FIS: Escenario errante, entre La Porticada y Gamazo
Es una historia urbana y arquitectónica de Santander oculta, casi inédita. Entre el escenario de la Porticada y la construcción del Palacio de Festivales, el Ayuntamiento convocó un concurso para diseñar un Teatro al Aire Libre como sede estable del FIS. Al concurso se presentaron catorce proyectos y, tras ellos, hubo veinte arquitectos.
Falta tan solo un año para una significada efeméride del Festival Internacional de Santander (FIS): será cuando en 2026 celebre su edición número setenta y cinco. Los previsibles fastos que adornarán el próximo verano en el FIS, sin embargo, no han de significar que su septuagésimo cuarto año tenga que pasar sin el realce que, más allá de su programación, pueda proporcionarle alguna otra cuestión destacable sobre él. Y en este 2025 hay argumento suficiente para proponer el siguiente relato sobre el Festival y uno de sus «no-escenarios».
No se trata de contar la historia del FIS pero sí de apuntar una curiosidad arquitectónica que debe ser rescatada tanto por su trascendencia cultural como por tratarse de la historia misma de la ciudad: de cómo Santander pudo haber sido y de cómo no es. La historia de las ciudades y su patrimonio arquitectónico (incluso el que no fue construido) siempre deben formar parte de la información que la ciudad disponga sobre sí misma y a la que, además, cualquier habitante o visitante deberá poder acceder para enriquecer así su visión y su conocimiento, en este caso, de Santander.
Es sabido que todo empezó por una actividad de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y su necesidad de un espacio donde mostrar sus actividades culturales (teatro, música, danza…). Era 1952 y el lugar elegido entonces fue la plaza Porticada, construida tras el incendio santanderino ocurrido en la noche del 15 al 16 de febrero de 1941.
La primera idea sobre la nueva construcción de la ciudad (y también de ese gran y característico espacio urbano) fue liderada por el arquitecto Pedro Muguruza (Director General de Arquitectura desde 1939) y dibujada por otros arquitectos como Luis Moya, Francisco de Asís Cabrero o el mismo Miguel Fissac (los dos últimos todavía estudiantes del último curso de carrera), y pretendió ubicar la nueva casa consistorial en el centro del edificio norte de la plaza Porticada. Finalmente, el ayuntamiento no lo encontró adecuado y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Santander acabó adquieriendo los solares para erigir su sede en la capital. El resto fueron otros edificios oficiales de uso administrativo, comenzando por el ya preexistente edificio de Aduanas (ahora Delegación de Hacienda) y continuando por los del Gobierno Civil (ahora Delegación de Gobierno) y del Gobierno Militar (ahora Delegación de Defensa).
Varios arquitectos fueron los autores de los proyectos que desarrollaron esa plaza Porticada. Entre ellos estuvieron Javier González de Riancho, Rafael Huidobro o Valentín Lavín del Noval. La plaza dispuso de soportales en su planta baja, al estilo de las plazas castellanas, pero con un rasgo distintivo y diferenciador respecto a estas: sus bajos no tenían ningún uso comercial, por lo que quedaban total y doblemente (por estar elevados sobre el nivel de la plaza) alejados de la vida urbana en ese espacio público, restándole posibilidades en cuanto a su capacidad como aglutinador y motor de la vida de la ciudad.
En el centro del espacio (donde el tráfico de vehículos era distintivo) se había instalado en 1946 una estatua, reclamada en 1864 por el escritor cántabro José María de Pereda, que ya había estado ubicada en diversos lugares de la ciudad. La estatua (de 1880) era la de Pedro Velarde y Santillán, héroe del levantamiento del 2 de mayo de 1808, que daba nombre oficial a la plaza. La propia estatua dificultó durante un par de años la mejor instalación de los toldos y gradas que marcaron la imagen de los inicios del Festival en su elegida sede urbana. De hecho, la estatua de Pedro Velarde, continuando su ajetreada vida nómada por la ciudad, estuvo tan solo dos años y luego fue retirada a otro emplazamiento cercano.
Fue el primer espacio urbano que el FIS convirtió en «edificio» (y en su sede de actividades), siendo Javier González de Riancho y Manuel Calatayud los dos arquitectos que proyectaron la estructura textil que lo cubriría durante las actuaciones. Su trabajó fue publicado en el número 145 de la «Revista Nacional de Arquitectura», en enero de 1954.
La cobertura del espacio contaba con largas lonas tensadas sobre cables y alternando dos colores en dieciséis fajas paralelas de 30 metros de largo por 3,6 metros de ancho que cubrían los dos mil metros cuadrados de superficie aproximada que se destinaba a los eventos, tanto en su función de escenario como en la de «platea» y graderíos requeridos. El anclaje fue sobre la fachada del edificio de la Caja de Ahorros y la cubierta tenía una pendiente del treinta por ciento hacia el centro de la plaza. «La maniobra de recogida de los toldos -explicó el propio Riancho- se realiza por cuatro hombres en cinco minutos, durando algunos minutos más el tendido o despliegue».
La capacidad estimada del espacio reservado al público era de tres mil quinientos espectadores que, en ocasiones, mezclaban la música o el canto que escuchaban atentamente desde sus asientos con el sonido ocasional de algún motor o sirena que ponían un contrapunto de ambiente urbano a tan serios acontecimientos musicales.
Los artistas solían dudar de las condiciones de un espacio tan precario y efímero, habilitado con unos días de antelación a las actuaciones y con unas condiciones ambientales realmente impredecibles (aunque la cuenta de los días de lluvia de toda su historia parece ser que fue muy escasa). En todo caso, la humedad siempre estuvo en rangos elevados, como buena ciudad costera que acumula en verano muy habitualmente la temperatura mínima de entre las máximas de cada día. Sin embargo, las dudas y quejas previas de los artistas quedaron siempre acalladas tras las actuaciones, pues siempre resultaron muy favorablemente impresionados.
Aunque el FIS puso a Santander con su «Porticada» en el mapa mundial de la música y la danza de ese momento inicial (1952), sin embargo, la habilitación de un espacio urbano tan precario y efímero, solo «construido» durante el período de las actuaciones, siempre se consideró menos «seria» acaso que el realce que el propio FIS estaba alcanzando. Por ello, no se tardó demasiado en percibir la necesidad de un nuevo lugar para las representaciones. El ayuntamiento de Santander había decidido disponer de un teatro permanente por acuerdo de 22 de noviembre de 1955 y, en el BOE de 28 de septiembre de 1957, se convocó ya un concurso de ideas «entre arquitectos españoles» para la construcción de un «TEATRO al AIRE LIBRE» que sustituyera al «que se viene montando desde hace varios años en la plaza de Velarde para los Festivales Internacionales de Verano». El 6 de octubre de 1957 se anunciaba el concurso en un períodico de tirada nacional, concretamente en la página 16 de «La Vanguardia Española».
Se trataría de una instalación más estable y fija que no requiriera los plazos que implicaban el montaje y el desmontaje del sistema de toldos (un mes y medio en ambos casos) de la «Porticada». Al concurso convocado se presentaron catorce proyectos y detrás de ellos hubo hasta veinte arquitectos. Algunos de ellos de entre los más destacados del momento, como Francisco de Asís Cabrero, Francisco Javier Sáenz de Oíza o Ramón Vázquez Molezún.
El presidente del Jurado fue el también arquitecto Rafael de la Hoz, que había sido propuesto como miembro del mismo por elección de los concursantes. Se preseleccionaron cuatro equipos de entre los concurrentes, pero ni del cuarto, con los arquitectos Julio Bravo y Alejandro López Asiaín, ni del segundo, del propio Sáenz de Oíza junto a Manuel Sierra, parece haber quedado ninguna documentación que pueda consultarse.
El tercer premio, del que sí hay alguna documentación archivada, fue para el arquitecto Ricardo Pérez Fernández. El Jurado, en su primer Acta (emitida el 18 de enero de 1958), valoró pormenorizadamente las cuatro propuestas, y de esta se destacó su búsqueda de diafanidad evitando en todo lo posible las presencia masiva de muros que creasen opacidad en el espacio de la plaza así como la implantación de una gran cubierta ligera. Pantallas de hormigón en colores vivos configuraban el fondo de la escena, situada en uno de los extremos longitudinales de la plaza. En el contrario, su vestíbulo de acceso con las dependenicas auxiliares contraponía una distribución libre y mucho más abierta, a modo de inmersión hacia el interior del edificio del espacio público de la plaza, frente a la mayor geometrización del espacio del teatro en sí mismo, tanto del graderío como del escenario.
El Jurado destacó, además de las cuatro propuestas preseleccionadas y luego más desarrolladas, otras dos de interés. La de Francisco de Asís Cabrero por «sus valores arquitectónicos y estructurales» y la de Ramón Vázquez Molezún, que fue valorada como «la mejor solución urbanística con respecto al arbolado existente y carácter de la plaza».
La propuesta de Asís Cabrero se basó en la geometría generada por una potente estructura que, con una triangulación casi sin fin, habría enlazado las «cuadernas» que hubieran configurado el graderío y que, de forma seriamente atrevida, habría estado pintada de color rojo.
Asís Cabrero definía la arquitectura como «una de las artes plásticas, pero un arte que tiene una particularidad: su propósito de buscar eminentemente la belleza de un útil». En este proyecto, recién llegado de un viaje por USA donde había conocido a Frank Lloyd Wright y su obra de «Taliesin West», investiga en la potencia del propio material (hierro en un perfil con sección única más allá de las necesiddaes estructurales específicas) para definir un proyecto de forma completa y característica, enfrentando la más sencilla estructura del escenario, que busca la inexistencia de apoyos, con la opuesta y compleja (aunque iterativa) estructura enlazada del graderío. Entre las dos se extenderían toldos que remedarían quizá la imagen anterior de la «Porticada».
Su proyecto planteaba la temporalidad del uso y permitía que, fuera de la temporada estival del FIS, el espacio central pudiera reconducirse a su uso como plaza para patinar mientras que escenario y graderío admitirían ser bolera uno y tiendas el otro.
Por su parte, la propuesta de Vázquez Molezún, además de esa valoración que se le hizo como la «mejor solución urbanística», probablemente fuera la que tuvo la formalización más geométrica, clara y ordenada, como puede apreciarse en una planta perfectamente ortodoxa que, tras diferentes croquis, llegó a la limpia conclusión de ubicar el escenario en el centro del espacio, con sendos graderíos, aseos y accesos, situados al este y al oeste, desarrollando así plenamente el eje longitudinal del espacio donde se asentaba.
En estas fechas, junto a José Antonio Corrales, ya habían proyectado y construido ambos el pabellón español de la Exposición Universal de Bruselas de 1958, conocido como el «pabellón de los Hexágonos», una pieza de arquitectura en la que, con un único elemento repetido con maestría, habían conseguido generar un proyecto y una imagen aclamada por la crítica de arquitectura.
El proyecto ganador del «TEATRO al AIRE LIBRE» fue el del arquitecto canario Luis Cabrera Sánchez-Real junto a otros dos arquitectos colaboradores recién egresados de la escuela de arquitectura y que cumplían su servicio militar obligatorio (su «mili») en Canarias, Salvador Fábregas Gil y Joaquín García Sanz. Su arriesgado proyecto respondió perfectamente a la geometría longitudinal del lugar, aunque con singularidades muy notables respecto al resto de las propuestas a concurso.
La orientación del teatro siguió no el eje longitudinal de la plaza (como la mayoría) sino su eje transversal, con el escenario en el centro del lado más largo, y ordenó el graderío con gran solvencia para aprovechar la potente preponderancia de la dimensión alargada del espacio de la plaza (aproximadamente 133 por 40 metros, o sea, una proporción de 10:3).
La propuesta de Luis Cabrera entendió perfectamente la idoneidad de que la cubierta fuera una sofisticada malla espacial «desvinculada» del espacio teatral y con una cierta independencia conceptual que le permitía ser pensada como cubierta no solo del teatro sino de la propia plaza, lo que ha llevado a que haya sido vista por algunos autores como una referencia a la idea de «espacio universal» que el arquitecto alemán Mies van der Rohe aplicó en su proyecto del «Convention Hall» para la ciudad de Chicago apenas unos años antes, en 1953, y que nunca fue construido.
El «Convention Hall» fue un proyecto que pretendió desarrollar un papel no solo constructivo, como edificio para un rango de usos muy amplio y abierto, sino que Mies buscaba una incidencia directa sobre la trama urbana de Chicago. Sus dimensiones eran las de un cuadrado de 720 pies de lado (casi 220 metros) y su capacidad habría permitido albergar hasta cincuenta mil personas.
Algunos años después, Mies trasladaría esa misma idea al proyecto de su última obra, la «Neue Nationalgalerie» de Berlin (1965), un bello edificio donde el rasgo diferenciador es la potencia de una cubierta cuadrada de algo más de sesenta y cuatro metros de lado sostenida en tan solo ocho pilares, sin apoyos en las esquinas.
Quizá incluso el propio proyecto de Corrales y Molezún para la EXPO'58, pudo haber sido también un referente para la cubierta propuesta en el proyecto ganador.
Luis cabrera, Salvador Fábregas y Joaquín García trabajaron sobre la idea de esa gran cubierta sobre un espacio de uso público y fue notable su preocupación por el diseño del módulo que diera respuesta a la geometría del teatro sobre el que se habría de extender esa estructura reticulada y tridimensional que con tanto esmero diseñaron hasta el mínimo detalle.
La maqueta y los croquis del proyecto, además de piezas a escala del «TEATRO al AIRE LIBRE», fueron expuestos en un local de la calle Calvo Sotelo (propiedad del Señor Casanueva), como consta en documentación municipal, y fue autorizado el pago de una factura por dichos conceptos en agosto de 1958. Se trató, pues, de una idea que, en su momento, fue sometida al escrutinio público y tuvo la repercusión necesaria, aunque solo fuera en esa materialización a escala que fue expuesta en aquellos escaparates de la calle principal de la ciudad.
La propuesta ganadora tuvo desarrollo de proyecto de ejecución, o sea, estuvo perfectamente definida para haber sido ejecutada. Sin embargo, no acabó de convencer al ayuntamiento de Santander tras un cambio del equipo de gobierno y, además, en el Ministerio empezó a gustar más la propuesta del arquitecto santanderino Juan José Resines del Castillo, por lo que, finalmente, y por avatares diversos que no son ya del mundo de la arquitectura, no se construyó ninguno de los Teatros al Aire Libre que habían sido presentados al concurso de 1957… Como bien es sabido en Santander.
Se trató de un edificio finalmente inédito para los actos del FIS y, además, totalmente desconocido en la actualidad como parte de la historia de Santander y que cuenta con muy escasas referencias documentales propias. En todo caso fue, sin duda, un concurso interesantísimo con propuestas dignas de ser conocidas y que deberían serlo, de hecho, para mejor documentar el patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad, incluso el no construido.
En todo este relato, con un contenido altamente incógnito, quedaría tan solo un pequeño dato por desvelar. Se trata del nombre de la plaza que habría acogido ese «TEATRO al AIRE LIBRE» si hubiera habido la voluntad final de haberlo construido. Fue la que, en aquel momento y como se rotula en los proyectos, era la plaza de José Antonio, o sea, la situada a los pies del imponente palacio de Casa Pombo que le da nombre. La plazuela de Pombo.
Luego, en otro concurso diferente, ya en 1990, Sáenz de Oíza volvería a otro Palacio con el proyecto que hoy la ciudad conoce y utiliza, para el FIS y para otros eventos culturales y artísticos. Pero eso, acaso, tendrá que ser objeto de otro relato futuro, una vez que, además, Pedro Velarde volvió a ocupar «su» lugar en la plaza Porticada.
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