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Las grandes caminatas
Plazuela de Pombo

Las grandes caminatas

A los ochenta y cinco años llegas a reconocerque los sitios, los paisajes, no se ven y no llegan a conocerse si uno no los recorre a pie

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 20 de junio 2025, 07:19

Visité el Puente del Diablo y el Panteón del Inglés a los quince años con tío Pedro Escalante Huidobro después de un copioso almuerzo de Navidad de la abuela Carolina en la casa del Alta. Fuimos a pie a paso largo por la carretera que bordea toda la finca de las Pérez hasta llegar al Faro. Paramos un momento ante la estremecedora escultura de los mártires arrojados al vacío ahí en el Faro y seguimos viaje por toda la costa hasta el Puente del Diablo, que parecía frágil a la vista, así que uno sentía una sensación de reconfortante peligrosidad al atravesarlo y luego al Panteón del Inglés, donde nos sentamos, literalmente a respirar. Era un día fosco, nublado, anglosajón, de cielo azul y plomo, pesado como la marea que zumbaba, poderosa, detrás, en gruesas oleadas, rompientes.

¿Quién fue el inglés aquel? –quería yo saber–. Según tío Pedro fue un ingeniero inglés que vino a Santander con la fundación de Nueva Montaña S. A., y que se quedó a vivir solo en Santander, soltero o viudo, y de algún modo echando de menos la Gran Bretaña, quedándose en Santander quizá por gusto y menos frío que en las Islas Británicas. Se comprendía el espléndido aislamiento de la Gran Bretaña contemplando aquel Cantábrico oscuro nuestro atravesando el cual se llegaba, sí, a Inglaterra. Años después, con veintiséis, yo llegué a Inglaterra en tren por tierra, París-Calais y luego en el ferry, Calais-Dover y luego en el tren Dover-Victoria Station. En el salón del ferry había una deliciosa chimenea de carbón y olor de tabaco rubio de pipa.

Mi inglés hablado era, supongo, desastroso, tartajeante, pero dio de sí lo suficiente para parlotear con Tom –no recuerdo el apellido–, un periodista con gorra de visera y chaqueta de tweed. Imposible mejor, más puro que esto imposible. Así que me apeé en Victoria Station alegremente. Había llegado por fin donde quería llegar hacía ya tiempo, al tumultuoso andén de Victoria Station y, al no saber dónde tirar con la pesada maleta que llevaba las iniciales A. P. C. del tío Alvaro, me instalé aquella misma noche en un bed&breakfast cercano –ahora recuerdo que acabo de contar esto o algo parecido en una novela inédita todavía–. Lo he contado para decir que mis primeras caminatas empezaron en el Santander del Faro y del Sardinero y del Alta y acabaron en el desierto Londres –no menos bullicioso de día y novelesco de noche–.

Mis primeras caminatas empezaron en el Santander del Faro y del Sardinero y del Alta y acabaron en Londres donde viví 11 años

Recorrí el centro de Londres a pie antes de bajar al metro o arriesgarme a confundirme de autobús. Londres iba a resultar una ciudad admirable, emocionante, romántica, de a pie. Ahí viví unos once o doce años. A la fuerza ahorcan. A la fuerza vas a pie a los sitios. Y, si no te ahorcan, a los ochenta y cinco reconoces que los sitios, los paisajes, no se ven y no llegan a conocerse si uno no va a pie. El neandertal va y viene a pie por los fascinantes grabados que le representan hoy en día, el homo sapiens sapiens, que yo he llegado a ser de vez en cuando, iba a pie a todas partes y en La Dehesilla los obreros y yo mismo íbamos y veníamos a Ampudia de Campos con gran frecuencia a pie, con suerte en carro o en remolque o en burro. Gracias a mis padres viví una juventud rural que hacía que me sintiera militante de no sé qué ejército de salvación, el Ejército Español, con el cual acababa yo de cumplir un año en total, dos veranos en La Granja y seis meses en Melilla.

Por el primer terceto voy entrando y aún parece que entré con pie derecho… Yo también entré con pie derecho en Inglaterra, que me encantó desde el primer minuto hasta el último. Tanto que en el Birkbeck College hice cuatro cursos de Filosofía nocturna y disfruté con el análisis del lenguaje de Wittgenstein, de Ryle, de los filósofos analíticos de Oxford y Cambridge, 'How to do things with words' de Austin, Hamlyn y los profesores tutores del Birkbeck. La verdad es que hacía camino al andar y no sabía bien dónde iba. No lo sabía de ninguna manera. Iba intentándolo ayudándome con un dinero de mi casa y otro dinero del 'cleaning'. Yo fui un brillante 'cleaner' español que recorrí toda la Northern Line limpiando casas. Estoy muy orgulloso de haberlo hecho y aprendí muchísimo inglés idiomático con las sucesivas clientas judías donde pasaba las mañanas y la primera parte de las tardes. Recuerdo Hampstead Heath y Golders Green y Brent, la buhardilla de la casa de Golda y Silvia Casmere donde pasé una gran parte de esos años. Tengo un segundo título de Filosofía, Bachellor of Arts/Philosophy de la Universidad de Londres.

Ha llegado ahora el tiempo autobiográfico propiamente dicho. Cuento estas cosas a mis amigos que me visitan en Madrid, las voy recontando por escrito y tengo la sensación, ahora de salir de una brillante habitación y conversación con Iris Murdoch y entrar en otra brillante habitación madrileña, mi última buhardilla.

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