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La primera de las «maratonianas» interpretaciones íntegras de la pieza fue organizada por John Cage y Lewis Lloyd, en 1963 en Nueva York. DM
Música

La espuma y el agua

Una performance de la Fundación Gerardo Diego conmemorará el próximo día 1 de julio el centenario de Erik Satie tocando su 'Vexations'

Viernes, 20 de junio 2025, 07:19

El deslumbramiento de Erik Satie (1866-1925) por Suzanne Valadon (1865-1938), modelo de Degas, Toulouse-Lautrec y Renoir entre otros, excelente pintora ella misma y madre de Maurice Utrillo (1883-1955), otra gran figura de la pintura del siglo XX, fue a tal punto apasionado que le propuso matrimonio tras su primera noche juntos. Que sepamos, Valadon es el único amor en la vida del músico, quien describiría el resto de sus lances como «nada aparte de una fría soledad que llenaba la cabeza de vacío y el corazón de pena». Pero la relación apenas duró seis meses y la ruptura indeseada causó honda conmoción en el compositor. En una carta a su hermano, del 28 de junio de 1893, confiesa: «Estoy teniendo gran dificultad para recobrar la posesión de mí mismo, amando a esta pequeña tanto como la he amado. Ha sido capaz de tocar todo en mí».

Es en ese momento de tristeza y despecho cuando Satie escribe 'Vexations' (significativo título 'Vejaciones'). La pieza apenas ocupa una hoja. Una hoja que enseguida el compositor dejará abandonada en un cajón y que no será rescatada hasta su muerte, formando parte de una herencia alucinada y estrambótica. Porque en los escasos quince metros cuadrados de aquella habitación al fondo de un pasillo, sin agua ni luz eléctrica, en Arcueil, al sur de París, en la que Satie vivió los últimos veintisiete años de su vida y a la que nadie fue invitado durante todo ese tiempo, sus amigos Darius Milhaud, Jean Cocteau y otros encontraron al levantar la casa cosas tan sorprendentes como dos pianos uno sobre el otro (el de debajo sin cuerdas), infinidad de recibos cuidadosamente archivados (casi todos de cantidades ínfimas), numerosas cartas sin enviar (dirigidas a personas reales y también imaginarias), un centenar de paraguas (todos inservibles), cuadernos con frases crípticas, delirantes dibujos geométricos, caricaturas, esbozos de estructuras musicales (imposibles o absurdas) y, lo más interesante para nosotros, un centenar de obras inéditas del músico, entre ellas esta 'Vexations' con su hoy ya legendaria indicación: «Pour se jouer 840 fois de suite ce motif, il será bon de se préparer au préalable, et dans le plus grand silence, par des immobilités sérieuses» («Para tocar este motivo 840 veces seguidas, será bueno prepararse de antemano, y en el mayor de los silencios, por medio de serias inmovilidades»).

Es llamativa en 'Vexations' la interferencia que se produce entre una forma tan en extremo repetitiva y un material rítmico y armónico que hace de esta una música difícilmente memorizable. No es 'Vexations' una pieza precisamente silbable. Por muchas repeticiones que se oigan de ella, siempre se las arregla para quedar en nuestra memoria como una impresión vaga, espuma sobre agua, un fantasmagórico dibujo cuyos detalles se fueran borrando tan pronto se trazan.

Los detalles

La pieza se construye sobre un bajo ostinato (es en esto una 'passacaglia') de dieciocho sonidos. Ese bajo se repite cuatro veces, dos tal cual y otras dos con una escueta armonización superpuesta. Nótese por este detalle que asistimos, en realidad, no a 840 sino a 3360 repeticiones de un mismo diseño musical. Para dicho bajo Satie utiliza once notas del total de doce que integran la escala cromática (todas las notas de que consta nuestra música occidental, es decir, el recorrido desde un do hasta el siguiente en cualquier piano). Este hecho, sumado a que al escuchar la obra es difícil para nuestro oído sentir un centro tonal (una tonalidad definida: do mayor, sol menor, etcétera), hacen pensar en una suerte de dodecafonismo primitivo, un rudimentario adelanto de la técnica que inventaría y sistematizaría Arnold Schönberg (1874-1951) tres décadas más tarde, en 1923.

En la partitura, de tan solo 152 notas, Satie estampó una indicación intrigante: «Para tocar 840 veces seguidas…»

Otro detalle que llama la atención en la pieza de Satie es que el autor se decanta de manera recurrente (y sin duda deliberada) por las opciones de escritura más complicadas de aquellas entre las que puede elegir en cada momento. Esto da lugar a intervalos poco habituales (segunda doble aumentada, tercera aumentada…), a una profusión de sonidos enarmónicos en apariencia gratuitos (por ejemplo, cuando pareciera más práctico y natural escribir un re, Satie prefiere anotar mi doble bemol. Ambas cosas suenan exactamente igual pero la segunda dificulta la lectura y, por tanto, la ejecución) y a giros melódicos que tienden a confundir a quien toca (por ejemplo, en el giro si–sibb–la#, el golpe de vista hace pensar que la nota intermedia queda por encima de la última, cuando en realidad suena medio tono más baja, algo así como que en el plano alzado de un edificio una tercera planta estuviera de algún modo por debajo de la segunda).

Digamos, por resumir, que en 'Vexations' todo parece haber sido ideado para obtener oscuridad. En la lectura y también a la escucha. Porque estamos ante una pieza que en sí misma no implica gran dificultad pero que debido a elecciones algo extemporáneas como las mencionadas y a esa, se diría, infinita reiteración, exige una notable concentración que no evitará al intérprete, sin embargo, la sensación de no pisar del todo suelo firme en ningún momento, dejándolo incómodamente expuesto a cometer errores inesperados, casi como si se enfrentase a una pieza ligeramente cambiante con cada repetición o, incluso, a un agónico empezar de cero con cada vuelta que lo convierte en un pequeño Sísifo musical.

Mensaje cifrado

Pero esa eventual gratuidad, y esto es lo verdaderamente relevante, es engañosa. Porque 'Vexations', gracias en buena medida a esos recursos sólo en apariencia extravagantes, es una música que nos envuelve en una espiral y consigue transmitir un algo de misterio, de doctrina secreta y mágica, de fórmula alquímica. Un mensaje cifrado. Porque el objetivo ciertamente visionario de Satie (y lo que a buen seguro más atrajo de esta pieza a John Cage cuando se decidió a estrenarla en 1963 en Nueva York) parece ser la exploración de un profundo extrañamiento que nos lleve a una honda espiritualidad. Hablamos en alguna medida de rito iniciático, mántrico; de contemplación, de zen. La búsqueda de la trascendencia a través de lo repetitivo; algo eternamente circular que nos convierte en una suerte de derviches giróvagos sin movernos de nuestro asiento… Y para rizar el rizo – como por otra parte siempre en este compositor–, todo con un toque cínico, burlón, sarcástico. Siempre el humor... ¿Quizás Satie, mientras festeja su centenario con unos vasos de absenta, se estará riendo de todos nosotros por tomar tan en serio una simplemente traviesa indicación suya de repetir esta peculiar pequeña música 840 veces sin descanso? Podremos intentar desentrañarlo muy pronto, amigas, amigos. Más de medio centenar de pianistas de todo tipo y edad colaborarán de manera entusiasta tocando para nosotros sin interrupción desde la tarde en que se cumplen esos cien años de la muerte del músico hasta el medio día del día siguiente. Merecerá la pena pasar por la Fundación Gerardo Diego en algún momento de estas veinte sorprendentes, locas, fascinantes, absurdas, inspiradoras, divertidas, hipnóticas horas.

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