrido de todo: vivir la vida cotidiana.

¿No era mejor tener a Franco en El Pardo envejeciendo y muriendo y sosteniendo mal que bien la Patria hispánica que no tenerle ya de ningún modo de tal suerte que, sin echarle de menos, echábamos de menos la forzada seguridad confortable en que habíamos vivido? Echábamos de menos la presunta tiranía del tirano. Por eso, frente a la uniformidad militar, ahora teníamos la profusión de los pantalones vaqueros y los jerséis y el tuteo. Ahora teníamos la disconformidad absoluta y no parábamos de quejarnos. Me encontré con una España picajosa. Ahora hablaban todos y era un guirigay. Antes no hablábamos ninguno y era un cementerio. Parecíamos niños que de repente se encuentran sin las exigencias de los padres. Ahora podía uno comer con los dedos y tutear a María Santísima. Estaba siendo una Transición pacífica pero también estaba siendo una Transición subterránea. La ley y el orden se estaban reconstituyendo por abajo. Por fortuna no nos habíamos vuelto locos y conservábamos al buen Sancho Panza español para tranquilizar los ánimos.

Miguel Ángel Laguna tenía en aquel momento 19 años y todavía no conocía a Mari Carmen, su mujer, que tenía 22. Nadie decía nada. Nadie sabía qué había que decir y nadie se atrevía a decir nada. Son la generación que nació en la Dictadura, que vivió con miedo y esperanza la Transición y que sacó adelante su vida en Democracia, su casa y a su hijo Iñaki, con el que escribo esta Plazuela de Pombo. Recordar esta circunstancia me llena a mí de alegría esta tarde.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes ¡Españoles, Franco, ha muerto!